Una de las desastrosas consecuencias de la guerra entre Rusia y Ucrania, si no se hace un esfuerzo superlativo por impedirlo, será el debilitamiento de la unidad europea. No quiere esto decir que se encuentra al borde del colapso la más importante consolidación de voluntades de un grupo de naciones que han sabido sacarle provecho a sus fortalezas, convivir con sus debilidades y producir bienestar para millones de ciudadanos. La criminal invasión de Ucrania por los rusos y el ataque energético puesto en marcha desde Moscú para defenderse de las sanciones del mundo occidental está haciendo mucha mella en la capacidad del club de los 27 de idear y mantener políticas conjuntas en terrenos estratégicos.
Las manifestaciones de una solidaridad inexpugnable evidenciada al inicio de la guerra y de la crisis energética provocada por Moscú están dando paso, varios meses después, a la adopción de medidas que afectarán de manera diferente a cada uno de los socios comunitarios. Por primera vez en su recorrido político de varias décadas se han llegado a pactar fórmulas de ahorro energético, decisiones de racionamiento cuando ello se haga imperativo, o incluso se han avanzado ideas sobre mecanismos de intervención por parte del Banco Central Europeo ante el riesgo de espirales especulativas que amenacen la estabilidad de algún socio o incluso si el euro llega a debilitarse más allá de límites razonables.
La realidad, sin embargo, es que al margen de la letra de lo convenido, los cortes de energía son y serán voluntarios. Frente a las debilidades que cada Estado irá experimentando, este pacto se irá adaptando a las necesidades particulares en función de la afectación de cada uno.
Lo que está a la vuelta de la esquina, si las condiciones de los recortes rusos no varían, es una inflación desbocada en toda Europa y el peligro de una recesión generalizada. Cada gobierno comenzará a sentir los ataques de su ciudadanía frente a la disminución de su capacidad de compra, la incapacidad de hacer frente a los gastos, el deterioro de su calidad de vida. Ello, indefectiblemente, traerá como consecuencia la pérdida de arraigo de los liderazgos políticos y desapegos importantes de la ciudadanía de sus gobernantes.
Lo que está sobre el tapete no es solo la manera de manejar la escasez de energía y las consecuencias económicas y sociales para la población de cada uno de los asociados -esta es posiblemente la más apremiante- sino además la asunción de una posición conjunta frente a la agresión rusa, la ayuda militar que es preciso acordar a Kiev, la posición de OTAN ante a la invasión a Crimea, la solidaridad con Estados Unidos y la diplomacia a poner en ejecución ante la ayuda ofrecida por Pekín a Moscú. Estos dos temas requieren de actuación conjunta y coordinada.
El Consejo Europeo de Relaciones Internacionales, uno de los mejores centros de pensamiento político de la actualidad, afirma que hoy ya se han formado dos grandes toletes de naciones dentro de la Europa de los 27. Italia, Alemania, Francia y Rumanía estarían, según el CERI, a la cabeza de una solución negociada con Rusia, mientras Reino Unido, Finlandia, Polonia y Portugal lideran una línea estricta que preconiza la justicia pura y dura. Los demás Estados se alinean en torno a estas dos posiciones con variadas tonalidades de gris. Pero el asunto tiende a prolongarse porque el debilitamiento ruso aún no muestra signos determinantes.
Así, mientras se fragua una solución de paz conveniente para el común denominador que se encuentra cada vez mas diluido, lo que se está orquestando en el seno de la coalición es la prolongación de las presiones energéticas rusas, lo que puede tener consecuencias nefastas al interior de los países más vulnerables.
En el mismo orden en que las crisis energéticas se vayan evidenciando en cada país, las diferencias entre los socios se irán haciendo más y más insalvables también en cuanto al abordaje de una salida para el conflicto armado. Y Moscú no vacilará en utilizar el debilitamiento de la solidaridad para atraer a los más vulnerables a mediar con Kiev a favor de concesiones inconvenientes.
Europa, pues, tiene frente a sí el más importante de los retos de su trayectoria.
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