OPINIÓN

San José Gregorio Hernández

por Francisco González Cruz Francisco González Cruz

José Gregorio Hernández es un hombre santo, de eso no cabe ninguna duda para los que han estudiado con profundidad su vida y su obra. Tampoco para la enorme mayoría de los venezolanos, creyentes o no, que lo reconocen como una persona llena de virtudes, que se formó para servir en una admirable combinación de ciencia y bondad.

Por ello su imagen está en las universidades y en las calles, en institutos científicos y en la mayoría de las casas de familia, rueda por todas partes en busetas y camiones, está en plazas y a lo largo de las carreteras y caminos de todo el territorio venezolano. Y camina colgado en los cuellos de la gente, guardado en sus carteras y en sus corazones.

Ese es el Dr. José Gregorio Hernández, el personaje más conocido y querido en toda la historia y la geografía de nuestro país, y su figura trasciende desde hace años los linderos nacionales. Luego de su beatificación formal por parte de la Iglesia Católica el 30 de abril de 2021 entró a los templos católicos, pero ya estaba regado por todas partes en capillas y capillitas construidos por la gente. En un excelente trabajo encabezado por S.E.R. el Cardenal Baltazar Porras, quien es su principal impulsor en tiempos recientes, sus restos se distribuyeron a todas las diócesis de Venezuela y a diversos templos de América y Europa.

El proceso de canonización será mucho más corto que el de beatificación, ya que lo más importante que son sus virtudes en grado heroico y la enorme devoción que despierta, están comprobadas y a la vista. Ya el papa Francisco ha dicho públicamente que va a ser canonizado, incluso que su firma ya está estampada en el documento que lo autoriza.

El asunto es que la Iglesia Católica, como toda organización formal tiene sus procedimientos, y esta que tiene 2.000 años, se ha convertido en un difícil y complejo entramado burocrático que ni los esfuerzos realizados por varios pontífices ha logrado aliviarlo. El papa Francisco inició su pontificado con la creación de un grupo de 9 cardenales representativos de todos los continentes, el (C9), para avanzar en la transformación que necesitan las personas que prestan su servicio en la Curia Romana, y en la reforma de sus estructuras, entre ellas el Dicasterio para la Causa de los Santos.

Lo sustantivo de todo esto es que tenemos un personaje que puede servir de modelo para la Venezuela Posible,  para la que queremos la enorme mayoría de los venezolanos. Un personaje que nos une a todos porque sirvió a todos desde el amor y desde la ciencia. Atendía a ricos y con preferencia a los pobres, creyentes o no creyentes, incluso dos de sus mejores amigos eran ateos. Esa bondad se extendía a toda persona humana y a la sociedad entera, a la que sirvió con honestidad y demostrada competencia.

Un hombre humilde nacido en el seno de una familia de gente trabajadora, llegados como inmigrantes al pequeño pueblo de Isnotú, estado Trujillo, Benigno de Boconó y Josefa Antonia del pueblo de Pedraza de los llanos barineses. Allí prosperaron gracias a su trabajo y al cariño que se ganaron de todos sus vecinos. Tenían una pulpería y una posada que era en lugar de encuentro de la comunidad, y unas siembras de café.  Allí se formó el niño en su personalidad y su religiosidad.

Luego en Caracas obtiene el bachillerato y se forma como el mejor estudiante de la Universidad Central de Venezuela, para regresar a su pueblo de Isnotú a curar enfermos y ponerse al servicio de se comunidad, en la construcción del acueducto, arreglos de caminos y otros trabajos de mejoramiento local. Se va a Caracas para irse a estudiar en el Instituto Pasteur de París financiado por el gobierno con base a una consulta con los médicos de Caracas, quienes no dudaron que el candidato adecuado era este hombre llegado del campo.

Regresa a la capital para ponerse al servicio de la creación de la medicina experimental en el Hospital Vargas y de la modernización de las clases y laboratorios en su Universidad, y de su principal misión que fue curar enfermos, actividad a la cual estaba consagrado. Y al cuidado de su espíritu con una praxis religiosa admirable. Combinó con elevada calidad su sabiduría, cultura, su formación científica, su humildad y su elegancia, su tratado educado con todo el mundo, su poder para escuchar y conversar, tocar piano y violín, bailar, y caminar por su ciudad y asistir a las retretas de la plaza Bolívar. Ser una persona íntegra e integral.

Por todo eso y por mucho más, José Gregorio Hernández, es santo.