Para Elva Ramos existen dos experiencias que la marcaron, unas coordenadas de un mapa desde donde reconstruye los aprendizajes más importantes que la han definido a los 36 años de vida, “dos cosas que me marcaron para siempre y que agradezco”: el primero de ellos, su decisión de salir de Caja Seca, Zulia, con apenas 19 años, para buscar una mejor vida para su hija y el haber ingresado, hace 6 años, a un comedor de Alimenta la Solidaridad en La Vega, Caracas. Ambas experiencias, nos dice, definieron su vida.
Elva es una de las madres voluntarias que ha estado desde el principio apoyando el proyecto Alimenta la Solidaridad, que en su origen estuvo dirigido a brindar apoyo nutricional a los niños y jóvenes más afectados por la crisis humanitaria en Venezuela. Este proyecto tiene en su esencia el impulsar líderes comunitarios como ella. Es un proyecto que promueve la corresponsabilidad y la calidad en todo lo que se hace. Es un proyecto que contrasta con lo regalado y de mala calidad. 6 años de un recorrido que ha permitido llegar a 240 comunidades y que ha alcanzado, a través de sus comedores, a 18.000 beneficiarios en todo el país. Una iniciativa que se ha enraizado en las comunidades y que gracias al apoyo e influencia de los liderazgos que se consolidan en los sectores populares, se ha venido diversificando a través de los años con nuevas tareas y mayores retos.
Así lo explica Elva, el comedor en el que trabaja como voluntaria es mucho más que un almuerzo para 72 beneficiarios en el sector Sinaí de La Vega, es un lugar de encuentro donde se comparte, se habla y escuchan a los vecinos, se exploran iniciativas de trabajo para mejorar las condiciones de vida y se coordina un esfuerzo por el futuro. A la distancia que da el tiempo, nos sigue sorprendiendo cómo un proyecto como el de Alimenta es apropiado por la comunidad, adquiriendo un sentido propio que convoca a todos, superando las alcabalas ideológicas. Ha sido nuestra experiencia y nuestra mayor certeza que la vocación democrática que sobrevive en el venezolano coincide y se refuerza con el compromiso de servicio de quienes trabajan en Alimenta la Solidaridad.
Si pudiera hablar con su yo más joven, aquella que se asomó siguiendo el ímpetu de su curiosidad a uno de los comedores de Alimenta la Solidaridad, hace seis años, Elva se diría a sí misma que lo más importante es superar el miedo, aquel mantra de mensajes que a veces arrastramos en nuestra conciencia y que insiste en decirnos que no podemos, que no es posible, que no se puede… en el comedor, en los talleres de formación para madres y padres, en los espacios de encuentro de mujeres, en los planes de refuerzo educativo que se imparten en los espacios de Alimenta la Solidaridad, ha aprendido a silenciar esos mensajes y ha comprendido la importancia de trabajar y ser valiente ante los retos que tenemos como país.
“Somos un pueblo de valientes”, nos dice con énfasis mientras conversamos junto a un café. Han sido valientes los que se han ido para buscarse un futuro para sus familias, han sido valientes los que nos quedamos luchando en Venezuela, hemos sido valientes todos, porque todos queremos cambios.
Al igual que muchos venezolanos, Elva comparte la melancolía de vivir en una familia dividida por la migración, pero la tristeza ha dejado de acosarla, ya no puede rendirle su acostumbrado tributo en lágrimas, no tiene tiempo para ello. La esperan todos los días, ¡bien temprano!, en el comedor. “Hay que seguir luchando por el país”, nos dice poniendo fin a la conversación mientras mira el reloj de su teléfono. “Cuando esto mejore, ya volveremos a estar juntos”.