En 48 horas se despejará la incógnita, si acaso la hay, y veremos si el ganador de las elecciones en Venezuela, Edmundo González, consigue ser investido presidente. O si, como parece más probable, Nicolás Maduro culmina su autogolpe de Estado y se perpetúa como caudillo, tras anular el escrutinio de las urnas, inventarse un resultado falso, expulsar del país al ganador e invalidar a su verdadera rival, la valiente María Corina Machado.
La predisposición de González a presentarse en Caracas y la orden de detención cursada por la Fiscalía General contra él añaden una nueva incertidumbre al respecto de cuál será la reacción de la sociedad venezolana y, a continuación, la de las Fuerzas Armadas y los cuerpos de seguridad del régimen: si la primera se moviliza masivamente y la segunda desobedece las órdenes del dictador, el chavismo habrá terminado y Maduro, tal vez, acabe detenido y juzgado.
Es la única esperanza que tiene Venezuela, y se antoja remota, porque no es probable que allí se viva una especie de «Revolución de los claveles» como la que enterró, pacíficamente, la dictadura de Salazar en Portugal: aquí es más verosímil que una parte de los venezolanos admitan el atraco, por miedo y costumbre; y que la otra, de movilizarse, sea reprimida a fuego y sangre por el sátrapa, abriendo un conflicto civil de consecuencias imprevisibles.
Ocurra lo que ocurra, ocurrirá sin la ayuda de España, o más en concreto de su Gobierno: todo lo que ha hecho, por acción u omisión, ha reforzado a Maduro, con la complicidad abyecta de un expresidente, José Luis Rodríguez Zapatero, convertido oficiosamente en embajador del chavismo ante el mundo.
Quién sabe a cambio de qué, aunque es de esperar que algún día podamos saber si son ciertos los intereses económicos que impulsan a este malandrín en Caracas y a él, y a otros de su estirpe, en Marruecos o China, pongamos por ejemplo.
Pero si el respaldo de Zapatero al cacique ha sido público, notorio y activo; el de su hermano pequeño, Pedro Sánchez, no se distingue demasiado: en lugar de encabezar, por afinidades históricas y culturales, la réplica democrática internacional a un tirano sin escrúpulos, ha encabezado la ceremonia de blanqueamiento necesaria para su perpetuación, prestándole incluso la embajada española en Caracas para la obscena ceremonia de chantaje y destierro del vencedor en las urnas.
A Sánchez lo define su dureza contra Argentina y su complicidad con Venezuela, una posición que humilla a España y no hace justicia con el sentir mayoritario de los españoles ni con las obligaciones morales, históricas y afectivas que tenemos con Hispanoamérica.
Reconocer el estado de Gaza entre aplausos de Hamás; romper relaciones con Milei, mirar para otro lado con Maduro, someterse a Mohamed VI, lanzar guiños a China, comprarle a lo loco el gas a Putin o enfrentarse a Netanyahu perfilan una agenda internacional claramente definida en el lado incorrecto de la historia y en el bloque ideológico equivocado.
Son demasiados capítulos que, al ser conectados, desvelan cuál es el lugar que Sánchez quiere para España en el mundo, alejado del espacio atlántico de fiabilidad que mantuvieron gobiernos de todos los colores desde 1978 hasta la desgraciada victoria de Zapatero en 2004. No puede ser ya una casualidad: los discursos públicos dicen una cosa, pero los hechos provocan la contraria.
Antes o después, Venezuela se librará de Maduro como España lo hará de Sánchez. Pero podremos decir que, en las horas decisivas, no ayudamos nada a que ese proceso se acelerara: entre miembros de la Internacional Populista, no se pisan la manguera.
Noticias Relacionadas
El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!
Apoya a El Nacional