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Secuelas del odio

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Los Miserables fue estrenada en la web del Trasnocho Cultural durante la celebración del Festival de Cine Francés.

La película pertenece a una nueva generación de realizadores del país galo, inspirados en los autores de la modernidad del siglo XX.

Con ellos comparten cuestiones críticas y de moral al momento de gestar proyectos independientes. Los diferencian un origen étnico distinto, el hecho de ser hijos de inmigrantes de la excolonias.

Así hemos visto surgir un grupo de directores periféricos de ascendencia africana, en pleno sistema industrial de la producción europea, donde participan y ganan certámenes competitivos.

Sin ir muy lejos, dos creadores afrodescendientes recibieron distinción en Cannes, cuando Parasite obtuvo la Palma de Oro.

Es el caso de Mati Diop por Atlantics, disponible en Netflix, y de la cinta Los Miserables del joven Ladj Ly, quien revisita las páginas de la novela de Víctor Hugo para narrar una historia personal sobre los desencuentros sociales en la ciudad luz, urbe de enormes brechas y contrastes.

París es el territorio de una guerra civil no declarada, entre guetos de bloques humildes y monumentos de la arquitectura clásica, niños olvidados y hombres duros al acecho de los agentes de la ley.

Por supuesto, el tejido fragmentado y la urgencia del relato manifiestan el apego por la herencia de posguerra, al concebir personajes y set pieces de una evidente familiaridad vanguardista, de lo estético a lo ético.

Por tanto, tal como asegura la profesora Malena Ferrer, la imagen de los niños rebeldes y terribles no es casual, en cuanto rebobina la memoria de Los 400 golpes de Francois Truffaut, así como de Cero en conducta de Jean Vigo.

El guion metaboliza las referencias en un argumento orgánico de enganche inmediato con la audiencia. Los planos documentales exponen el festejo de la selección nacional de fútbol en el Mundial de Rusia, alrededor de las calles del Arco del Triunfo, símbolo de unidad y fraternidad.

Pero el relato saldrá de inmediato de la galería Google de postales, para sumergirnos en el trauma del realismo más sucio y negro, cuyo estadio compagina con los hitos de El odio e Irreversible, viajes al fondo de las zonas del pánico y la distopía.

El terror anida a la vuelta de la esquina, espera sigiloso como un estallido imprevisible, desatando una ola de descontrol y caos.

Otra obra paralela sería la de la incómoda y abstracta Nocturama, filme de la implosión de un radicalismo anómico, siempre temido y latente, a cargo de adolescentes desarraigados.

Antes La clase de Laurent Cantent supo explicar, pedagógicamente, la incomunicación de los boomers ante las demandas de los millennials.

De igual manera, la polémica Cutties busca interpretar la alienación de las menores de edad, al adaptar los códigos exhibicionistas de la vida íntima a través del contagio viral.

Facebook e Instagram logran, entonces, traspasar de la pantalla al modelaje de conductas infantiles, en los cinturones de la pobreza.

Al respecto, Los Miserables coincide en el diagnóstico, mostrando en lugar de sentenciar de forma binaria.

La desaparición fellinesca de un León, un plot casi de un corto del Leos Carax de Holly Motors, provoca un trastorno de proporciones anárquicas y desastrosas, cual protesta nacida de un resentimiento mal canalizado y agenciado por el contexto político.

Los chicos, víctimas de la violencia institucional, responden al fuego con una escalada de agresiones incendiarias, siendo incapaces de romper con la rueda de la brutalidad policial.

Vislumbramos un reflejo de una situación anómala y naturalizada, la de las quemas y “riots” de los suburbios parisinos.

Es una venganza ciega y muda, carente de la visión heroica o paramilitar de La Batalla de Argel, por citar un ejemplo del mismo ámbito audiovisual.

En Los Miserables observamos que hay límites y problemas en la imposición de una justicia por la propia mano.

Al no conseguir desahogos e incentivos, los chicos no logran encontrar el círculo virtuoso de las admiradas estrellas del balompié, cayendo en el vicio de los linchamientos y ataques fuera de todo orden.

Un dron operado por un estudiante guarda el secreto de las faltas conjuntas, de los errores cometidos por los uniformados que deben brindar seguridad.

Las cámaras alternativas cumplen con denunciar lo censurado por los medios oficiales. Pronto la noticia se esparce como pólvora, por los celulares, generando una ola de indignación y toxicidad en los tiempos de la cólera.

La república escala su degradación democrática, asfixiada por revueltas focalizadas, carentes de la mínima conducción y orientación.

Difundamos el mensaje para hallar soluciones menos extremas y evitar catástrofes futuras en el planeta.

Aquí se crecen y robustecen los populistas de lado y lado. Mosca pues.

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