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Sefarad

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«Sí», dijo el ujier, ”son acusados, todos.

Los que ves aquí, son acusados”.

«¿De veras?», dijo K. ”Entonces son

compañeros míos”.

Franz Kafka, El proceso

Sefarad es el título de un libro sobre una verdad contemporánea. Vocablo cambiante de larga data y muy complejo historial de siglos, fenómeno investigado por eminentes filólogos y analistas de la centuria XX hasta llegar a esta palabra, generalizada definición de la extensa cultura, estadía y expulsión de los judíos en 1492 por decreto de los españoles reyes católicos bajo las órdenes de aquel totalitario Estado Vaticano que no practicó el “amaos los unos a los otros.”

Por un impulso incontrolable busco releer esta obra subtitulada Novela de novelas (Alfaguara 2001), seiscientas páginas emocionalmente paridas, escritas con tinta de retenidas sangrantes lágrimas por el renombrado artista de la literatura española Antonio Muñoz Molina. Puedo saltar párrafos que milagrosamente recuerdo en su trama y con dificultad visual prosigo, quiero llegar a su esencia percibida por una millennial ochentosa que puede alcanzar su revisión desde las dos primeras feroces décadas de este milenio cuya seña principal es la de ser un planeta de refugiados.

Será por eso que en mi oído fantasioso de melómana incurable Sefarad suena a “Separad», como una orden proveniente de regímenes totalitarios con nombres distintos, incluso de tradición democrática, pero que apuntan a la misma dirección. Traducido a lenguaje diario significa: “Si no me obedeces te separo del resto, te excluyo de tu lugar natal o de identificación nacional y si no cruzas ya mismo esta frontera hacia el exterior, te elimino mediante hambruna, ejecución, peste forjada o desaparición sin justificaciones públicas. Es el mandato de nuestro rey y sus cortesanos ahora llamados jefe, caudillo, líder o presidente y su gabinete del único partido político al que se suman los otros grupos de igual  convicción y proceder”.

¿Será paranoia grave esta analogía típicamente judía? Quizá. No me importa. Trato de  volver a esta magistral fuente de letras capaz de fusionar experiencias de personas comunes y corrientes con personajes reales y ficticios perseguidos durante siglos, víctimas de marginamiento, abandono, maltrato, destierro forzado que se tornaron parias del globo terrestre, este que busca instalarse en otro planeta por curiosidad científica con un añadido turismo comercial y responde a un inconsciente del por si acaso, como una moderna Arca de Noé, nave que pueda salvar a sobrevivientes del diluvio universal de los apartheid y de la autodestrucción reflejada en las catástrofes que origina el cambio climático.

Antonio Muñoz Molina, mago escritor español, consigue ilustrar esta lacra de humanos deshumanizados mediante el truco literario de reunir en el tren transcontinental a víctimas como un anciano sefardita que escapa de su segundo exilio europeo; Franz Kafka, el profeta que captó este proceso y narró su criminalidad segregadora; su amante, Milena, rumbo al crematorio nazi; Primo Levy, buscado por la Gestapo y sobreviviente de Auschwitz; el antiguo comunista Willy Munzenberg bajo el espía estalinista, más múltiples pasajeros coincidentes y a su vez perseguidos por el otro régimen equivalente cuyo dios es «el Padrecito» Iosef  Stalin y su corte soviética, eterna NKVD de nuevas siglas.

¿Algo ha cambiado? Poco y a costa de una dificilísima solución racionalmente diseñada que nombran democracia, hoy a punto de sucumbir en el hemisferio occidental con su centro matriz castrocubano calcado en su protector comunismo ruso que con el zar Putin regresa al punto de partida.

Si el autor quisiera actualizar, a mi criterio de vieja lectora, esta su magna obra, si se pudiera reeditarla para ampliar los ejemplos que ahora se multiplican en cada suelo donde millones de  habitantes son silvestre  planta separada de sus raíces, sería de nuevo un texto veraz con testimonios abiertos.

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