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Señalamientos a tener en cuenta para cambiar… de verdad

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Foto: concienciaciudadana.org

Si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie”. El Gatopardo, Giuseppe Tomasi di Lampedusa

El cinismo está en la cultura de la posverdad como ningún otro rasgo. Se patentiza en nuestro tiempo y en nuestra existencia como nación, de las más variadas maneras, pero me referiré en esta reflexión a la política ya inficionada de incredulidad, desconfianza y rencor, por cierto.

Hay una intuición constatable y una racionalidad irrefragable que apunta a buscar otra dirección para otros destinos para el país. Si bien las encuestas y estudios de opinión coinciden en advertir una evidente fatiga con relación a lo que hay, no parece estar muy claro lo que el colegio coterráneo quisiera. El cuerpo político vive entre la incertidumbre, la confusión y la resignación.

El discurso dirigente contemporáneo es focal, puntual, glacial. Tiene como diana conmover y acertar una aventura electoral. No es más que un ademán fatuo e intrascendente. Anfibológico y falaz. La libertad y la república son el tesoro perdido.

No hay reacción ciudadana al cuadro descompuesto de la sociedad; o se marchan los compatriotas o se mimetizan silentes, resentidos algunos, alienados los otros. Para tener una idea de lo que afirmo, uno de cada tres de los interrogados en los sondeos, aproximadamente, está conforme con el régimen y le aporta su sostén, su respaldo, su apoyo.

Extraña conducta la anotada, por cuanto es irrefragablemente inobjetable la complejidad de una crisis que ha empobrecido, desmembrado, embrutecido y soliviantado al conjunto social en todas sus expresiones y estratificaciones, pero ello se comprende por el ya denunciado daño antropológico, en curso y en alza.

Los múltiples diagnósticos concluyen, impajaritables, la ausencia de voluntad ciudadana y, desde luego, esa modorra, ese lerdo y pesado estado civil ciudadano no define objetivos, no los busca, no los piensa, no delibera, no decide y mucho menos emprende la recuperación de su soberanía perdida o abandonada en la cuneta del tránsito reciente.

Cambiar no es un decir emotivo, es un hacer disciplinado y para lograrlo debemos fijarnos metas. Para regresar de la profunda anomia en que vivimos es menester recrear un Estado signado por un paradigma articulado entre un genuino ideal republicano, con valores que se articulen en un Estado de Derecho fiel a sus parámetros sistémicos y eficiente. En el siglo pasado, North y Cease nos convencieron de la significación que tiene para la sustentabilidad del Estado y del progreso social, el apego, respeto y estabilidad de las instituciones.

Empero, no se perciben actores en el teatro ciudadano actual. Hay que excitar al cuasi catatónico elenco de jóvenes que no se dan por enterados de su significación, individual y colectiva. Ganarlos para eso es tarea de la organización societaria que adolece de partidos y cuerpos intermedios. Es la faena política pendiente por hacer y no hay nada más importante.

Como hemos antes dicho, debe volver a tejer la sociedad civil, en cada teatro social, económico, educativo, universitario, profesional donde la han relegado, acomplejado, amedrentado. Para hacerlo; hay que hacer política, asistir al conflicto en sus instancias distintas, a la disfunción, a la distopía dispuestos a frotar esa lámpara que en 1958 venció a la dictadura. Urge traer de nuevo al genio ciudadano que anda frivolizando o desinteresado.

No se tratará pues de participar, ganar, perder una elección. El asunto es construir el retorno del jedí ciudadano; la vuelta del pueblo soberano, la invención de un porvenir y la reconquista de un respeto compartido por la persona humana y su dignidad universalizada. Si solo hacemos lo mismo y lo repetiré mil veces, solo tendremos el mismo producto.

[email protected]

@nchittylaroche

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