El sectarismo es la consumación del dominio extrapersonal con fines destructivos. Para formar una secta solo se requieren dos personas: una sagaz que afirme haber sido ungida por una providencia no táctil e imperceptible, entre tantas adventicias del imaginario popular, y otra impávida que será timada y difundirá una bienaventuranza.
La fricción sobre la yesca seca siempre enciende. Alguien «emisor-activo» infiere a su «receptor[a] pasivo[a]» haber «escuchado una voz» o «visto a un ser de otra dimensión» que le ha confiado «una tarea salvadora o exterminadora», según los casos, de la humanidad. A cualesquiera entre sus propósitos precederá la manipulación de la psiquis de individuos, que podrían ser persuadidos de cosas tan absurdas como amar a quien asesina porque «libera» y, con ello, «ofrenda» a ese ascendente: «mayor, principal o padre supremo» que [oculto] mira para reclamarles u ovacionarlos como «filius ecclesiae nova» [fieles de novísima iglesia]
Pero, no es tan fácil que la [flama] secta permanezca encendida. Requerirá finanzas, vehículos para transportarse, inmuebles, instrumentos letales para disuadir o intimidar, barata e ingenua servidumbre y estrategias propagandísticas.
Un soldado le dice a su compañero de habitación que tuvo una «revelación cuartelaria» según la cual, mediante la «rebelión armada», debían asaltar el palacio del gobierno nacional para asumir el poder financiero-político-militar en la república y rescatar la democracia socavada por corruptos.
«[…] Vi a un barbado que emanaba luces, untó mi casco con un aceite y me dijo: -Plugo, muchacho, a mí pluguiese convoques una insurrección y mates a los infieles que impiden el crecimiento de mi iglesia revolucionaria. Te he nombrado pontífice […]» -esa es la fricción que enciende la yesca en cualquier patria-.
En el curso de mi existencia, he conocido de «vista, trato y comunicación» a sectarios. En la década de los años setenta del siglo XX alojé en mi apartamento a miembros de la norteamericana Los Niños de Dios. Ya extinta, porque esos vástagos de la unción cristiana no recibieron la «Pócima Juventud Eterna» que les habían prometido. Estarán muertos o viejos como yo. Integrada por chicas y jóvenes muy pacíficos. Viajaban sin dinero, mínima vestimenta, biblias y lograban cobijo. Yo se los di durante una semana en el primer apartamento que ocupé en la ciudad de Mérida, Venezuela. Antes, en Estados Unidos, tuve vínculos con otra nada religiosa de la cual, con sagacidad, me aparté.
En Venezuela [década de los años noventa], algunos maliciosos intelectuales propagaron que yo era uno de los escritores «ideólogos de la secta satánica Briceñoguerreroiana» en boga en la ciudad de Mérida. Cierto que el fallecido profesor y filósofo José Manuel Briceño Guerrero tuvo seguidores y discípulos, pero no fui uno de ellos. Éramos respetuosos amigos, platicábamos en el Rectorado de la Universidad de los Andes sobre distintos temas. Pero, Satán no fue el principal, sino la Filosofía. Ese infundio en contra de nuestras reputaciones se debió a la aparición de mi https://es.scribd.com/document/369324757/Dionisia-Novela-Por-a-j-Ure-Digitalizada-2018, publicada por nuestra vetusta casa de estudios superiores, 1993.
@jurescritor