«Hasta la vista, amigo. No le digo adiós. Se lo dije cuando tenía algún significado. Se lo dije cuando era triste, solitario y final»
Philip Marlowe en El largo adiós (Raymond Chandler)
Probablemente el mundo a nuestro alcance no sea el mejor lugar para vivir. No lo creen así 7 millones de compatriotas (más de 20% de la población estimada en los estudios demográficos), cuyas expectativas de realización no tienen asidero en la disfuncional república bolivariana de Venezuela y han preferido probar suerte en otras latitudes, a pesar del trato discriminatorio dispensado por quienes ven en ellos potenciales competidores. El planeta se estrecha y no hay espacios para medias tintas. Una derecha extrema, rayana en el fascismo, se enseñorea en Italia. En Suecia los conservadores desplazaron del poder a los socialdemócratas, poniendo en jaque a la sociedad de bienestar —en la bota mediterránea, la dupla Meloni-Berlusconi se hizo del poder con un repulsivo discurso contra la inmigración—. Deambulan nuestros paisanos por un mundo enfermo de miedo y de odio, cierto; preferible, no obstante, al vernáculo infierno bolivariano, fortalecido con los ascensos de Gustavo Petro y Luis Inácio Lula da Silva a las presidencias de Colombia y Brasil, tiñendo el subcontinente de rosa intenso tirando a colorado. Ajena o indiferente a esa variación cromática, la oposición venezolana sigue sin dar pie con bola y ahora, cuando han sido clausuradas más de 90 radioemisoras y arrecia la represión de las protestas pacíficas y el hostigamiento a los defensores de los derechos humanos —«Colectivos chavistas arrancaron las uñas a estudiantes que protestaban contra la visita de Diosdado Cabello a Mérida» (Infobae)—, uno se pregunta adónde fue a parar la rabia. Importa más la carrera presidencial porque entró en circulación una propuesta formal orientada a la realización de elecciones primarias a fin de seleccionar un candidato unitario de cara a los comicios de 2024 —primarias amenazadas con el inicuo adelanto de las presidenciales sugerido por un mono con hojilla de apellido capilar (el mono, no la hojilla)—. Y, a todas estas, las diversas facciones del contranicochavismo parecieran decididas a finiquitar el interinato, precipitando la caída de la ficción administrativa encabezada por Juan Guaidó.
Respecto a la conjetura anterior, y a modo de fundamento de la misma, traigo a colación un artículo escrito a cuatro manos por Juan Diego Quesada y Alonso Moleiro, publicado el pasado domingo 30 de octubre en El País —“Juan Guaidó, más solo que nunca”—, donde se sostiene: «Uno de los experimentos más extravagantes de la historia de la diplomacia internacional se aboca a un final inminente. con el apoyo de Estados Unidos parece tener los días contados. Los principales partidos de la oposición venezolana no quieren seguir participando en el gobierno paralelo con el que desde hace tres años se procura aislar a Nicolás Maduro y provocar su caída». Y el lunes 31, en el portal de Tal Cual, leímos: «Roberto Marrero, exjefe del despacho del gobierno interino, en su renuncia a Voluntad Popular (VP) que él mismo se encargó de hacer pública, puso bajo la luz lo que era un secreto a voces: «la oposición, especialmente la representada por Primero Justicia (PJ), Acción Democrática (AD) y Un Nuevo Tiempo (UNT), tres de los partidos del G4, se ha reunido para discutir cómo bajarle la santamaría a la estructura que ampara a Guaidó desde 2019 y que ha sustentado el manejo de varios de los activos de la república en el exterior».
La transitoriedad no puede ser eterna, De acuerdo. Pero antes de dar al traste con ella deberíamos saber no solo dónde estamos parados, sino cuál y cómo ha de ser el camino a andar. Y es curioso, por decir lo menos, pero parece más difícil armonizar un liderazgo unitario que poner punto final al capítulo más original del ejercicio opositor, en términos de agitación, propaganda y convocatoria, de este casi cuarto de siglo de absolutismo dizque revolucionario. El ingeniero guaireño falló con el estoque después de una memorable faena. Y seguramente lo sabe. Por eso, barrunto, se quitó la careta y recorre el país en procura tal vez de una nominación capaz de catapultarle de la provisionalidad a la constitucionalidad, pues su adiós al cargo debe tener algún significado y no reducirse a un epílogo triste, solitario y final.
Antes incluso de ser publicada la propuesta aludida, proliferaban candidatos entusiasmados con la idea de caerle a palos a la piñata primigenia. Ya no son ningunos muchachos y tienen más de dos décadas navegando en la política al ojo por ciento y bailando al son del chavo madurismo. En días recientes, manifestaron sus deseos de despachar desde Miraflores César Pérez Vivas y Juan Pablo Guanipa. Al primero se le recuerda por haber gobernado el estado Táchira de 2008 a 2012 y ser inhabilitado en 2015. El segundo fue electo para gobernar Zulia, pero no quiso juramentarse ante una írrita asamblea nacional, poniéndole en bandeja al oficialismo la gobernación del emblemático estado petrolero y dándole la espalda al electorado. Tal rectitud linda con la pacatería y lo convierte en individuo de poco fiar. Aparte de esta dupla, se debe tener en cuenta al vapuleado Juan Guaidó, quien no es un enigma ni una abstracción, pero tampoco un libro abierto. Esbelto, cual una escultura de Giacometti, tiene estampa presidencial y un je ne sais pas quoi de El grito de Edvar Munch. Consumió sin circunspección sus 15 minutos de fama y pasó de ser figura estelar de atropellado verbo a punching ball y pagapeos de la ultraoposición pura y dura. Se le censura no haber puesto fin a la usurpación, pero sigue en pie, fiel a una agenda peculiarísima por no decir enigmática.
Henrique Capriles, ¡cómo no!, prosigue en la busca del liderazgo perdido. Es, dije una vez y lo repito nuevamente, una anfibología andante. Un zombi incubado en los requiebros postrimeros de la agónica república civil con auxilio del vudú de la decadencia democrática. Candidato presidencial en dos oportunidades, coqueteó con la gloria en las elecciones de 2013, mas no saboreó las mieles del poder —todavía le reprochan no haberse alzado defendiendo su presunta victoria— ¿Cómo esperar un volapié de quien, a través de «una rendijita», aspiraba a colar sus gallos en el reparto rojo? Y no podía faltar en el casting la inefable y bienaventurada María Purísima, perdón, María Corina Machado. A los 55 años ya no parece ser el «plan B surrealista» ironizado por Elliot Abrams. Es más bien, y así lo sostuve en crónica remota, un si condicional o un verso esdrújulo; una reducción al absurdo o una figura retórica. Suerte de antítesis entre peros y paréntesis, se autoerigió en heraldo del Apocalypse of Saint Donald. Convencida de la necesidad de derrocar el M(ad)uro a TRUMPetazos, cual abatieron los israelitas las murallas de Jericó a punta de shofarots, reclamaba, anclada en una añeja y quimérica consigna del mayo francés de 1968, ser realista y pedir lo imposible. Su Operación Paz y Estabilidad (OPE) vindicaba una injerencia extranjera. Afortunadamente, ningún gobierno sensato estuvo dispuesto a embarcarse en tamaña aventura —«No se puede hacer por los venezolanos lo que ellos no son capaces de hacer por sí mismos», escribió por esos días en su columna de este diario Danilo Arbilla—. Analgatizó la doña con pies en tierra. Quizá repensó sus estrategias y, el 18 de octubre, acaso en conmemoración del derrocamiento de Medina y la irresistible ascensión de Betancourt, proclamó a los 4 vientos: «Habrá primarias y yo las voy a ganar». Ojalá sea así y deje de incordiar con su nado mariposa a contracorriente. Mala candidata no sería y hasta se podría apostar a ella de ceñirse a un proyecto racional, deslastrado de arrebatos emocionales.
Con este trío de históricos pretendientes y el par más arriba mencionado, son cinco los postulantes. Agreguémosle al quinteto los nombres de Manuel Rosales, Luis Emilio Rondón, Nora Bracho, Carlos Prosperi, William Dávila, Delsa Solórzano, Nicmer Evans, Andrés Velázquez, Antonio Ecarri, Henri Falcón, Gustavo Duque, Bernabé Gutiérrez, Henry Ramos, Javier Bertucci y la merienda de negros está servida —me importa un comino la incorrección política—. No será nada sencillo manejar ese vente tú y ya verá la Comisión Electoral de Primarias de la Oposición cómo se las arregla para poner orden en semejante pea. Mientras tanto, Nicolás seguirá en palacio atendiendo el teléfono y Pdvsa continuará roja rojita… ¿como el árbitro comicial?