No les dije nada para no alarmarles, pero en cuanto el Tata Martino manifestó que nadie juega como España temí lo peor. Y el caso es que tiene razón. Nadie juega de manera tan absurda, generalmente. Nadie es capaz de tener la pelota para nada. En la alta, o media, competición el estilo elegido es una chufla. Porque atonta. Somos el equipo que más pases da: darlos así es una broma.
El estilo es el del Madrid, el de la Alemania de tantas veces: sal y gana. Y luego hablamos. Lo más grande fue que se acabó y los muchachos se mostraron satisfechos. El final fue muy lógico: pedir que vea puerta un equipo que le tira dos veces a Marruecos y que le ha hecho un gol –¡uno!– a Japón y a estos amigos del sur… ¡Bah! La falta de costumbre. La portería: ¿qué es eso?
Un fútbol raro en el que servidor nunca creyó y que rizó el mayor rizo. Una salida donde el 2 no es 2 (Llorente), el 9 no es 9 (Asensio) y uno de los centrales no es central, Rodri. Y la impresión mosqueante de que un rival normalito nos iba a acabar levantando la camisa.
Se acabó. Un fracaso como tantos. Luis Enrique no ha cambiado nada. De lo importante digo. Le ganamos a Costa Rica, como en anteriores Mundiales a Australia e Irán. Tela. No pudimos con Alemania, Japón y Marruecos. Nos traemos un nuevo streamer, con sus huevos, su psicólogo, su nulo interés por el resultado. ¡Pero si era lo único que podía salvarnos!
Sí, se acabó la romería. Del técnico, sus soldados, sus convencidos, todo eso, menuda turra. Octavos de final. Los de mi generación crecimos con el síndrome de cuartos; las de ahora se hacen mayores con el de octavos. La selección es un cangrejo.
Artículo publicado en el diario El Debate de España