I
Era como el pan, pensaba yo de niña. Nada más valorado que el pan recién salido del horno. El de antes, que hacían en las panaderías de pueblos y ciudades, con la costra crujiente, el corazón suave y su olor delicioso. Por eso el doctor después del primer café salía sin importar el frío y la niebla de la mañana temprana al kiosco de las Cuatro Esquinas a comprar El Nacional.
Llegaba a la casa y mientras se hacía la arepa, le echaba el primer vistazo. Todavía las hojas crujían y olía un poco a tinta, pero el doctor amaba esa sensación de ser el primero en abrir los cuatro cuerpos después de su viaje de la rotativa al kiosco. Si alguien lo abría primero, era un problema y se oían sus gritos: “¿Quién me leyó el periódico?”. Eso pasaba sobre todo los fines de semana.
Yo aprendí a abrirlo y dejarlo casi igual que la máquina que lo doblaba, pero igual así, él se daba cuenta. Como yo era la consentida, solo decía: “Ya vino Mari a joderme la prensa”.
Lo primero que hacíamos él y yo con El Nacional era leer la mancheta. Bueno, me hacía leerla y como casi nunca la entendía, jugábamos a interpretarla juntos. “Siempre tiene que ver con algo de la primera página, vamos a ver”, me decía, y comenzábamos a revisar. Pero eso pasaba ya en la segunda lectura del periódico, después de la consulta de la mañana, el almuerzo, el colegio y la siesta.
La tercera lectura era acostado en su cama en la noche, con la cabeza donde van los pies. Mi madre decía que se aprendía el periódico de memoria, pero lo cierto es que se soslayaba en aquellas páginas grandotas llenas de artículos de opinión interminables.
II
Fue mi padre el que minuciosamente me enseñó lo que era El Nacional. Todos saben que yo no estudié mención Impreso, sino Audiovisual. Así que me tocó aprender en el ejercicio de la profesión y, curiosamente, nunca incursioné en el mundo audiovisual (salvo un programa de radio) pero llevo 34 años haciendo impresos.
He trabajado en casi todos los periódicos de este país, he tenido la bendición de aprender de los mejores, pero imagínense lo que fue para mí entrar a El Nacional, de la mano de Ramón Hernández y Pedro Llorens, y conocer a Argenis Martínez, Simón Alberto Consalvi, Elías Pino Iturrieta, Pedro León Zapata, Víctor Hugo Rodríguez, Jhonny Villarroel, todos grandes maestros, algunos más que hermanos y otros guías y protectores.
El género de Opinión que tanto disfrutaba mi padre, ser testigo del proceso de construcción de la mancheta, del editorial, de la primera página, he de decir que allí me sentí como pez en el agua. Todos los días que me siento en frente de la computadora escucho a Simón Alberto: “Escriba, no sea floja”. Cada vez que me enfrento con la tarea del artículo de la semana, recuerdo a Llorens cuando me pedía que le ayudara a conseguir la letra de una canción para comenzar el suyo. O a Pedro León cuando me llamaba para preguntarme si se entendía el «Zapatazo».
Está de más decir que me cuestiono cada palabra como si sobre mi hombro me estuviera leyendo Ramón, con el que humildemente aprendí a titular; mi hermano VH, al que le debo la maestría en InDesign y en primera página y mi querido Jhonny, con su olfato para las noticias, tan buen reportero como jefe, de pluma ágil y efectiva.
III
Pero he de confesar que en estos tiempos oscuros en los que tanto mi casa, El Nacional, como yo enfrentamos una prueba muy difícil, lo que me sigue alentando es el género de Opinión, que compartí tantos años con mi querido Argenis. A través de largas conversaciones y lecturas sugeridas, Martínez me fue llevando por el alma del periódico.
Tanto El Nacional como yo vamos a salir de lo que nos aqueja. Y será por eso que mi empeño sigue siendo mantener vivo lo que lo hacía único e irrepetible. Además de un estilo particular que todos cuidábamos cuando escribíamos, el correcto uso del lenguaje, la concisión, la precisión periodística, son las páginas de opinión abiertas a todas las corrientes como bien lo quiso Miguel Otero Silva, el editorial y la mancheta lo que le daban su identidad.
Lo mismo que disfrutaba tanto leer el doctor, lo mismo que tanto incomoda a los rojitos. Porque en los 77 años de vida el periódico ha acogido a firmas de todas las ideologías y formas de pensar. Las páginas de Opinión fueron siempre expresión de diversidad, y por eso molestan tanto a un régimen que se inspira y busca el pensamiento único.
Ya no existe la mancheta ni el «Zapatazo», desgraciadamente, pero quedamos columnistas y se publica diariamente el editorial. Hasta el último aliento, El Nacional siempre seguirá dando la cara.
@anammatute