Pues mire usted he decidido cerrar las puertas temporalmente de la bodega de la opinión en temas como el de la política y las armas, y ejercer el rol de peregrino. Que lo tenía en modo procrastinado desde hace cuatro años. Es una manera de tomar unas vacaciones al tenor estricto de lo que se asume en estos lados desde el 21 de junio de cada año cuando los días son más largos y las noches más cortas. Mientras el fogón del verano se estira desde la canícula y termina de calentar cuerpos y ambientes, al remate, en la entrada de los vientos y de las lluvias de otoño con el mes de septiembre que está tocando la puerta, los apuros por agarrar la ñapa de la temporada, ponen a apagar la PC y a cerrar los cuadernos de notas. Es una manera de enfriar el teclado y de descansar de las retóricas cansinas y estresantes procedentes desde Venezuela como las elecciones primarias, las elecciones presidenciales, los militares revolucionarios, las quejas de los retirados por la pírrica pensión, la revolución, la invasión cubana, las candidaturas, el tapón del Darién, las migraciones y también del eslogan Hasta el final que ha ido ocupando poco a poco un espacio en la atención. Todos, textos desechables cuando se trata de priorizar los asuntos personales. Como el que nos anima en este momento. Esta tribuna se va a caminar durante un tiempo. Lejos de asuntos de la política y de los debates militares en unas agendas que parecen insolubles por las intransigencias y las irracionalidades de las posiciones de lado y lado, en tanto el país termina de evaporarse como las aguas de las lluvias ligeras que se aventuran a caer en los calorones de la temporada estival. Ya el verano empieza a extinguirse y hay que aprovecharlo en sus estertores antes de que el otoño empiece a invadir el año.
Estoy tomando el morral de caminar desde mi punto hasta Santiago de Compostela y aún se mantienen en la mente palabras como el lema Hasta el final, invasión cubana, gritos de guerra y Venezuela; en particular Caracas, que será el centro de gravedad donde orbitarà todo el desenlace de cualquier acontecimiento político y militar que desemboque en un cambio político en el país. Es apenas el primer kilómetro de marcha de los 70 que me he propuesto caminar como regalo aniversario. Cada uno por los años que se agregan al almanaque vital al cierre de la jornada en este año 2023. Y entonces en un inevitable hilo de memoria empieza a pasarse en el rollo de la película de las asociaciones desde el empedrado, en la calzada que enrumba a la variopinta marejada de personas; peregrinos auténticos o faranduleros de ocasión, gente de buena fe o no, creyentes o malvivientes, penitentes, aventureros, vagabundos, y demás gente de toda laya que hace el trayecto hacia la tumba del Apóstol. Yo estoy en la categoría de aventurero, de penitente y de vagabundo en la intención de estrechar en cercanías a Santiago, y del reencuentro con la fe, de la coincidencia con la historia que se aprendió en los años del bachillerato y de la concurrencia con el espíritu, en una suerte de redención particular y expiación intima que todos necesitamos en algún momento de la vida. Y nada mejor que hacer el Camino de Santiago. Es una experiencia que va más allá de lo físico. Proporciona un aporte espiritual que nutre el alma y el ánimo personal que impulsa a superar desafíos. No importa que sea un kilómetro de recorrido.
La primera asociación de la marcha es con el lema ¡Santiago y cierra! ¡España! el grito de guerra de la unidad española en su lucha por la reconquista que los reinos cristianos de la península ibérica hacían para expulsar a los moros invasores. La leyenda dice que Santiago participó en espíritu en varias batallas para ayudar a los cruzados. Ese grito de guerra se convirtió en un símbolo de la unidad y la resistencia contra la intrusión. El santo patrono de Caracas es Santiago – como lo es de España esta tierra que pisa mi caminata – y la ciudad ostenta su nombre histórico de Santiago de León de Caracas. La batalla previa a la fundación de la ciudad se mienta como la de Maracapana entre un bando formado por los conquistadores españoles y una alianza de jiraharas comandados por Diego de Losada contra caribes dirigidos por Guaicaipuro y Tiuna. Los castellanos en sus furiosas y cerradas cargas de caballería arremetían bordeados con sus feroces mastines contra las lanzas de la resistencia indígena en los predios de la futura capital de Venezuela, mientras blandían su espada al grito de ¡Santiago y cierra! ¡España! y abrían en dos al aguerrido defensor. El mismo que se exteriorizaba con iguales resultados, contra los moros en las batallas de la reconquista en los 8 siglos que permanecieron los musulmanes dominando la península ibérica y ejerciendo el poder. Las ultimas jornadas de esas victorias estuvieron bajo la corona de Isabel I de Castilla, llamada La Católica y quien financió con sus joyas los viajes del descubrimiento de don Cristóbal Colón. ¿Ustedes se imaginan que hubiera pasado en la historia de la tierra de gracia si el histórico navegante genovés no hubiera insistido en llegar Hasta el final en su empresa de demostrar que el mundo era redondo y que se podía llegar a las indias desde Europa? A pesar de las críticas y las reacciones políticas adversas de la corte y los científicos de la época, la monarca castellana hizo del financiamiento de los viajes del navegante, una cruzada; y empeñó todas sus joyas a alguno de los moros prestamistas de los alrededores para conseguir los maravedíes del pasaje de La Pinta, La Niña y La Santa María. Ya saben ustedes lo que significa para una mujer – con o sin corona – empeñar sus joyas y desprenderse de un dije de plata o de una gargantilla en oro. Solo una cosa se puede traducir en esa actitud: estaba dispuesta a llegar hasta el final en esa tarea. ¡Carajo! Estoy a punto de brincar la talanquera y empezar a hablar de política criolla y distraerme de la caminata. Y estoy en este momento en modo penitente y nazareno.
En fin ¡Santiago y cierra! ¡España! es la primera línea de pensamiento que se cruza mientras se camina en peregrinación. Una de las tres palabras es por el apóstol, quien es un símbolo de hispanidad y de fe; y después de ser elevado a los altares es un referente religioso en su catedral de Compostela y sus entornos a pesar de la reedición en silencio de la invasión musulmana y sus protestas anticristianas; la otra es por la unidad española tan necesaria en estos tiempos de sus separatismos divisionistas y de desmemoria política cercana como la guerra civil de 1936. Y el cierre es por el concepto militar de la época en que se combatía contra los ismaelitas en orden cerrado para evitar que al abrirse las formaciones de combate, el enemigo penetrara. Ese capítulo militar responde a una orden, una voz de mando en el campo de batalla, que disponía taponar el cuadro de la formación y de la maniobra de la infantería y de la caballería, para atacar y reducir la distancia con el enemigo y entrar en el combate para aniquilar los sarracenos hasta el final.
El camino es un espacio propicio para la reflexión y el autoconocimiento. A medida que uno avanza por los senderos ancestrales, se desconecta del ruido y de las distracciones cotidianas, permitiendo que la mente se aquiete y las preocupaciones se desvanezcan. En este entorno, se abre paso una profunda conexión con la naturaleza, con uno mismo y con los demás peregrinos que comparten el camino. Esta conexión espiritual nos brinda la oportunidad de explorar nuestras creencias, nuestros valores y el propósito en la vida.
Cuando esta columna se publique algunos kilómetros se habrán incorporado a la cuenta de la jornada en el ánimo de llegar hasta el final en la meta de la tumba del Apóstol. Como lo asumían Isabel La Católica y Cristóbal Colón con sus empresas y firmezas. Y como lo debe tomar todo aquel que haya tomado una decisión de llegar hasta el final. ¡Buen camino!
¡Santiago y cierra! ¡Venezuela!