El diario El Nacional, el 1º de octubre de 2017, publicó un artículo de mi autoría intitulado “Yo, el abstencionista”, posteriormente un segundo artículo con el mismo título (parte 2), en mayo de 2018. Destaco parte de stos y los actualizo con los acontecimientos nacionales e internacionales que han venido sumándose al ejercicio de una abstención activa para confrontar el próximo proceso electoral de diciembre 6, abstención activa que desde un principio algunos pocos habíamos venido planteando como detonante para salir del régimen.
Afirmábamos desde los inicios de Chávez que era tiempo de que la gente tomara conciencia de que el país estaba nadando en el estiércol del diablo, que el plazo se nos estaba acabando antes de que la dictadura desmontara la institucionalidad y el Estado republicano. Advertíamos desde el Bloque Democrático, habiéndonos separado de la Coordinadora Democrática, que los tiempos de los partidos y de los líderes de la oposición tenían lapsos distintos a los de la gente. Por ello es que, conociendo estos el fraude electoral, todavía se empeñaban en continuar de elección en elección, tratando de salir del régimen contando en algún momento del interregno en los procesos naturales de erosión de los partidos gobernantes que provocasen su desmoronamiento. Expresábamos que, si viviéramos en democracia, la estrategia electoral sería perfectamente válida.
Lo que se está viviendo en Venezuela es un proyecto de la izquierda internacional para construir al “hombre nuevo”, con la instalación del socialismo-comunismo a través de un régimen totalitario, violando desde un principio todas las normas constitucionales y legales existentes –así aprobaron la írrita Constitución de 1999–, cuya política de Estado ha sido el secuestro de los demás poderes públicos para evitar la independencia e imparcialidad de los mismos como equilibrio entre estos –reglas fundamentales y básicas para un Estado de Derecho–; con el objetivo de sustituir el Estado republicano y nuestros valores judeocristianos por un sistema socialista-comunista. Ello nos obligaba entonces y nos obliga ahora, por sentido de sobrevivencia, a concluir que ya no hay tiempo para esperar una mayor erosión del sistema político, o que este se desplome y que en algún momento la vía electoral produzca el esperado “milagro”. Realismo mágico.
La oposición participacionista sigue siendo una minoría y, sin duda, muchos de ellos colaboracionistas –son los topos durmientes que el régimen despierta cuando los requiere– continuarán utilizando la vía electoral, sin importarle la dimensión del fraude ni las consecuencias de legitimación que esta produzca; no importándole la dimensión de la tragedia política, social y económica en que se encuentra hundida la nación, que puede romperse como un cristal. Afortunadamente, la mayoría del país, sumándosele los organismos internacionales multilaterales y gran parte de los países que antes abogaban por la participación electoral, ahora se suman a la no participación, que se puede convertir en una “abstención activa”.
A esta altura del estado de devastación nacional y de sus implicaciones externas por haberse convertido Venezuela en un problema internacional, nos señala que no se puede continuar con una política de cohabitación como venía practicándose con la contemporización, cada vez que la gente en su borrachera democrática ejercía sin sentido de grandeza histórica el derecho al voto. ¿Qué debemos de hacer?
Allí es donde entra el escenario de la abstención activa y ¿qué lograríamos con esta? Todo lo contrario a las miopes y alarmantes nuevas posiciones de ilustres venezolanos e instituciones nacionales e internacionales, como por ejemplo la Conferencia Episcopal, cuyo manifiesto de esta semana convoca a la participación electoral con la excusa de la búsqueda de nuevos métodos de lucha; así también Alfredo Coronil Hartmann, en concertación con la Conferencia Episcopal, mediante un comunicado avala sorprendentemente una vía electoral tramposa y utópica.
Además, nos encontramos con la insistencia de la Alianza Nacional Constituyente Originario (ANCO), a través de uno de sus más calificados integrantes, Luis Manuel Aguana, respaldando ambas posiciones, pero con la particularidad de una consulta popular vinculante bajo los auspicios de la comunidad internacional; y, recientemente, el comunicado del Departamento de Estado norteamericano, en el que expresa la posibilidad de cancelar las sanciones en el contexto de los avances políticos que se consigan, acariciando sin querer queriendo lo expuesto por la Conferencia Episcopal y los demás citados.
Falsas ilusiones, que oxigenarán al régimen para llegar al 6 de diciembre, lo cual traerá una nueva gran desilusión a la nación, cuando el día siguiente se den cuenta de que todos por omisión o por comisión se hicieron responsables de una gran mentira y fueron utilizados legitimando al régimen. Que la Iglesia lo haga, es comprensible, por eso tienen más de 2.000 años de existencia, pero que los demás ilustres venezolanos caigan en ello es imperdonable e incomprensible.
Ustedes, amigos lectores, hagan un ejercicio de sentido común. Si después de tantos años –nos acercamos a 21– la comunidad internacional cerró filas con la oposición radical, “obligando” al statu quo, partidos opositores y dirigentes a desconocer tanto la convocatoria como a las propias elecciones fraudulentas para de esta forma desvestir al régimen de una legitimidad pretendida. La oposición radical desde un principio lo había denunciado: una dictadura totalitaria socialista comunista, con las peculiaridades de un narcoestado bañado por una corrupción endémica no sale por la vía electoral.
Lo que tienen que hacer los partidos y demás organizaciones es demostrar el día de las elecciones la ausencia de los votantes a través de las herramientas tecnológicas actuales, así el “cazador –el régimen– sería cazado”. Solamente, paséense por esta posibilidad y extrapólenla al mensaje internacional, que se mandaría a los gobiernos extranjeros que por fin tomaron conciencia del carácter criminal del sistema que pretenden consolidar. Pregunto, con la abstención activa, ¿no lo deslegitimaríamos aún más? ¿Ello, no traería las consecuencias necesarias para la implosión del régimen y, algo más?
Es necesario sopesar qué se gana deslegitimándolo. Se demostraría que la dictadura venezolana cojea, porque no solamente le falta oposición que le sirva de utilería, sino también pueblo de verdad y que la vía electoral ya no le permite encubrir la tiranía de nuevo cuño, sino que más bien la pone de manifiesto; y a la oposición complaciente, que no se les acompañará en sus mezquindades y falta de grandeza histórica, por colaboracionistas. De esta forma dejamos desnudos a ambos actores de la farsa electoral, abandonando con esta conducta la política de contemporización y apaciguamiento, que tanto daño nos hiciera.
¿Por qué tanto la Conferencia Episcopal, como Alfredo Coronil Hartmann y ANCO, no se suman a una abstención activa? En caso de que quieran ser protagonistas principales, ¿por qué no realizan una consulta popular vinculante con los 5 a 6 millones de venezolanos en el exterior bajo los auspicios de las Naciones Unidas? Según las proyecciones estadísticas, perfectamente sus resultados se pueden extrapolar al resto de la población votante nacional. Ello no es ilusión óptica, no es realismo mágico, en el exterior esta se puede organizar y realizar con todas las garantías; en el país es totalmente irrealizable. ¿Por qué, paralelamente, la Iglesia no suma a sus feligreses y sacerdotes a convertirse en los inspectores de las famélicas colas de votantes el 6 de diciembre?, para que así certifiquen la ausencia de votantes ante el mundo y corroboren el inmenso fraude electoral que se repetirá nuevamente con desparpajo por una tiranía que no saldrá sino desnudándola.
Si se dieran esos escenarios, las consecuencias de esa deslegitimación nos permitirían afianzar la tesis internacional impuesta desde los juicios de Núremberg de que ningún Estado es libre de tratar a sus ciudadanos como se les antoje, violando los principios elementales de todo ser humano, como lo es el ejercicio libre e imparcial del voto, que este es un derecho de la humanidad y que quienes los transgredieran no tendrán inmunidad internacional como un reflejo de la conciencia ultrajada del mundo.
La justicia internacional tendrá más argumentos legales para actuar contra el régimen y sus principales actores, incluso el derecho que permitiría utilizar la fuerza militar para proteger los derechos del hombre y el imperio de la ley. Los Estados no pueden, como antes, actuar a su antojo, matando, mutilando, torturando a su propio pueblo y violando el derecho sagrado al ejercicio del voto, libre e imparcial; son crímenes contra la humanidad y los derechos del hombre. La justicia internacional tiene el derecho de imponerle los castigos pertinentes a aquellos individuos que, actuando en nombre del Estado, violen la ley nacional e internacional, haciéndolos directamente responsables de los crímenes incursos contra sus ciudadanos para que no queden inmunes a la aplicación del derecho penal, pues los derechos fundamentales del hombre están por encima de las leyes nacionales.
Todo ello implica el ejercicio de la abstención activa.
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