Comencé a llamarla María y a escribir mil novecientos en números romanos (una manera que tiene Alberto Valero para nombrarla desde Varsovia) porque ella misma con sus manifestaciones públicas se ha despojado de sus orígenes, nivel social y situaciones familiares para convertirse en María, la mujer venezolana que siempre he querido conocer y sentir a mi lado. María en iluminada mayúscula es la nueva mujer que desde hace años está surgiendo en el país venezolano. Deja atrás no solo su segundo nombre y su propio apellido sino que trata denodadamente de despertar a la mujer sumisa, iletrada, abandonada a sí misma, beata ama de casa dependiente del macho alevoso y perturbador pero mostrándole un mejor destino. En su camino también está el macho que se las sabe todas. La mujer independiente, dueña de una sintaxis y de una inteligencia que estremece por su altura y por su fascinante capacidad de superar todos y cada uno de los numerosos obstáculos que el despiadado, pero asombrado y asustado régimen autoritario dispone para detener su enérgico paso por el país.
Nada la detiene porque su decisión es «seguir hasta el final» y el autoritarismo ha terminado por comprender y aceptar que todo lo que haga para obstaculizar el empeño libertario y justiciero de María se le revierte y es como si al mismo tiempo que frena y agrede, estuviera sosteniendo la pala con la que cava su propia fosa.
Un oscuro y mediocre funcionario firma un absurdo documento que inhabilita a Mil novecientos, pero María sigue adelante y el régimen calla pero continúa ofendiéndola. La agrede, le impide desplazarse en avión y la hostiga de manera inclemente, porque además es mujer, pero los seguidores de María repelen a los toscos y primitivos agresores; la protegen y María mira a quienes la agreden y al mirarlos se dan cuenta de que ellos y quienes ordenan los abusos desconocen el honor y la dignidad.
¡María nos representa! Es una nueva visión política que busca recuperar y restablecer al desasistido país que somos, rehacerlo; esquivar la resonante pero vacía retórica política que tanto nos ha aturdido en democracia o en dictadura. Y siento que hay certeza y verdad en María porque es mujer independiente y es ahora cuando el machismo venezolano ha comenzado a reconocer a la mujer, a darle paso, a aceptar que ella es ser.
Y es lo que estamos haciendo: permitir que María siga adelante hasta el final y nos libere. Es comprensible y saludable que los candidatos que no logren el deseado éxito en las primarias apoyen decididamente al ganador contribuyendo juntos a la recuperación del país.
Sé que una votación electoral debe ser secreta, pero en este caso me hago el idiota del barrio y grito a toda hora que si mi candidata está inhabilitada voto por ella; que si no hay primarias porque el régimen, temeroso, las suprime en una maniobra que evidenciará su miedo y debilidad, también votaré por ella y con ella seguiré hasta el final.
Siempre recordaré la vez que María se enfrentó a Hugo Chávez porque mostró una salvaje pero serena valentía e implacable sentido de honor y de justicia; no le exigió que fuera varón como pidió en su momento el presidente Uribe de Colombia, ni lo mandó a callar como le exigió el rey de España, pero se le enfrentó y lo puso en su sitio. Registró para la historia la insólita imagen de la mujer que mira al macho prepotente y vulgar y le enseña honor y dignidad.
Entonces comparé a María con Antígona, el personaje dramático de Sófocles. Antígona es hija de Edipo y Yocasta que desafía la ley impuesta por su tío Creonte, rey tiránico y cruel que prohíbe honrar a Polinices, difunto hermano de Antígona, dándole sepultura; ¡su cuerpo debe permanecer insepulto!, pero Antígona a la vista de todos entierra a su hermano a costa de su propia vida. Condenada por Creonte a ser encerrada en una tumba, Antígona pone fin a su vida ahorcándose.
Antígona plantea un conflicto vigente todavía hoy: la oposición entre la ética y lo que se cree políticamente correcto; y al enfrentar al régimen militar autoritario, María está devolviéndole la vida a Antígona, liberándola, rescatándola de su injusto destino infeliz y, al mismo tiempo, nos está conduciendo hacia un nuevo y espléndido horizonte. Y yo, personalmente, la aplaudo y repito: seguiré con ella hasta el final.
¿Qué ocurrirá entonces? Ocurrirá, y vuelvo a decirlo, que todos nosotros, juntos, con María, es decir, con Mil novecientos; ¡con una persistente e inteligente mujer llamada María Corina Machado, navegaremos hacia el sol!