Benjamin Netanyahu no es una persona especialmente simpática. Tampoco resulta muy atractivo el Gobierno que le rodea, que incluye a numerosos fundamentalistas judíos. Como este equipo va camino de ganar la guerra que libra simultáneamente en cinco frentes –en Gaza, en Líbano, y contra los islamistas de Yemen y Cisjordania y los teócratas de Irán– resulta extraordinariamente fácil y tentador manifestarse con palabras –no con hechos– contra Netanyahu. Oponerse a él no supone ningún riesgo, independientemente de que uno viva en Nueva York, en París o en Madrid. Es más, criticar a Netanyahu confiere un admirable prestigio como defensor de los pobres y los oprimidos, que se supone que son los palestinos. Pero, en verdad, menuda hipocresía.
Lo cierto es que Netanyahu está haciendo un gran servicio a Occidente y al mundo árabe. Empecemos por el mundo árabe, que maldice a Israel de palabra, pero se cuida de no intervenir en el conflicto. Ni siquiera intenta ayudar a las víctimas civiles, aunque sean musulmanas. De hecho, Egipto, Arabia Saudí y los Emiratos son los aliados objetivos de Netanyahu. Le dejan hacer con disimulado regocijo, porque les está librando de una amenaza letal para su régimen: los islamistas de Hezbolá, Hamás y los Hermanos Musulmanes que atormentan al mundo árabe. Israel no está llevando a cabo una limpieza étnica (no hay genocidio, como se oye decir a la ONU), sino una limpieza ideológica contra los movimientos terroristas y milenaristas cuya ambición no es crear un Estado palestino sino hacerse con el poder en El Cairo y Riad con la bendición de los ayatolás iraníes.
Del mismo modo, Netanyahu está haciendo un favor a Occidente al reducir el riesgo de atentados contra nuestras vidas e intereses. Además de reducir la amenaza terrorista, el exterminio de Hezbolá y Hamás debería facilitar el desmantelamiento de las enormes redes de tráfico de armas, drogas y blanqueo de dinero que constituyen la base financiera de estos dos movimientos. No nos interrogamos lo suficiente sobre el origen de los miles de millones que permiten a los islamistas estar tan bien armados. Hezbolá en particular, aparte de las subvenciones de Irán, es una gigantesca mafia respaldada por las comunidades musulmanas libanesas en Paraguay, Argentina, Gabón y Costa de Marfil. Si no es la red criminal más rica del mundo, es sin duda la más malvada y peligrosa.
Yo añadiría, a riesgo de parecer paradójico, que Netanyahu también está haciendo un favor a Líbano y a un posible futuro Estado palestino. Líbano ha quedado prácticamente destruido por Hezbolá, que controla la mitad del país y la mayoría de las instituciones públicas. Dispone de una milicia armada con una capacidad muy superior a la del Ejército nacional libanés. Si Netanyahu consigue eliminar a Hezbolá, los libaneses pueden esperar recuperar su Estado laico y multicultural. Por otra parte, hay que señalar que, en la actual guerra en el sur de Líbano, los libaneses que no son miembros de Hezbolá o que no están bajo su control directo guardan un extraordinario silencio. Si el Ejército israelí está tan bien informado sobre Hezbolá que puede asesinar fácilmente a sus líderes, es porque los libaneses proporcionan información a los israelíes. Esto ya sucedió en guerras anteriores: en 1982, las milicias cristianas de Líbano se pusieron claramente del lado de la invasión israelí para expulsar a las milicias palestinas dirigidas por Yasir Arafat. Arafat tuvo que huir a Túnez, y a Hezbolá le aguarda un destino similar.
¿Un Estado palestino? Si se elimina a Hezbolá y a Hamás y se margina a Irán, sería concebible la creación de un Estado palestino no terrorista. Y, sin embargo, no oímos a ningún estadista digno de ese nombre, ni en el mundo árabe-musulmán ni en Occidente, agradecer a Netanyahu y al Ejército israelí su formidable osadía y los riesgos que corren. Las víctimas civiles y militares israelíes apenas se mencionan en los medios de comunicación. Preferimos, bien resguardados y cómodos en Europa y en Estados Unidos, incurrir en la mayor hipocresía y formular nuestros deseos secretos de que el Ejército israelí logre sus objetivos lo antes posible al tiempo que denunciamos la agresión sionista. Silencio hipócrita también en El Cairo y Riad.
Suponiendo que Netanyahu gane estas guerras, lo que es muy probable, ¿será capaz de, a continuación, ganar la paz? Esto es menos seguro. Una vez finalizados los conflictos, los caudillos militares suelen ser malos negociadores. Lo que debería preocuparnos no es tanto el Netanyahu de hoy como el Netanyahu de mañana. ¿Será lo suficientemente ágil como para reconstruir en Israel y sus alrededores una zona de paz en la que los palestinos tengan su lugar? Existen dudas al respecto. Nuestra esperanza, que debería apoyarse en la acción diplomática de Occidente y en particular de Estados Unidos, en estrecha coordinación con Arabia Saudí y Egipto, sería poder decir a Netanyahu: «Gracias y adiós». El mayor y último servicio que podría hacer a la humanidad, después de silenciar a Irán y a sus mercenarios, sería abandonar el escenario para dejar paso a un equipo más pacífico y diplomático. Hacer la paz es a veces más difícil que hacer la guerra, y no requiere las mismas cualidades. Así que, una vez más, «Gracias, pero adiós».
Artículo publicado en el diario ABC de España