Aquellos que se dedican a documentar la vida de los santos se le llama hagiógrafos, son los representantes de esa disciplina bautizada como hagiografía. ¡Ojo al Cristo que es de plata! No faltará alguno que me quiera enrostrar que también se consideran como tal a los autores de la Sagrada Escritura, pero eso ya sería ponernos a discutir cuántos ángeles caben en la punta de un alfiler. Lo cierto es que dedicarse a estudiar las obras de ese género puede llegar a ser divertido, al menos entretenido, por decirlo de modo alguno.

Aseguran que quien comenzó toda esta santa disciplina fue Atanasio de Alejandría con su Vida de San Antonio, que se calcula fue escrita en el año 356 o 357 de nuestra era. Debo escribir que don Atanasio, hijo de lo que hoy es parte de Egipto, fue tan el toro que más mea de lo eclesiástico que lo consideran santo la Iglesia Copta, la Católica, la Ortodoxa, la Luterana y la Anglicana, amén de ser considerado uno de los padres de la Iglesia y uno de los principales doctores de la Iglesia oriental.

Pero no sólo fue el tocayo de Girardot quien sentó las bases de estos menesteres. En Europa Occidental, durante la Baja Edad Media, el bestseller de las vidas santas fue la Vida de San Benito, obra de Gregorio Magno. En el Renacimiento el sitial le correspondió a la Leyenda Áurea de Jacopo da Vorágine. Por eso decía líneas atrás que puede ser la mar de entretenido hurgar en este tipo de obras.

Así fue como un día encontré lo relativo a la vida de san Suituno de Winchester, originalmente Swithun, Swithin o Svithun, que presumen nació con el siglo IX d.C., y murió el año 862 en Winchester. Este caballero fue obispo de esa ciudad inglesa. Aquí les pido me permitan una licencia, hubo tiempos en los que la muy anglicana Albión era más católica que la propia Roma, y este santo varón anduvo pastoreando fieles como dignas ovejas.  Ahora bien, este señor llevó, por lo visto, una vida corriente, como la podía llevar cualquier prelado eclesiástico de aquellos días, porque es escasa, por no decir nula, la información sobre su vida. Y con él se cumplió a cabalidad aquello de “Tan bueno que era…”. Pasado un tiempo de su muerte se le comenzaron a adjudicar milagros de todo orden y concierto.

Aquí quiero referir lo que fue considerado el acabose de sus dones, que ni Jesús multiplicando panes y jureles. Afirman que un buen día una humilde mujer que llevaba una canasta de huevos se tropezó, dio de narices contra el pavimento y las posturas que viajaban en la cesta, como era de esperar, se quebraron. La desesperación de la paisana debe haber sido tan conmovedora y sus súplicas de tanta intensidad que san Suituno hizo que las ñemas recuperaran su estado original…

Todo esto se me viene a la cabeza cuando leo que san Nicolás de san José de Cúcuta, quien afirma que un pajarito, encarnando a san Hugo Rafael de Sabaneta, le canta y le silba a menudo, ha decidido convocar al ilustre claustro venezolano a elegir sus máximas autoridades en la fecha aniversaria del santo barinés antes mencionado.

Sabido es que el deporte nacional venezolano por excelencia es la chacota, vulgarmente llamada joda, y no han faltado las faltas de respeto de siempre que han salido a profanar la memoria del egregio hombre del llano. ¿Cómo se puede llegar a niveles tan bajos? Verdaderamente que san Nicolás y la beata Cilia de Tinaquillo no merecen estos desaires.  ¡Fin de mundo!

© Alfredo Cedeño

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