No me imagino yo a ese ejemplo moral y político que es María Corina Machado aceptando una invitación de Maduro para reunirse en el Palacio de Miraflores, cuartel general de la narcodictadura. Máxime cuando no hace ni tres meses que les robó las elecciones con premeditación, alevosía y diurnidad. Antes muerta que estrechar la mano de ese pedazo de asesino y ladrón que es el presidente de Venezuela. Como tampoco vimos a Alexéi Navalni haciéndose la foto con Putin antes de que lo envenenase y luego lo apalease hasta la muerte.
Los autócratas son más disimulados que los sátrapas de toda la vida o que nuestro contemporáneo Kim Jong-un. Los practicantes de esta modalidad de gobernanza que arrasa en el mundo no llegan al poder mediante un golpe cruento sino democráticamente y, una vez en el machito, se encargan de dinamitar sin prisa pero sin pausa la separación de poderes para quedarse con el aparato del Estado enterito desapareciendo de facto cualquier rastro de libertad. Y, entre medias, intentan seducir a los demócratas, bien comprándolos, bien metiéndoles el miedo en el cuerpo, bien echando mano de ambos modus operandi. Es lo que ha sucedido en Rusia, Turquía, Venezuela y en esa Nicaragua que llegó a la libertad no mucho más tarde que nosotros.
Cierto es que Pedro Sánchez no mata ni encarcela a sus antagonistas ideológicos, sean políticos, sean periodistas, pero no lo es menos que esta semana metió la sexta en su vis totalitaria asaltando TVE tras haberlo hecho con el Constitucional, la Fiscalía, el Banco de España, la CNMC, la CNMV, la Abogacía del Estado y no pocos medios y empresas privadas. Por no hablar de su Plan de Degeneración Democrática para amordazar la opinión crítica.
Que es un autócrata lo demuestra, ya más allá de toda duda razonable, la catadura de sus socios: los etarras de Bildu, los sediciosos del 1-O y esos comunistas bolivarianos (el delincuente Iglesias, el defraudador Monedero y el depredador Errejón) que recibían toneladas de dólares manchadas con la sangre de los demócratas venezolanos y los gays y las mujeres iraníes. A un autócrata como Sánchez hay que mostrarle todo el desprecio posible y, por tanto, huir como del diablo del blanqueamiento que busca con las fotitos en Moncloa. Si quiere inmortalizarse que lo haga con Txapote, con Anboto, a la que en breve va a excarcelar, o con ese Otegi que secuestraba y pegaba tiros a los demócratas, amén de haber liderado la banda terrorista.
Por eso no puedo menos que aplaudir hasta romperme las manos a Isabel Díaz Ayuso por haber dicho «no es no» a las visititas al todavía primer ministro. Visititas en las que, por cierto, se pasa la mitad del tiempo quejándose amargamente de lo malos-malísimos que somos los pseudoperiodistas y los pseudojueces con Begoña Gómez. Olvidando que un presidente ha de venir llorado de casa. La presidenta de Madrid se ha negado en redondo a legitimar con su presencia a un individuo que recorta la democracia a diario. Y, humanamente, resulta comprensible que dedique una peineta al sujeto que había llamado 24 horas antes «delincuente confeso» a su novio y «corrupta» a ella misma, al criptogolpista que emplea la Agencia Tributaria cual Gestapillo para perseguir a sus rivales, al filoetarra que, por ministra Montero interpuesta, ya ha advertido que en los próximos días aparecerán «noticias escandalosas» sobre Ayuso y su entorno. No ir es algo obvio. Ni institucionalidades ni leches. ¿Cómo vas a ser institucional con quien no lo es, con quien está triturando nuestra democracia y encima te calumnia? ¡Venga ya!
Artículo publicado en el diario La Razón de España