OPINIÓN

¿Se va Chile a pique?

por Beatriz De Majo Beatriz De Majo

Que un país estable y de economía progresista como Chile esté siendo víctima de una violencia callejera de gran potencia y con alta capacidad desestabilizadora, es más de lo que los politólogos podían anticipar.

El presidente de Interamerican Dialogue, Michael Schifter, pone el dedo en la llaga cuando se un entrevistador le interroga sobre el tema: “La simple alza del boleto del Metro de apenas poco más de 3% devolvió a Chile al escenario tumultuoso de la política latinoamericana, del que se creía a salvo ese exitoso modelo amasado, por izquierda y derecha, desde el fin de la dictadura de Augusto Pinochet. ¿Se puede esto interpretar como un ticket al pasado?

La opinión del destacado internacionalista se divorcia de muchas de las tesis que, de entrada, le asignan a la fractura social chilena la causa de las revueltas. Es necesario ir más lejos, dice Schifter, porque las desigualdades están en la propia raíz histórica de todos los países del continente. No es un fenómeno chileno únicamente. Los reclamos de estos días, si tienen que ver con corrupción e inseguridad, dos otras lacras que se comparten por doquier en las naciones del área, tampoco son ellas el epicentro del malestar colectivo.

Lo que parece estar en la esencia de una trifulca que carece de líderes es un gran desaliento, ofuscación y malestar por una manera de gobernar que es adversada por las clases medias, estudiantes y jóvenes. El ciudadano chileno no batalla ni por estabilidad ni por democracia. Lo que lo moviliza es la percepción de un futuro incierto en extremo para cada individuo del común. Una suerte de falta de coincidencia entre la administración y los administrados en lo atinente a la atención de las necesidades de la población es lo que provoca la ofuscación y la violencia del reclamo.

Chile es demostrativo del progreso económico que ha sido articulado por gobiernos tanto de izquierda como de derecha, al igual que el goce de libertades, la modernización y tecnificación del país y su inserción en la escena global donde protagoniza significativos intercambios. Ello sin embargo ha estado fallando de uno y otro lado de los modelos políticos de desarrollo al no garantizar una formación para el trabajo que ayude al hombre de la calle a progresar y a mirar con confianza su propio devenir. También falla al no producir una fórmula eficiente para evitar que el futuro de las nuevas generaciones se encuentre hipotecado por el sacrosanto deber de mantener a los mayores. Los reclamos son los mismos que en todas partes: educación económicamente accesible, salud pública de calidad, transporte urbano adecuado y precios solidarios para los productos básicos. De allí que sean las clases medias quienes estén al frente de las exigencias.

Todo lo anterior es lo que configura una sensación de fatalidad, de donde nace el deseo de contar con un nuevo contrato social que apunte a resolver problemas que han pasado de una administración a otra y el sentimiento más o menos generalizado  que una nueva Constitución contribuiría a ordenar este juego.

¿Está el gobierno de Sebastián Piñera en un callejón sin salida en el que ni quisiera cuenta con un interlocutor para interactuar? Hasta aquí no se podría decir que Chile está al borde de un abismo. Todos los reclamos sociales son posibles de asumir por un gobierno responsable motivado por una sociedad exigente y recursos que no les faltarán.

Sin embargo, en la medida en que el tiempo pasa existe cada vez más la certeza de que elementos ajenos a la vida política chilena han blandido la bandera de las desigualdades para justificar atroces atentados que les han dejado 5.000 millones de dólares en pérdidas a los chilenos. Esta si es la otra cara de la moneda. Los actos de vandalismo y la criminalidad que han acompañado las protestas antisistema que inicialmente tenían vocación pacífica. ¿Está detrás de ello la mano de La Habana o del Foro de Sao Paulo, del perseguido régimen de Maduro y de sus acólitos o hasta de Rusia? No pasará mucho antes de que se sepa con toda certeza la existencia de un tinglado desestabilizador.

La evolución de la crisis chilena va a depender de la capacidad de sus actuales líderes de ponerle coto a estas fuerzas del mal, pero sobre todo de reestablecer la conexión con sus nacionales. El corolario de estas protestas para el chileno que se siente poco beneficiado de la estabilidad y el centrismo va a ser un ambiente político en el que los extremos pueden salir fortalecidos. Solo que después de los pasados destrozos y bajas humanas cuesta creer que quien salga ganador sea la extrema izquierda.