Luego de la “nonatada”, valga el término, de Silvina Batakis al frente del Palacio de Hacienda, y como efecto del desbarajuste económico, cambiario e inflacionario que la hicieron detonar de su novel ministerio, asumió como “superministro” Sergio Massa, ahora llamado “hombre del consenso” que fue aupado por el consenso sí, pero de sectores empresariales del “Círculo Rojo”, en particular aquellos que se nutren de los contratos y subsidios del Estado, del sector sindical y de los gobernadores, estos últimos más por necesidad de supervivencia que por afecto y afinidad. A esta lista debemos sumar la jefa del Instituto Patria, Cristina Kirchner, y sus fieles seguidores de “La Cámpora”, quienes por su voluntad asumieron que el abismo en que había caído el gobierno de Alberto Fernández los arrastraba en carne propia. De allí que los unió el espanto y no el amor por Massa, al decir de Jorge Luis Borges.
Con todo ello no le han otorgado el timón completo del “Titanic” ya que las aspiraciones del “bombero” no fueron satisfechas en su totalidad: la AFIP, Energía y el Banco Central quedaron fuera de su control automático.
Es que en este entramado del engendro político que CFK armó para ganar las elecciones de 2019 junto a Massa y Fernández, lo obvio resalta: se odian pero se necesitan para que el “Frankenstein” político que construyeron no vuele por el aire y son conscientes de que uno solo no puede salvarse si los otros “partenaire” perecen en el intento. Aquí van de la mano, o al 2023 o a la eclosión anticipada.
El desafío que debe asumir el nuevo ministro, con múltiples aristas, es abrumador. Solo con ajustes tarifarios, reducción del gasto público y de la política de subsidios, más la inflación y la disparada del dólar, entre otros ítems, si los neutraliza podrá el gobierno tomar aire y aguantar hasta el 2023. Ahora bien, si estas medidas se toman a rajatabla los movimientos sociales, que fueron promovidos por el propio oficialismo, ¿aceptarán ahora los recortes que no le toleraron a Martín Guzmán? ¿O en el kirchnerismo prevalecerá su instinto de supervivencia sobre su relato y promoción del populismo clientelista? El correr de los días nos dará la respuesta. No sumamos a los interrogantes a Alberto F. debido a que hoy cumple un rol protocolario, de relaciones públicas, casi un chambelán de ceremonial.
Massa jugará sus cartas a que las exportaciones del campo le den un respiro e ingresen dólares. ¿Esto se hará realidad? Nadie puede responder hoy.
Mientras esto acontece, con más de 500 invitados, más cercana la imagen del acto de este miércoles en el Museo del Bicentenario a un cambio presidencial que al de un ministro, el país real se sume en la anomia y la disolución, cercana a un Estado fallido. Ejemplo: en Rosario, ciudad tomada por las bandas del narco, nos acostumbran a los asesinatos cotidianos, una macabra realidad que se impone. En el sur del país, los ataques y acciones terroristas de la RAM pseudo mapuche ya no asombran a nadie ante la inacción oficial. Estos grupos asolan a poblaciones, usurpan territorios, la propiedad pública y privada, queman viviendas, iglesias y reparticiones estatales con total impunidad. En ambos casos, un Estado Nacional declararía el estado de sitio, militarizando la región si fuera necesario y aplicando todo el peso de la Ley. Pero nada de esto puede suceder con un gobierno que, de facto, es cómplice por omisión del drama que se vive en Rosario o en el Sur.
Para despedirnos recordamos una opinión de Simón Bolívar en carta al general Francisco Santander sobre Miguel Peña, a quien llamaba “Peñita”, sobre un conflicto de poderes en los primeros años de la independencia. Le expresaba: “Tenga cuidado con Miguel Peña ya que es valiente, inteligente e inescrupuloso”.
Seguramente Cristina y Alberto habrán leído estas cartas del Libertador antes de dar luz verde a Massa, ungiéndolo como el “bombero del consenso” del gobierno troquelado.
Artículo publicado en el diario argentino Gaceta Mercantil