Más allá de la infamia que supone ver a terroristas en las listas electorales de un partido, con la nula oposición del gobierno, lo que estamos viendo en las últimas horas es la exhibición impúdica de una alianza política entre un PSOE irreconocible y todos los enemigos interiores de España.
Que a Sánchez le provoque más ira el PP que Bildu, tras haber sellado ambos un pacto antiterrorista y tener en sus filas a no pocas de las víctimas del terrorismo, le quita la careta definitivamente y expone sin ambages la naturaleza de su proyecto presente y futuro.
El PSOE ha optado por acabar con los consensos, impulsores de la Constitución, para reabrir una España frentista y de bloques, situándose en el equivocado: junto a los restos del terror y al lado, ya sin disimulos, de su brazo político.
Porque no hay que engañarse. La supuesta homologación institucional de Bildu no es más que un disfraz para aprovecharse de la debilidad del presidente y avanzar en sus objetivos por un camino distinto. La renuncia a la violencia no debe ser premiada, del mismo modo que tolerar su participación en el sistema democrático no debe ir acompañado de convertirlo en un socio preferente.
Y mucho menos cuando, en ese viaje hacia el olvido y la reescritura de la historia, van incluidas cesiones indignas de un presidente del Gobierno: desde el acercamiento forzoso de terroristas al País Vasco para facilitar su liberación hasta la pinza conjunta para intentar convertir Navarra en una sucursal más del delirante universo abertzale.
La incorporación de etarras a las listas electorales es un impúdico ejercicio de agresión a la sociedad española, pero sobre todo refleja la impunidad que siente Otegi por la certeza de que su mayor adversario, el gobierno central, es desgraciadamente su principal trampolín.
El PP acaba de anunciar una proposición no de ley con escasas consecuencias judiciales pero formidables efectos políticos: obligará a Sánchez a retratarse, en sede parlamentaria, sobre su política de alianzas y de cordones sanitarios.
Las primeras están claras y ya son irreversibles: llegó al poder con esas compañías y solo tiene opciones de permanecer en él gracias a ellas, al precio que le impongan. Y los segundos también: Sánchez considera mejor a la renovada Batasuna que al PP o a Vox, y prefiere intentar aislar a ambos partidos y a sus millones de votantes que a la factoría independentista que incubó las peores ideas y los más crueles asesinatos.
Que Bildu ejerza de Batasuna a nadie debe sorprenderle: es una coalición dominada abrumadoramente por Sortu, el partido de Otegi y del último jefe de ETA, David Pla. Y considera que el terrorismo fue una respuesta a la represión española al que hay que renunciar, pero manteniendo su leyenda.
Pero que el PSOE, con tantas víctimas ilustres en sus filas, se preste a la abyecta componenda por las necesidades personalísimas de su líder ocasional, es un drama. Y una traición a la memoria de los vivos y de los muertos.
Editorial publicado en el diario El Debate de España
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