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Serra preguntó por el pasaporte de los muertos

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Jesús Serra recibe la Orden Bicentenaria de la ULA

No es difícil escribir sobre un poeta que, como Jesús Serra (Tucacas, estado Falcón, Venezuela, 1940) pensó similar a Horacio: -«Coelum, non animun, mutant, qui trans mare currumt» (01). En la Universidad de Los Andes conocí pocos hacedores que procuraran proyectarse intelectuales cosmopolitas sin perder identidad y carácter. Mi fallecido amigo fue feliz arraigado entre nosotros aquí. Agudo y sensible, asumió la praxis escritural con pulsión universalista. Evidente en Persistencia: «Pen Club», Caracas, 1997, con prólogo de Juan Liscano:

«La gritería del mundo/distorsiona tu cara/por eso buyes/y perseveras con palabras,/un día encontrarás el sitio/donde la muerte es mínima/y sencilla». (Obra citada, p. 41)

En el umbral, Liscano sostuvo que Jesús Serra era un poeta que viajaba hacia su interioridad. Yo lo definí intimista, que igual intimidador. Jesús relata, constantemente, todo cuanto le aflige y también incidentes que le prodigaron dicha. La acción intimidadora vertida al lector aparece en sus instantes de confeso, y desafiándonos:

«Tú,/que vigilas mis contornos,/dime si realmente cavo/en mis profundidades,/pues mi afán es construir/mi espacio permanente». (Ídem., p. 45)

Fue un gran admirador y estudioso de la obra de Octavio Paz. No dio relevancia a textos surgidos de la disipación, dictados por una calculada bohemia que no pasa de moda. Repudió lo que solía calificar «des-lectura» y perversión exhibicionista-alevosa de los sentidos.

En su libro La otra voz (02), Paz formuló una sentencia que me recuerda a Jesús Serra:

«No, la poesía no agoniza. A ratos da la impresión de cierto cansancio, languidez y aun esterilidad…»

Los textos dejados por quien fue también académico e investigador no lucen castrados ni reflejan agotamiento. Son vivaces, persuasivos, inteligibles. Cuando el autor experimentó desasosiego ante la muerte que asediaba su psiquis, infirió a partir de sentimientos que no desestiman la racionalidad. En su poética, la resignación aparece implícita:

«Aquí,/frente a tu mesa,/podrás palpar el mundo./Ahora tendrás el hilo/que mide cuanto vive./Afortunado hijo,/ojo de diablo que hurga sin remedio,/esponja de la muerte». (cfr., p. 35)

Páramos en la memoria (03) precedió la publicación de Persistencia. Libro mediante el cual el poeta experimentó vivir flanqueado por la muerte, pero atrevió fastidiarla:

«En esta tarde cálida y desierta/he visitado/las casas funerarias/y he preguntado por los pasaportes de los muertos…»

En otro libro, donde se apartó mucho más de la realidad que experimentábamos, fijó su magnífico estilo literario. Encaró el porvenir: Tiempo y cauce (04). En sus páginas, ahondó en redor de de la muerte. Su trauma por el tardío allanamiento del proscenio de su padre, propugna un muy original lamento poético. Los estudiosos de la obra literaria de Jesús Serra advierten, rápido, que la condición mortal del hombre le obsedía. Algo frecuente en pensadores y novelistas proclives instruirse en Filosofía. Por lo expuesto, su trabajo escritural está emparentado al de quienes edificaron el trascendental imperio poético influido por el arte y literatura greco-romana.

(01) Quienes atraviesan los mares cambian de clima, no de carácter.

(02) Seix Barral, p. 105, año 1990.

(03) Edición bilingüe de la Asociación de Escritores de Mérida, auspiciada por el Consejo Nacional de Cultura. Mérida, Venezuela, p. 17, 1994.

(04) Universidad de Los Andes, Consejo de Publicaciones, 1994.

@jurescritor

 

 

 

 

 

 

 

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