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Santos Michelena, pensamiento liberal 

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La reciente aparición del libro Santos Michelena: Padre del Liberalismo Económico, escrito por Diego Mendoza y publicado por Cedice-Libertad, rescata la figura de un economista, diplomático y político marcado por valores, principios y propósitos cada vez más vigentes y cada vez más determinantes en la creación de prosperidad. 

Nacido en 1797, hijo de españoles, incorporado a los 16 años a la causa emancipadora formado en Filadelfia, Santos Michelena fue el primer ministro de Hacienda del general Páez y asumió como misión rescatar la economía de un país que venía saliendo de la depresión agudizada por la guerra. El resultado de su tarea, concuerdan los historiadores, fue un prometedor periodo de estabilidad y crecimiento, probablemente el más fructífero para la libertad económica del país. 

Formado en el pensamiento de Adam Smith, Santos Michelena podría haber sido definido en su tiempo como defensor del mercado frente al monopolio estatal del poder, como aperturista frente a los proteccionistas. Asumió los principios del liberalismo clásico: la preservación y defensa de unos derechos naturales como el derecho a la vida, a la libertad y a la propiedad. Abogó por el modelo que se plantea como imprescindibles la igualdad ante la ley y la soberanía individual 

Teniendo como meta la recuperación de la economía venezolana, Santos Michelena presentó y logró la aprobación de numerosas leyes orientadas a abrir las puertas al comercio mundial, sanear las finanzas públicas, reducir las tasas de interés, acabar con el contrabando, reducir los aranceles de las ventas de bienes en el territorio nacional. Víctor Giménez Landínez sostiene que “las tasas de interés bajaron del 60% anual al 24%, llegando en ocasiones al 9%”. Michelena asumió como prioridad el manejo de la deuda pública. El historiador Manuel Pérez-Vila, citado por Simón Alberto Consalvi. observa que, “en materia de Hacienda Pública, el desbarajuste del período grancolombiano fue sustituido, a partir de 1830, por un eficiente y, en general, muy pulcro manejo de los dineros del Estado, que condujo a un superávit fiscal y permitió empezar a pagar de un modo regular la deuda exterior que ascendía, a más de 34 millones de pesos”. 

En el volumen 50 de la Biblioteca Biográfica Venezolana, dedicado Santos Michelena, Simón Alberto Consalvi recoge una apreciación dada por José Gil Fortoul, en la que manifiesta que “la tradición fiscal implantada por un ministro de tan austera probidad como Santos Michelena” contribuyó a asegurar por 17 años la correcta administración de los dineros públicos y el tener acceso al buen crédito interior y exterior del Estado. 

Consalvi afirma que “la contribución de Michelena tuvo otras connotaciones en campos que trascienden la cuestión ideológica, como la organización de la administración pública, el orden y la disciplina. No se trataba sólo de reformar o de cambiar el orden colonial, el desafío era aún más complejo, había que vencer la anarquía dejada por la destrucción de la guerra, y proveer de rentas a un Estado demasiado pobre en un país demasiado pobre, asfixiado por deudas ajenas y propias”. En Formación y proceso de la literatura venezolana (1940), Mariano Picón Salas, por su parte, señala que «será el mejor de todos los ministros de Hacienda que tuviera nuestro siglo XIX». Y Simón Alberto Consalvi: “Es difícil encontrar en los anales venezolanos del siglo, alguien que lo supere en el arte complejo de la negociación diplomática y en el dominio de las finanzas públicas”.

A las puertas del 2025, Santos Michelena estaría para decirnos que la única salida posible para el país es una economía abierta. Tendría a su favor el argumento de la realidad: los países más estables y más prósperos son aquellos que más confían en la capacidad realizadora de los individuos, los que han superado tanto el modelo extractivista como el de la dependencia del Estado, los que ha sido capaces de construir un clima de seguridad y estabilidad gracias a reglas claras, a la generación de confianza, a la valoración del trabajo, la educación y el talento. Abogaría por las prioridades de organizar la sociedad, fomentar la productividad y la competitividad, valorar y estimular al individuo, reducir la intervención estatal.

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