“La ONG Amigos del Planeta advirtió que hemos perdido un tiempo precioso en la carrera para controlar el cambio climático”. “El secretario general de la ONU expresa su decepción por el resultado de la conferencia sobre cambio climático”. “El Sur critica al Norte por no cumplir sus promesas sobre el cambio climático. “El Acuerdo fue muy débil, aun cumpliendo cada meta no llegaremos adonde debemos llegar”.
Estas no son reacciones a la reciente conferencia en Glasgow sobre el medio ambiente. Son algunos de los titulares después de las reuniones de Buenos Aires en 1998; La Haya, 2000; Lima, 2014 y París, 2015. La opinión de la activista Greta Thunberg sobre Glasgow les hizo eco: “El fracaso de Glasgow no es un secreto, no podemos resolver la crisis”.
¿Por qué el consenso acerca de la necesidad de actuar urgentemente para mantener la vida humana en el planeta no ha producido los cambios necesarios?
Los resultados de las 26 conferencias mundiales sobre cambio climático que se han llevado a cabo no han sido alentadores. Aunque en Kioto, 2005, los países desarrollados definieron metas para disminuir las emisiones y en París, 2015, acordaron hacer lo necesario para impedir que la temperatura promedio del planeta supere los 1,5 grados centígrados, la mayoría de las promesas no se han cumplido. De hecho, ha pasado lo contrario: desde la primera conferencia hasta hoy, las emisiones de carbono han aumentado en 60%.
Naturalmente, esta frustrante experiencia hizo que las expectativas sobre las decisiones que se tomarían en Glasgow fuesen muy modestas. No obstante, la reunión catalizó la toma de tres importantes decisiones: Estados Unidos anunció que duplicaría su presupuesto para enfrentar el cambio climático; China se comprometió a cesar la construcción en otros países de plantas termoeléctricas que usan carbón como carburante y más de 100 países se obligaron a reducir sus emisiones de gas metano en 30% para 2030. Pero, tal como observó el secretario general de la ONU, la conferencia de Glasgow fue “un paso importante pero insuficiente”, el cual “refleja las contradicciones existentes en el mundo de hoy”.
¿A qué se debe esta inacción ante tan evidente amenaza? La falta de voluntad política que, a su vez, se debe a la impopularidad de medidas que aumentan el costo de la energía y de otros productos, es un factor importante. Otra dificultad es la de decidir qué países deben iniciar una estricta dieta para restringir su consumo de hidrocarburos, mientras otros mantienen o hasta aumentan tal consumo. Y, por supuesto, ¿qué naciones van a financiar las gigantescas inversiones que son necesarias para mitigar los impactos del cambio climático y adaptarse a la nueva realidad? La lista de obstáculos es larga y abrumadora.
Muchos de estos impedimentos solo pueden ser superados con una masiva producción global de bienes públicos. Estos son bienes que pueden ser consumidos por cualquier persona o entidad, aunque no hayan contribuido a crearlos. El ejemplo clásico es el de un faro que en la noche señala a las embarcaciones por dónde navegar, aún aquellas que no han pagado por usar ese bien se beneficiarán como todas las demás. Los bienes públicos también se caracterizan porque pueden ser consumidos por múltiples personas u organizaciones a la vez. El hecho de que alguien esté consumiendo los “servicios” del faro no impide que otros barcos también lo hagan. Pero nadie invierte en la producción de un bien que cualquiera puede usar sin pago alguno.
Es por esto que la provisión de bienes públicos recae fundamentalmente en el Estado: es el que tiene la capacidad de financiar bienes públicos a través de los impuestos que cobra.
Los ejemplos de bienes públicos son muchos y van desde la señalización de las calles hasta la defensa nacional. Naturalmente, la mayor parte de las inversiones en bienes públicos las hacen los gobiernos en su territorio nacional, que también es donde habitan y pagan impuestos sus ciudadanos. Pero ¿cómo financiar la creación y provisión de bienes públicos en espacios supranacionales como los océanos o el espacio, donde no hay ciudadanos que paguen impuestos. La demanda de bienes públicos es siempre mayor que la oferta, una situación que se hace más dramática en los casos de bienes públicos globales. Y reducir la emisión de CO2 es un ejemplo clásico de un bien público global, quizás el bien público que más necesita el mundo de hoy.
Este es el problema central que enfrenta la humanidad en su batalla por el control del cambio climático, ya que el grueso de las inversiones necesarias para lograr el objetivo tendrá que venir de los contribuyentes al fisco en los países ricos. ¿Podrán las naciones más desarrolladas poner su poder financiero al servicio de la construcción de bienes públicos en todo el planeta, no solo en sus territorios, a fin de lograr un clima que permita la vida humana en el planeta?
De la respuesta a esta pregunta depende la supervivencia de la civilización tal como la hemos conocido hasta ahora.
@moisesnaim
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