Es emblemático el triunfo de Carlos Fernando Galán, del Nuevo Liberalismo, en Bogotá

Colombia se expresó el pasado domingo como el país siempre ha sido en lo político: uno de tradiciones. La ciudadanía no solo acudió a la justa a escoger entre los candidatos a quienes se encargará administrar las regiones. Cada colombiano que se acercó a las urnas tenía en su cabeza la actuación atinada o desatinada de quien maneja al país desde hace 14 meses. El resultado es un nuevo mapa político y para Gustavo Petro el revés es de consideración. Más le vale tenerlo presente para el resto de su mandato.

El desgaste de la imagen del primer presidente de izquierda del país influyó en el ánimo del mismo electorado que hace un año le dio más de la mitad de los votos en una segunda vuelta presidencial. La desaprobación del cordobés superaba el 60% según la más reciente encuesta de Invamer. Bloomberg fue quien mejor lo definió cuando aseguró que “el país le dio la espalda a través del apoyo a sus opositores y grandes contradictores”. Su peor varapalo vino de cuatro ciudades emblemáticas: Bogotá, la capital que había ya transitado una administración de izquierda; Medellín, la urbe más industriosa y el departamento más golpeado por la desinversión; Cali y Buenaventura, los enclaves orientados hacia el Pacífico con presencia empresarial relevante. Barranquilla no se quedó atrás y no le brindó ni una brizna de confianza: de nuevo el favor fue para el centro-derecha.

Los candidatos que triunfaron en las principales alcaldías y gobernaciones, provienen de la política y de las estructuras más tradicionales. Entre ellos, es emblemática la victoria de Carlos Fernando Galán en Bogotá y de Fico Gutiérrez –ex candidato presidencial- en Medellín. Por esta razón los departamentos, municipios y distritos con sus votos frenarán la ola de transformaciones iniciadas desde el Palacio de Nariño. El mensaje en ese terreno quedó claro: Colombia no se inclina hacia cambios radicales ni abraza proyectos atrabiliarios, por novedosos que luzcan. Me atrevo a afirmar que la votación en la capital la perdió el gobierno gracias a la diatriba que suscitó su aberrante proyecto de cambios en la principal mega-obra de la ciudad, la primera línea de metro.

El diario de la BBC se lo puso clarito en excelente su análisis de lo ocurrido: “En general los colombianos, preocupados por la seguridad y la economía familiar según las encuestas, optaron por opciones que aspiran a la estabilidad, a lo conocido, a resolver sus líos diarios más que a cambiar de fondo al país”.

Con este resultado electoral también queda muy mal parada la “Paz Total”, el as bajo la manga del exguerrillero, un proyecto controvertido en extremo a través del cual el Presidente proponía hacer de Colombia un país renovado y tranquilo en poco tiempo gracias a acuerdos que tenía planeado armar tanto con el ELN como las disidencias de las FARC, pero que tampoco han avanzado en el sentido de lo prometido. Los traspiés protagonizados por el propio Petro a lo largo de los últimos meses le hicieron ver a la ciudadanía que la desactivación del conflicto armado- viejo ya de seis décadas- no está a la vuelta de la esquina y que, al mismo tiempo, las organizaciones ilegales y sus líderes han conseguido sitiales muy preferentes en el proceso de diálogo.

A pocas horas del cierre de los comicios, Petro se dirigió a los colombianos diciendo que “el país votó pensando en el futuro”, pero el mandatario desconoce el verdadero significado de sus palabras. Lo que ganó en Colombia fue la ortodoxia y, a menos que el presidente aprenda de esta lección, el futuro de las izquierdas en su país está seriamente comprometido.  Sus compatriotas se lo pusieron claro: el país no se deja encantar por cantos de sirena.


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