La historia de nuestro país ha estado indisolublemente ligada durante el último siglo al petróleo. Y esta historia cumple muy pronto un siglo.
Para bien, por la riqueza enorme que trajo a nuestro país esta industria. No solamente en lo económico, sino en lo tecnológico, en lo intelectual, en lo educativo.
Y para mal, ya sabemos por qué. La ambición de echarle el guante a este recurso tan valioso, el malgastar la afluencia financiera que trajo, el no ver más allá de lo obvio y evidente, ha puesto una capa sobre otra en la desgracia de esta tierra.
El Barroso II o R 4 fue el pozo que reveló el potencial petrolero de Venezuela. Se activó –o reventó, en jerga petrolera- en la madrugada del 14 de diciembre de 1922, con un rugido que despertó a los pobladores.
Así se dio inicio a la explotación comercial del campo “La Rosa”, en las inmediaciones de la zuliana población de Cabimas.
Con la precaria tecnología de la época, fue muy complicado perforarlo, y por supuesto no se sabía lo que se iba a encontrar allí, como se puede conocer el día de hoy. Lo cierto es que un poderoso chorro del hidrocarburo voló todos los aparatos de perforación por el aire, provocando que su cresta se viera desde la otra orilla del lago de Maracaibo, según refirieron en la época quienes pudieron verlo.
Los extranjeros presentes aseguraron que alcanzó la altura de un rascacielos. Brotaron, sin control alguno, más de 100.000 barriles diarios por 9 días consecutivos. La noticia de lo que había ocurrido en Venezuela le dio la vuelta al mundo.
Así comenzó la inesperada fortuna de nuestro país. Una nación rural, con elevados índices de analfabetismo y poblada de enfermedades, se transformó en menos de 50 años en una referencia para el continente.
Los sucesivos gobiernos fueron tomando cada vez más control de una industria de la cual sabíamos pocos y que muchos aprovecharon para beneficio personal en sus comienzos.
Ciertamente, y recordando aquel famoso editorial firmado por Arturo Uslar Pietri, no se sembró el petróleo de la manera más provechosa y nos faltó mucho por hacer en este sentido.
Pero también es verdad que comenzamos a ver escuelas, universidades, hospitales, autopistas. Que hubo becas para que los mejores fueran a formarse con los conocimientos más recientes y los trajeran al país.
Finalmente, nació Petróleos de Venezuela, a raíz de la nacionalización del recurso natural, a mediados de los años setenta. Con el control total de la industria, se inició un experimento cuyo éxito fue reconocido a nivel mundial.
Tuvimos una compañía petrolera perteneciente al Estado venezolano con un nivel de excelencia tal, que podía codearse de tú a tú con las grandes petroleras del mundo. Y sí, nuestra Pdvsa era orgullo nacional. Llegó a estar posicionada como la quinta empresa petrolera más importante del planeta.
Incluso, se llegó a utilizar una palabra muy acertada para definir el progreso interno de sus empleados: meritocracia. Se ascendía por mérito. Un vocablo que luego fue satanizado por quienes preferían el ascenso basado en lealtades políticas, desplazando a la formación y el conocimiento.
Ese garrafal error es el que estamos pagando hoy con una Pdvsa que más bien parece el ánima en pena de lo que alguna vez fue.
Las noticias actuales de la industria son descorazonadoras. Derrames, incendios de instalaciones, su personal capacitado prestando servicio en otros países; mientras aquí se carece de verdaderos gerentes y especialistas en la materia.
Adicionalmente, las cifras actuales de producción y exportación están muy lejanas de ser aquellas que una vez alcanzamos, en tiempos más prósperos de nuestra nación. Y, por otro lado, la riqueza proveniente del petróleo no se sembró.
Estamos sentados sobre las que alguna vez fueron calificadas como las reservas de petróleo más grandes del mundo; pero en la actualidad no tenemos la capacidad para aprovecharlas.
Y para colmo, con la búsqueda de energías limpias y renovables, podemos estar muy cerca del final del ciclo petrolero en la historia universal. No aprovechamos los últimos años de oro para este recurso, una oportunidad que no volverá.
Los viejos logros se alcanzaron administrando a Pdvsa como lo que debe ser: una empresa. Lo esencial era la productividad, y el conocimiento para impulsarla. Las luchas intestinas por el poder hicieron perder el foco sobre lo que realmente es la razón de ser de nuestra petrolera. Y con ello, se perdió el rumbo.
Aún estamos a tiempo. Hay que convocar a los mejores profesionales y escucharlos, dejarlos hacer. Tenemos que aprovechar lo que puede ser el ciclo final de los años del petróleo en el mundo. Y sembrar su producto, como recomendara Uslar hace casi un siglo. Los cambios deben ser radicales y audaces. ¿Habrá la voluntad de hacerlos?