Los humanos somos seres sexuados. Pertenecer a uno de los géneros es suficiente para organizarnos y estructurarnos, más allá de nuestra voluntad y conciencia. Queramos o no, desde que nacemos nos están bombardeando lo que es ser hombre o mujer en la sociedad latina. El eje central es la sexualidad.
El cuerpo es algo privilegiado e intenso en la mujer, y de ahí que muchas mujeres sean reducidas solo a cuerpos. En nuestra cultura, los cuerpos de las mujeres se dividen en dos, lo materno y lo erótico. Pero no podemos mezclar la maternidad con lo erótico, de ahí que la sexualidad de la mujer es una fuertemente escindida, dividida.
Se quiere limitar a la mujer al espacio doméstico, al hogar, los hijos, la cocina. Así, el hombre brilla solo y maneja el mundo económico. Ellos no quieren soltar ese trono. Como dice la canción mexicana, “yo sigo siendo el rey”.
Nos asignan ser madres. No puede concebirse una mujer que no lo sea. Se nos dice que es “instintivo”, o sea, que nacemos así. Pobre de una mujer que decida no casarse o no tener hijos. No la dejan vivir en paz. Ser mujer es ser madre, amamantar, estar para otros.
Las tareas domésticas “no son trabajo”. De ahí que no se valore el trabajo de las mujeres de la misma manera que el de los hombres. Si laboro en mi casa, “es por amor, instinto maternal, cuidado de los hijos”. Si lo hago fuera, entonces sí es considerado un trabajo y se paga por él.
La sociedad patriarcal, o sea, la dominada por los hombres, tiene principios fundamentales. Uno de ellos es la segregación por géneros. El masculino ocupa el espacio público, todo lo que tiene que ver con valores materiales, políticos y culturales; mientras el femenino pertenece a lo privado, la vida cotidiana, junto a los niños, los viejos, los enfermos.
El mundo patriarcal considera “denigrante” hacer las tareas “femeninas”, ya que el hombre dice que no tiene tiempo para ello. Una de las consecuencias es que la mujer no es dueña de sí, sino que pertenece a los otros. No puede tener un proyecto de vida, una carrera.
Aunque muchas hemos roto esa imagen, casi siempre lo pagamos caro. Tenemos como premio una doble jornada de trabajo. Nunca ganamos tanto como los hombres, aunque hagamos el mismo trabajo, y quizás mejor.
Que no me digan que eso ha cambiado. Solo hemos lavado la cara, por la vergüenza de la injusticia y la desigualdad. Los hombres y las mujeres no somos iguales, sí, somos diferentes, pero tenemos los mismos derechos, obligaciones y responsabilidades. La igualdad necesita ser construida. Nos falta mucho para lograrlo, sobre todo en la sociedad latina.