La acción totalitaria de todo tiempo repite una sola oración o mandato y sus esclavos obedecen lo mismo en monarquía, tiranía, autoritarismo y dictadura. Su absoluta carencia de empatía moral, ética o sentimental para lo que piensa, siente y necesita el prójimo adversario es de raíz, puede simular cambios tolerantes frente a situaciones límite que la debilitan o liquidan, pero son provisionales porque su esencia es el aterrador dogma encarnado en un dios, rey, héroe, jefe o caudillo propietario del mito controlador de su tribu adoctrinada y autómata.
La Revolución francesa del siglo XVIII se fundó sobre la iIustración de filósofos racionalistas y academias para revertir aquel ancestral, arbitrario abuso individualizado y mediante lógicas normas repartir el poder político en tres instancias –ejecutiva, legislativa y judicial– que imponen derechos y deberes a las masas antes sometidas. Su propósito es alcanzar la justicia social. Una hazaña que a sangre y fuego legó las teóricas bases democráticas, pero culminó como todas las revoluciones en el regreso al primitivo reino del Estado de Terror. Hoy lo encabezan China, Rusia e Irán.
El escritor español Arturo Pérez Reverte, prolífico narrador magistral, por dos décadas corresponsal de guerras, registra en su cronovela Hombres buenos (Alfaguara, 2015) aquella dificilísima etapa basada en hechos reales de la lucha entre activistas y represores del tránsito prerrevolucionario laico sustentado en los veintiocho volúmenes de la francesa Enciclopedia y diccionario razonados de ciencias, artes, oficios y libertad individual (1752), batalla protagonizada por un bibliotecario y un almirante, ambos académicos. La trama se enfoca en su aventurado viaje Madrid-París ida y vuelta –muy interferido por mala gente– para adquirir aquel novedoso texto prohibido en una España bajo dominio de la Inquisición. Su exitosa meta fue traducir y divulgar aquel explosivo contenido de mensaje libertario.
Ahora, como nunca antes, conviene como libro de cabecera para quienes se proclaman líderes o dirigentes demócratas y saben leer, pues, aquel pasional combate entre razón y maldad compulsiva de injerencista trayectoria es el mismo que hoy día sostienen las citadas revoluciones transferidas hacia Cuba, Venezuela, Nicaragua, en vía similar y mediante maquinadas votaciones hacia México, Argentina, Perú, Chile, Brasil y Colombia, por ahora. Quieren acabar las escasas democracias ya debilitadas por sus propios exgrandes partidos políticos dispersos, carentes de actualizados programas para la moderna gobernanza en la Era Ciber, sumidos en inoportunas acusaciones personalistas. Para el caso venezolano, una dirigencia opositora dividida por el régimen castrochavista imperante y en vez de apuntalar unida al interinato, única opción legal todavía sobreviviente, lo condenan a desaparecer del todo pretextando las mejores intenciones.
Pero aún si ocurriera el milagro de la unidad estratégica, este interinato apoyado por democracias mundiales todavía sólidas, persistirá solo si por fin Juan Guaidó se viste pantalones largos y públicamente declara desligarse de su compromiso con Voluntad Popular, para asumir su responsable deber constitucional mientras se realice la transición. Las opiniones de algunos dirigentes que degradan su actuación lo hacen como si se tratara de un concurso de carisma o de oratoria, y no, es lo que la propia carta magna dispone.
Y también si por esta urgente causa Leopoldo López, bajo cuyo liderazgo se fundó ese partido en 2009, decide postergar su proyecto presidencial para el momento adecuado, limitando su presencia a lo indispensable, haría una gran contribución a la causa de la unidad, hecho imprescindible para recuperar unas elecciones presidenciales confiables, con un CNE electo tal como lo indican las respectivas leyes de la materia electoral vigente, violada por el régimen usurpador.
De lo contrario, facilitan todavía más el totalitario retorno del trono rojo, esta vez proyectado hacia las tres Américas, hoy agitadas en profundas crisis definitorias entre violenta irracionalidad y jurídica sensatez.
Urge, pues, la acción de valientes personas buenas como fueron en la vida real los personajes principales de Hombres buenos, obra literaria brillante, a medio camino entre investigación, fantasía y crónica.
La literatura ilumina realidades ocultas, en penumbra o disfrazadas.
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