Los países rioplatenses, Argentina y Uruguay, llevan vidas paralelas desde que la Banda Oriental se independizó de las Provincias Unidas y el gobierno de Buenos Aires y se transformó en la República Oriental del Uruguay. Son amigos y se sienten hermanos, aunque algunos lo nieguen. Competencia, celos, resentimientos, riñas, mirarse de reojo, todo ello es propio de hermanos. Sus vidas, empero, van por caminos diferentes. Esto es política y económicamente hablando.
En estos días coinciden en que el próximo 27 de octubre tendrán elecciones generales para elegir presidente y legisladores. Presidente por cinco años en Uruguay y por cuatro en Argentina. En este país hay reelección, en Uruguay no.
En ambos países se realizaron elecciones primarias previas para determinar los candidatos. En junio en Uruguay, simultáneas para todos los partidos, pero no con voto obligatorio. En Argentina el voto es obligatorio. Esa es la diferencia.
A partir de ahí se acaban las coincidencias y las pequeñas diferencias, y aparecen las grandes.
En las internas uruguayas el Partido Nacional (Blanco) obtuvo la votación más alta, por encima del Frente Amplio (coalición de izquierdas que gobierna en el país desde 2005 y va por un cuarto período). Si se suman los votos que fueron al Partido Colorado (junto con el Nacional, partidos históricos y fundacionales) y otras organizaciones políticas menores, hubo una amplia mayoría opositora. Más que duplicaron los votos del Frente Amplio.
Y hasta ahí.
Ahora están en campaña electoral y el 27 de octubre se elegirán los futuros gobernantes. Las encuestas hoy dan adelante al Frente Amplio, pero la suma de los partidos opositores lo superan en 10 puntos. Las predicciones son de que el FA saldrá primero pero esta vez sin mayoría parlamentaria, como lo había logrado en los tres períodos anteriores, y deberá competir en una segunda vuelta con el segundo.
Está muy parejo y es muy difícil hacer un pronóstico sobre quién será el próximo presidente que tendrá que hacerse cargo de un país con una economía prácticamente estancada, con un alto déficit fiscal (5% del PIB), desempleo e inflación en aumento. Ello de todas maneras no causa ningún tipo de nerviosismo importante que se refleje, por ejemplo, en la cotización del dólar, que es uno de los indicadores más elocuentes para conocer el ánimo de la gente y los mercados. Habrá que hacer un ajuste importante y lo saben todos los candidatos, pero tratan de no hablar mucho de ello, porque implica un espantavotos.
En Argentina se dio distinto. No hubo competencia de candidatos, fueron acordados de antemano. Las PASO (Primarias Abiertas, Simultáneas y Obligatorias) más que decidir candidatos son una forma de medir el pulso de la ciudadanía 75 días antes de las elecciones. Pero no mucho más que eso. Como pasó en Uruguay.
Sin embargo, en Argentina no es así. El peronismo kirchnerista aventajó en 15 puntos al partido oficialista del presidente Macri (47% a 32%) y a partir de ahí se ha dado por hecho que ya hay cambio de gobierno. Los mercados se desbocaron, la bolsa cayó, también los bonos argentinos en Nueva York, el dólar se disparó (más de 50%), el riesgo país superó todas las marcas y en algunos ámbitos –muy contaminados de irresponsabilidad, ignorancia y algo peor– se ha hablado de una entrega anticipada del poder o por lo menos de un llamado a elecciones de inmediato.
El probable advenimiento del kircherismo con la fórmula Alberto Fernández y Cristina Fernández de Kirchner asustó a los mercados, pero puso muy contentos a los peronistas; no obstante, todos salieron a comprar dólares. Se habla de default y de las siete pestes u otras.
El gobierno de Macri, que aún tiene esperanzas, ha tomado una serie de medidas desesperadas e incluso ha establecido un control de cambios. Paralelamente, se habla de iniciar ya el traspaso del poder. Es de locos.
Las elecciones serán el 27 de octubre y eventualmente con ballotage, salvo que el primero obtenga 45% de los votos o 40% y con una diferencia de 10 puntos sobre el segundo. Según las PASO, Fernández sería presidente sin segunda vuelta. Pero se trata meramente de una compulsa sin efectos vinculantes: se expresan simpatías más o menos fuertes y fieles, pero no se eligen gobernantes.
La esperanza del oficialismo es que la gente sopese esa responsabilidad teniendo en cuenta, además, los efectos que ha tenido la posibilidad de que gane el kirchnerismo.
Faltan los mismos días, pero parecen más largos, tensos y oscuros en Argentina que en Uruguay.
En Argentina, en tanto, se puede hacer algún pronóstico: es difícil que gane Macri, pero si gana tendrá que hacer los ajustes que no hizo de entrada. Si ganan Fernández & Fernández Dios dirá. Para esto cuentan con la ayuda del papa Francisco, que es simpatizante, cuasi militante del kirchnerismo.