No nos sorprende la noticia más reciente de los ataques de Putin, el presidente de Rusia, sí, a los bares y antros gays de Moscú, seguramente de otra ciudades. Esto ocurrió luego de prohibir el movimiento LGBTIQ+ en Rusia. Ya en ese país el sujeto le ha declarado la guerra legal a la comunidad LGBTIQ+ de su país según expresiones anteriores. Han creado leyes para sancionar incluso información sobre relaciones sexuales no tradicionales. De hecho, llegaron a censurar varias escenas de la película sobre la vida de Elton John.

Han profundizado de tal modo la persecución, aunque el mismo Putin la niega, que llegaron a suspender clases de yoga en las cárceles, porque eso puede inducir la homosexualidad. Supuestamente, Rusia no es un país para homosexuales; por lo tanto, se focalizan las persecuciones más en los extranjeros, para hacer ver que allí no existe. Las nuevas leyes proyectadas incluyen la prohibición del cambio de sexo para personas trans y la creación de un instituto psiquiátrico para analizar el comportamiento de los homosexuales.

La homofobia de Estado acrece en Rusia en la misma medida que se acercan las elecciones en las que seguramente Putin se plantea la continuidad del poder. La Iglesia Ortodoxa es un buen aval en ese sentido para el gobernante ruso, quien ha señalado en repetidas ocasiones que mientras él esté allí habrá papá y mamá. El invasor de Ucrania se apalanca en su amigo, el jefe de la República de Chechenia, Ramzán Kadirov, quien lo acompaña en sus incursiones en moto, ya que integran el mismo grupo de moteros. En Chechenia se han reportado campos de concentración para homosexuales. Aunque el régimen rechaza su existencia señalando que no puede haber campos de concentración donde no existen homosexuales. Este otro sujeto ha sido capaz de decir que los homosexuales no son personas.

No sabía, seguramente, el impopular Yeltsin del enorme daño que le hacía a su país renunciando para entregarle el poder a Putin, el descarado invasor, el que persigue a la comunidad LGBTIQ+, el que maltrata, somete, de todos modos a su población. Yeltsin, en su discurso de renuncia de 1999, únicamente menciona el nombre de Vladimir Vladimirovich Putin e indica, seguramente apesadumbrado, ese 31 de diciembre de la sepultura rusa, que siempre estuvo convencido de la sabiduría de los rusos. Más de dos décadas de imposiciones, de afectación para la población, esa que no está de acuerdo con la guerra en Ucrania ni con el sometimiento legal y físico de quienes integran la comunidad LGBTIQ+, pero que deben esconder sus manifestaciones, porque si no terminan perseguidos, presos o muertos. Toda una asfixia social y sexual es la que se vive en Rusia.

Pero, esa homofobia de Estado podría tener otras razones de fondo. ¿No? Vladimir no se ha casado. Anda en su grupo de moteros cuando no está dirigiendo los asesinatos de ucranianos. Y se le ve en fotos muy sexis, cree él, hasta el punto de ser elegido el hombre más sexy de Rusia, algo así como el equivalente del míster Rusia. ¿No será que patalea? Existen estudios que dan cuenta de la comprobación del acervo popular, ese que señala que la homofobia es producto de la represión de la homosexualidad. En fin, ¿no será que en el fondo es? Por eso será que ataca tan despiadadamente a ese sector tan importante de la sociedad. Sabemos que mientras esté allí, y probablemente estará por muchos años, no habrá matrimonio entre personas del mismo sexo ni libertad sexual alguna en Rusia.

Lo peor es que cumpliendo con su rol de arrodillados a sus amigos internacionales que sirven para mantenerlos en el poder, los del régimen en Venezuela tampoco tienen intención alguna de abrir las compuertas a las libertades sexuales y al matrimonio entre personas del mismo sexo. Estamos en eso tan atrasados que hasta Cuba se ha abierto a la aceptación y casi toda América Latina. Pero la conseja rusa del sospechoso Putin limita cualquier apertura en ese sentido. Debemos combatir el sometimiento de la comunidad LGBTIQ+ en Rusia porque sí, y porque indirectamente nos afecta con estos orates.


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