Nada es accidental. Destruir para construir la revolución bonita es el objetivo. El régimen también quebró el aula venezolana. A la consabida incompetencia de sus burócratas, se ha sumado el deliberado propósito de dejar que se hunda el barco de la educación venezolana que antes era vistoso, pujante y exitoso.»Estudie, mijito, estudie», era el consejo que los padres daban a sus hijos. La movilidad social en Venezuela le debe mucho a la educación pública de calidad con grandes centros educativos, como el Simón Bolívar en el Táchira, Udón Pérez en el Zulia, Andrés Bello en Caracas, por nombrar algunos que, junto a la del sector privado que competía para equiparse, permitieron que “el hijo de cualquier vecina”, como decimos los venezolanos, se convirtiera en un celebrado y reconocido médico o ingeniero.
En la destrucción de nuestra educación, este régimen utilizó, además, dos aliados: la hiperinflación y el hampa común; ambas contribuyeron a la masiva y casi total deserción escolar, la cual incluyó a la rama profesional docente del sistema. No había manera, por una parte, de comprarle útiles y uniformes al niño, pagarle transporte y medio alimentarlo para que asistiese a clases, y para las familias más numerosas se complicaba la situación. De igual manera, con los salarios miserables que recibían ―y aun reciben los docentes―, no era fácil que alguien pudiese desplazarse a su sitio de trabajo para impartir clases. Y, encima de todo, la delincuencia acechaba a todos para quitarle hasta la vida misma.
Hoy día, la depauperada clase media, a duras penas, puede pagar un colegio privado para los muchachos, pues con la economía de pandemia la producción económica se ha reducido a su mínima expresión. Además, los centros educativos se han mercantilizado, y no en beneficios de los maestros y del personal que allí labora. La familia y los pocos docentes que quedan tienen la gran responsabilidad de educar al reducido número de niños privilegiados que tienen acceso a la escuela, ya que aún sus padres tienen la capacidad de pagar exorbitantes mensualidades. Para aquellas familias que tienen más de un hijo, las cosas se complican porque hay que estirar más el dinero, montar una estructura tecnológica en la casa, pues los horarios coinciden y los implementos varían: teléfonos, tablas o tabletas, computadoras, así como, además, un acceso a internet con señal aceptable
En los sectores populares ni la telefonía de Cantv funciona y no hay para los “lujos” electrónicos. Entonces, simplemente, el niño no recibe clases y tiene por única escuela la calle, el trabajo temprano para ayudar en la subsistencia de su casa o el grupo antisocial o la pandilla del barrio que lo recluta para delinquir tempranamente. Mientras tanto, el papá o la mamá, que en algunos casos hace también de papá, debe vender café o cigarrillos, empanadas o cualquier otra cosa en las vías públicas, si se lo permiten, pues, cerca, muy cerca, acecha el temible virus del covid-19.
Puede decirse que la pandemia mostró completamente el panorama educativo: el régimen ha quebrado la educación en Venezuela. Y, a pesar de la inmensa brecha digital, habida cuenta de nuestro atraso tecnológico, es el propio régimen el que se ufana de una educación virtual la cual es una consigna demagógica porque su propósito no es educar, por el contrario, es mantener a la población al margen de cualquier progreso y a las expectativas de las dádivas que puedan recibir y de esta forma seguir en el poder que es su único fin. Pero esto debe cambiar, puesto que la Venezuela libre es un hecho que existe, resiste y persiste. El pueblo que aún se mantiene de pie, espera que la dirigencia unida presente una propuesta clara, con la ayuda de los gobiernos democráticos que ya entendieron que estamos bajo el yugo un régimen autoritario.
@freddyamarcano