Los dictadores no saben leer y suelen desconocer esta simple -sólo en apariencia- frase: “Se me pasó mi hora”. La realidad termina indefectiblemente golpeando a los gamonales que decidieron marchar a contrapelo de la historia y terminaron condenados, por su desvarío, en la repulsa colectiva y yaciendo eternamente en el cementerio del olvido.
Hay que verse en el espejo de Alberto Fujimori, quien acaba de fallecer a los 86 años.
Al cabo de dos años de haber accedido al poder, en 1990, por el voto popular, resolvió, infaustamente, cerrar el Congreso y destituir a una porción importante de jueces.
Se reeligió por tercera vez, no le fueron suficientes 10 años instalado en la presidencia, y se llevó por el medio la Constitución perpetrando una monumental trampa. No le quedó otra debido al rechazo popular, sino de salir huyendo en el avión presidencial hasta Tokio, desde donde le tocó la indigna y humillante tarea de renunciar a la presidencia mediante un fax.
Permaneció allí 5 años, sin problemas, porque gozaba de la nacionalidad japonesa. Se había sobrestimado, primeramente, al realizar una trampa evidente y posteriormente por creer, equivocadamente, que gozaba de la misma popularidad de la cual disfrutó, ciertamente, ante los peruanos en los primeros años en el poder. Esto lo animó a regresar al Perú y fue apresado en Chile al hacer escala y luego extraditado a su patria.
Del año 2000 hasta 2004, permaneció prácticamente encarcelado. Su error en la interpretación de su hora no le dejó apreciar claramente el mejor panorama y futuro, que era el de vivir sus años finales en Tokio y se hubiere evitado el carcelazo. Sin duda el apetito desmedido de permanecer en el poder nubla la mente y envenena el alma.
Los dictadores al morir no merecen el aplauso de sus pueblos, su falta de cultura democrática los impulsa a aniquilar al mejor sistema político desde las mismas entrañas del poder. No tienen compromiso con la cultura de la libertad, la democracia reparte el poder para que nadie lo disponga absolutamente. Son ignorantes de la historia y no alcanzan a vislumbrar su triste final. Por no saber dar un paso al costado incurrieron en dañar a su país y a las sucesivas generaciones.
Estas consideraciones aplican al intergaláctico y a los usurpadores del poder. No hay fuerza mayor como la libre expresión de la voluntad popular, lo cual se verificó en Venezuela y ha sido reconocido por el mundo democrático.
El régimen debe saber oír, por su bien, los aldabonazos de la historia: Ya pasó su hora y terminó su ciclo en el poder.
¡Libertad para Javier Tarazona, los policías metropolitanos, los comandos de Vente, Rocío San Miguel, Dignora Hernández, Henry Alviarez, Carlos Julio Rojas y los hermanos Guevara! ¡No más prisioneros políticos, torturados, asesinados ni exiliados!
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