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Ser nadie

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La vida moderna, ese glorioso desfile de responsabilidades, facturas y alarmas que suenan antes de que el sol tenga la decencia de salir, nos ha llevado a un punto en el que simplemente estamos hartos de ser quienes somos. O, mejor dicho, estamos hasta el moño de ser las versiones que el mundo nos ha obligado a interpretar día tras día, como si fuéramos actores atrapados en una mala obra de teatro, con un guion escrito por el contable de una empresa de seguros. En ese contexto, surge un anhelo desesperado y profundo, la necesidad de encontrar un lugar donde podamos ser nadie.

¿Pero qué demonios significa eso? ¿Ser nadie? ¿Un concepto nihilista sacado de un libro de autoayuda de saldo? No, querido lector. Esto no es más que el grito existencial de una humanidad que, al borde de la sobredosis de sí misma, busca desconectar de sus propias vidas con la esperanza de encontrar un poco de paz… o al menos de silencio.

El horror de ser uno mismo

Primero, vayamos a la raíz del problema: ser uno mismo. Ese consejo tan popular de «sé tú mismo», repetido hasta el hastío en todas las películas de Disney y en las tarjetas de cumpleaños de las abuelas, nos ha condenado a vivir encerrados en una cárcel emocionalmente agotadora. Es como si todos fuéramos prisioneros de nuestras propias personalidades, y alguien hubiera tirado la llave mientras nos decía con una sonrisa forzada: «¡Quédate ahí, que seguro te gusta!»

La realidad es que la mayoría de nosotros ya no soporta ser quien es. Nos levantamos cada mañana, miramos al espejo y nos encontramos con la misma cara de siempre, con los mismos problemas de siempre, con las mismas ojeras que son como trofeos de nuestras derrotas diarias. La versión de nosotros que solía ser fresca y joven (aunque algo insoportable), ha sido reemplazada por una persona que apenas recuerda cómo llegó a este punto, y lo peor de todo, no hay ningún escape. O al menos, no lo había hasta ahora.

La ficción del autoconocimiento

La sociedad moderna, ha hecho de la búsqueda de la identidad, su pasatiempo favorito. ¿Qué eres? ¿Quién eres? ¿Eres una persona de mañanas o de noches? ¿Vegano o carnívoro? ¿Tienes algún valor intrínseco que puedas convertir en un eslogan pegajoso para tu cuenta de Instagram? Nos hemos pasado la vida intentando definirnos en etiquetas y casillas, como si ser humanos fuera una especie de sudoku existencial. Y el problema no es que haya demasiadas casillas. El problema es que ninguna de ellas nos queda bien del todo.

La búsqueda de uno mismo, que debería ser una travesía épica, como la de Frodo llevando el Anillo Único a Mordor, se ha convertido en un viaje al supermercado donde ni siquiera hay ofertas interesantes. Es como si buscáramos la verdad sobre nuestra existencia en un estante de segunda mano, y lo único que encontramos es una biografía de un influencer, que nunca pidió ser famoso pero que, de alguna manera, ahora tiene un podcast de autoayuda.

Entonces, ¿qué hacemos? Nos convencemos de que, si seguimos explorando nuestros propios deseos, pasiones y emociones, algún día alcanzaremos la iluminación y finalmente sabremos quiénes somos. Spoiler: no va a pasar. Porque en el fondo, lo que realmente deseamos, es un descanso de nosotros mismos. No queremos ser «mejores» versiones de nosotros mismos. Queremos ser nadie. Queremos desaparecer por un rato, evaporarnos, como cuando alguien entra en la oficina y te pregunta si puedes hacerle un favor, y tú automáticamente te conviertes en vapor humano para evitar la interacción.

El sueño de ser nadie

Es curioso cómo hemos llegado a idealizar la idea de ser nadie. Ser nadie es como ese paraíso inalcanzable, un nirvana de la mediocridad, donde no se espera absolutamente nada de ti, porque, bueno, no eres nada. Ser nadie implica libertad, porque si no eres alguien, nadie te va a pedir cuentas. ¿A quién le vas a deber explicaciones si no existes? Exacto. Es el máximo nivel de paz interior, es decir, no tener que cargar con el peso de tu propia identidad.

Imagina por un segundo lo liberador que sería entrar a una fiesta sin la presión de ser tú. Nada de saludar a los conocidos, con esa sonrisa incómoda, que ya te tiene la mandíbula entumecida. Nada de responder preguntas incómodas, sobre cómo te va en el trabajo, qué tal tu relación amorosa, o cómo van esos planes de vida que ni tú mismo entiendes. Ser nadie, es como tener un pase VIP para la invisibilidad social. Nadie te ve, nadie te juzga, nadie espera nada de ti. Ni siquiera tú esperas algo de ti mismo. ¿Hay algo más glorioso?

El Club de los Nadies

Ahora bien, ya que estamos soñando con esta utopía de la inexistencia social, ¿por qué no hacerla realidad? Propongo la creación de lo que podríamos llamar «El Club de los Nadies». Un espacio (físico o virtual, me da igual, que cada quien elija su tipo de evasión), donde no eres más que una sombra, una silueta en el fondo. Un lugar donde nadie te conoce ni te reconoce, y donde tú tampoco tienes que esforzarte en ser alguien.

Podríamos construir este lugar bajo estrictas normas de anonimato. Al entrar, dejarías todas tus características personales en la puerta: nombre, edad, profesión, gustos, disgustos, todo. Dentro, solo serías una figura sin forma, sin expectativas, sin obligaciones. Las conversaciones en el Club de los Nadies serían irrelevantes, casi banales. «¿Qué tal tu día?» no sería una pregunta permitida. En cambio, podríamos hablar de cosas sin sentido, como cuál es la mejor forma de no existir en las redes sociales, sin que tu familia piense que has muerto. Pura evasión intelectual, nada de conexiones humanas genuinas. ¿No suena maravilloso?

Las redes sociales y el hábito de ser alguien

Si estás buscando una razón para odiar más las redes sociales, aquí tienes una: nos han hecho esclavos de nuestra propia identidad. En Facebook, Twitter, Instagram, TikTok, LinkedIn (sí, LinkedIn también es culpable), estamos constantemente vendiendo versiones mejoradas, retocadas y digitalmente filtradas de nosotros mismos. No solo tenemos que ser alguien en la vida real; ahora, también estamos condenados a ser alguien en el ciberespacio, donde el éxito se mide en likes, comentarios y reacciones de caritas sonrientes. ¡Qué agotador!

En este sentido, ser nadie en las redes sociales, sería como hackear el sistema. Imagina un perfil sin foto, sin nombre, sin biografía. No compartes nada, no comentas nada, solo existes en la más pura insignificancia digital. No te llegan notificaciones, porque no tienes amigos. Nadie te etiqueta en fotos vergonzosas. No tienes que actualizar tu estado porque, sinceramente, no tienes un estado que valga la pena compartir. Ser nadie en las redes sociales, sería el acto de rebeldía más radical de nuestro tiempo. Podría ser como declarar la guerra a la superficialidad del algoritmo y ganar.

El valor de la inutilidad

Quizás pienses que ser nadie suena a rendición, a tirar la toalla en el juego de la vida. Pero no lo veas así. Ser nadie, tiene un valor que no se puede medir en términos tradicionales. Es como ser un maestro zen, pero sin la necesidad de sentarse en posición de loto o de pronunciar frases crípticas sobre el universo. Es aceptar que, en el gran esquema de las cosas, no somos más que motas de polvo en el vasto océano del tiempo y el espacio. Y está bien. De hecho, es maravilloso.

Ser nadie es un acto de liberación, un rechazo a la tiranía de la productividad y la autoexigencia. Vivimos en una sociedad que nos presiona constantemente para ser útiles, para ser productivos, para ser alguien. Pero, ¿y si pudiéramos simplemente… no ser? ¿Qué tal si pudiéramos pasar un día, una semana, o incluso un mes entero sin hacer nada, sin lograr nada, sin aspirar a nada? El valor de la inutilidad, es que nos permite reconectar con lo que somos en nuestro estado más básico: seres que simplemente son, sin la necesidad de justificar nuestra existencia con logros, títulos o cuentas bancarias.

La felicidad de ser nadie

Al final, lo que realmente buscamos no es la felicidad, sino la paz. Y la paz no se encuentra en la acumulación de logros o en la construcción de una identidad sólida y coherente. La paz se encuentra en el acto de dejar de ser, aunque sea por un rato. Ser nadie es como tomarse unas vacaciones del yo. Es como darle un respiro a tu mente, a tu corazón, a tus ambiciones y, francamente, a tus neurosis.

Si alguna vez has sentido que estás harto de ser tí mismo, no estás solo. Todos, en algún momento, hemos deseado ser nadie. Es natural. Es humano. Así que, la próxima vez que te sientas abrumado por las expectativas, las obligaciones o, peor aún, por la insoportable presión de ser alguien en esta vida, recuerda que siempre puedes encontrar consuelo en el vacío, en la gloriosa posibilidad de ser nadie por un rato.

Y si alguna vez encuentras ese lugar donde puedas ser nadie, por favor, avísame.

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