La llegada de Xi Jinping a la cabeza del gobierno y del PC chino en 2013 marcó una nueva etapa en la conducción de la dinámica nacional. Incentivar el consumo se convirtió en una religión. El ciudadano chino, ahora con mejor salario, pasó a ser víctima de la fiebre del consumo. La realidad es que el hecho de que los internautas chinos compren en las redes volúmenes que superan con creces a los de los norteamericanos no es un milagro sino la consecuencia de una política de apertura a lo tecnológico que, sabiamente controlado, estimula a consumir.
Pero mantener una tendencia sostenida es un verdadero quebradero de cabeza, ya que es preciso que a nivel personal y familiar se ahorre menos. Y la falta de un sistema de seguridad social hace que el hombre de la calle no tenga confianza en el futuro, por lo que el ahorro preventivo supera en China al del resto del mundo: 40% del producto interno.
El sector de la construcción conoció un frenético desarrollo en los últimos años y esto estuvo jalonando la economía durante al menos dos décadas, pero también en la hora actual acusa las dificultades del desconsumo y los precios de los inmuebles se han venido al suelo con la consecuencia del desestímulo inmediato de la inversión. La desaceleración de este sector ha penalizado evidentemente los ingresos de las economías regionales y castiga, por igual, el gasto social.
Hoy en día la estructura de la población china es un quebradero de cabeza para el gobierno. El desarrollo de la franja costera estimuló colosales migraciones del campo a las ciudades, pero subsiste aun más de un tercio de la ciudadanía que se concentra en áreas rurales. La pirámide poblacional del conjunto muestra hoy que casi un 40% de la población supera los 50 años y el crecimiento es negativo a partir del año pasado.
Acontecimientos recientes como la pandemia y la paralización de las actividades que trajo consigo, además del efecto recesivo de la guerra de Ucrania sobre la economía planetaria, han estado contribuyendo a que la recuperación del crecimiento de un país volcado hacia el exterior sea lenta. Las exportaciones se han debilitado mientras la inflación que experimentan sus clientes sigue siendo indomable. Y la alianza de Pekín con Moscú genera reticencia en el mundo occidental lo que provoca desconfianza en los capitales y una ralentización del flujo de inversiones.
Pero el fin de la bonanza china no está cerca. Los problemas que enfrenta son muchos- tan graves como los del viraje que emprendieron Den y Xi- pero los recursos también son gigantescos. La mano de hierro que han mantenido los gobiernos y el PC sobre su ciudadanía y sus variables no les ha resultado equivocada desde el punto de vista de mantener un ritmo y generar solidez económica en muchos sectores. La falta de una conducta recta en el terreno de lo tecnológico les ha facilitado acceder a las mejores herramientas en el terreno industrial.
El que la tasa de expansión del PIB del gran dragón de Asia sea hoy, en efecto, más lenta que hace unos años –frente al 9% promedio de antaño, en 2023 alcanzarán solo 5,5%- se explica a través de equivocaciones en ciertas políticas económicas, pero es muy equivocado pensar que crecer a menor ritmo es signo de recesión y que no es posible corregir el rumbo.