Maduro dice que el próximo lunes, mañana, va a comenzar en Venezuela el proceso de normalización regulado del confinamiento contra la pandemia. En otras palabras, que ya lo peor pasó y que iniciamos, estabilizados, el camino hacia el nuevo e insondable horizonte planetario. No es que lo leí –todo lo que uno lee en el país, al menos hay que chequearlo bien, hasta los poemas de Rafael Cadenas– lo vi y lo oí en TV.
Ahora bien, ese mismo día como primer titular de El País y en portales nacionales aparece la noticia espeluznante de que Human Rights Watch pide que, con la mayor urgencia, el mundo se aboque al caso venezolano porque ha comenzado a multiplicarse el virus a una velocidad alarmante, además de producirse en un país con una economía destruida, por tanto con un paupérrimo sistema de salud. Parapléjico sin gasolina y, sobre todo, con 5 millones de migrantes, unos pocos miles de vuelta y otros que siguen saliendo, y que son potenciales y poderosos agentes transmisores del virus en el resto de la frágil región latinoamericana. “Solo una respuesta a gran escala liderada por la ONU” pudiese paliar un tanto el destino trágico que pareciese ser el nuestro y, precisan y reiteran, no debería ser manejada por el gobierno para llegar adonde se quiere y no a los bolsillos oficialistas.
También ese día la canciller de España, tarea que debe ser poco común para su cargo, publica un artículo en el mismo diario en el que muy sobriamente pide que se socorra a los migrantes venezolanos, no solo por su desgraciada condición sino para ayudar a los países a los que han llegado la mayoría que también ellos padecen el mal, y no son tampoco demasiado prósperos para soportar sin sacrificios esa carga adicional a sus carencias, “un reto descomunal…miles de venezolanos saliendo diariamente de su país en los últimos años, los gobiernos receptores han visto cómo sus sistemas de salud y de educación quedaban desbordados en las zonas de concentración de los desplazados, y cómo sus instituciones se tensionan para evitar que los servicios públicos, incluyendo la seguridad, cedan ante el peso que están soportando”. He allí el problema mayor que debe enfrentar ahora la dictadura madurista, no solo ser la destructora de este país sino una seria amenaza sanitaria para el subcontinente. Ello acentúa su incapacidad para vincularse con la comunidad democrática internacional que conoce de sus desmanes de toda laya y su incapacidad para reparar medianamente los daños que han destruido este país, no ha tanto digamos que más bien saludable. Y que realmente teme una demolición mayor y que se convierta en un contagiador de alto calibre para el subcontinente.
Como se sabe, y aquí son hechos y no palabras, la Unión Europea y España, con el auspicio de la ONU, decidieron hacer una reunión de cuarenta países para recolectar fondos a fin de atender esos millones de migrantes venezolanos, lejos de Dios y de la patria. Se diría que fue exitosa y se recaudaron 3.000 millones de dólares que no son poca cosa en estas latitudes. Esto indica la preocupación del mundo democrático internacional por nuestros pesares, somos la segunda migración mundial después de la crucificada Siria, y de las más desatendidas.
Todo esto basta para mostrar la soledad creciente de Maduro y la conciencia mundial de lo que aquí sucede. Pero este no se rinde ni por las malas ni por las buenas. Estas últimas contenidas en el marco de la transición ofrecido por Estados Unidos, réplica ampliada con ventajas para la dictadura, del propuesto por la oposición en el diálogo noruego. Antes por el contrario ha aprovechado la muy alargada cuarentena para redoblar la represión y acabar de derrumbar los últimos vestigios del Estado de Derecho. La farsa grotesca de la inverosímil invasión de 15 personas; la sentencia sobre la Asamblea que avala una directiva de malhechores que la asaltaron; la persecución judicial contra Voluntad Popular, convertida de la noche a la mañana en grupo terrorista; prisiones y persecuciones sin forma jurídica alguna; ataques inmisericordes contra la libertad de expresión, “hermandad” con el lejano y conflictivo Irán y, de esas anécdotas que sin duda pasarán a la pequeña historia, amenazas policiales contra la Academia de Ciencias por difundir saber.
Estamos. pues, como las malas películas gringas, dándonos puñetazos al borde de un rascacielos o de un abismo natural. Esto debe estar por terminar, bien o mal. Siempre gana el bien, pero en Hollywood.
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