En el Festival de Cine de Leipzig, hace años, me tocó visionar como jurado un hermoso cortometraje en el que dos ancianos desnudos dentro de una cabaña convertida en sauna discurren sobre sus tiempos juveniles cuando conquistaban a las chicas y comenzaban a explorar sus propias vidas. Los ancianos se ven al entrar al sauna, pero la cámara respeta su privacidad porque permanece afuera y solo se escuchan sus voces, pero el discreto tratamiento del cine elevó a alturas de hermoso candor la memoria de aquel par de ancianos campesinos.
Ocurría con aquel cortometraje que el jurado no encontraba cómo galardonarlo. Una vez concedidos los premios mayores, debíamos seleccionar las películas que recibirían el reconocimiento de los diversos gremios e instituciones, como la Asociación de la Mujer, de los Obreros… etc, y entre ellos la Juventud Comunista. Propuse adjudicar el de la Juventud Comunista al hermoso cortometraje de los dos ancianos.
El jurado estuvo de acuerdo. El mecanismo consistía en que el presidente abandonaba momentáneamente la sala y anunciaba la decisión. La sorpresa mía y del resto fue verlo regresar desolado porque los jóvenes comunistas rechazaban la película galardonada y proponían que el jurado reconsiderara su decisión.
Como quiera que fui yo quien propuso el cortometraje, me levanté y dije que se trataba de una decisión inapelable; no existe jurado en el mundo que acepte dar marcha atrás a sus decisiones. Los jóvenes comunistas de la República Democrática Alemana tenían que respetar las decisiones del jurado y comenzar a respetarse a sí mismos. Además, la presencia de aquellos ancianos devolviéndose a la edad de sus primeras aventuras amorosas era una sublime manera de entender que el concepto de juventud es elástico y desafía al tiempo; significaba constatar que en los dos viejos campesinos permanecía intacto el vigor de una feliz y radiante memoria juvenil que tal vez algunos de los jóvenes que rechazaban esa gloria carecían de ella.
Los jóvenes enmudecieron y tuvieron que aceptar el premio, pero las autoridades culturales y políticas del país comenzaron a verme de soslayo.
Es para recordar el imperdonable gesto innoble y autoritario de Adelita Calvani cuando siendo presidenta del Concejo Municipal desestimó e ignoró la decisión del jurado que concedió el premio a la película Ledezma, el caso Mamera (1981) de Luis Correa.
Yo tengo 90 años y no me avergüenza sentirme joven, con la mente suficientemente abierta como para no darme cuenta de los sufrimientos del país y la tenebrosa situación de espanto que envuelve por igual a jóvenes y a viejos, y el malestar que me acosa a diario de no poder enfrentar y vencer a la tiranía que trafica el mal y la perversidad desde el poder.
Mi mayor desventura es que a veces topo con jóvenes decrépitos, más viejos que yo. Perdidos, desorientados, indiferentes a los desmanes del régimen, con enormes dificultades para leer o escribir. Inclinados al delito y dominados por los infortunios.
¡Hay algo grave allí! Un joven del estado Monagas ignora o no siente interés alguno por saber quiénes fueron los Monagas, de la misma manera que los niños y adolescentes de Lara o Anzoátegui poco o nada saben de los epónimos. Tal vez alcancen a Sucre y a Bolívar posiblemente por ser los más mencionados, pero si desconocen a los venezolanos que dan nombre al lugar donde viven no parece que tengan claro hacia dónde dirigen sus pasos
El hecho es que los jóvenes de la hora actual bolivariana y los que dieron vueltas durante el tiempo de la añorada democracia son espectros de sí mismos. Egresan del liceo convertidos en bachilleres que nada saben. Leen con dificultad, carecen de lenguaje para expresarse y no son capaces de entender Cien años de soledad.
Sin embargo, siempre he sostenido hacia ellos una inquebrantable solidaridad. El joven busca la manera de expresarse, lee poco pero todo lo ve; distinta a la mía, desarrolla una personal percepción del mundo. Para su propia satisfacción no encuentra obstáculos de ninguna naturaleza para practicar el sexo de manera indistinta. ¡Algunos delinquen, los adultos también!
Puede darse el caso de encontrarme yo en una situación en la que se enfrenta un joven con un adulto y en medio de los dos un policía, y sin saber qué ha sucedido le doy la razón al joven simplemente porque a mí siendo joven nunca me la dieron. Además, el joven no tiene lenguaje para defenderse y el adulto envuelve al policía con una explícita y atildada retórica y la autoridad termina dándole la razón, teniéndola o no.
En Venezuela, la policía no persigue a los adultos. ¡Solo persigue a los jóvenes!
El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!
Apoya a El Nacional