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Sambil: el camino entre el socialismo y el capitalismo de los amigotes

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Nicolás Maduro decidió retornar a sus legítimos dueños el Sambil La Candelaria, después de que Hugo Chávez anunciara su expropiación en un Aló, presidente, en diciembre de 2008. Han sido casi catorce años de desidia y destrucción, al igual que en los otros miles de activos de los cuales el régimen se apropió. El sueño populista del comandante jamás se concretó. El Sambil nunca fue convertido en un hospital, en una escuela, liceo o universidad, como el locuaz mandatario propuso cuando adoptó la medida. La historia de ese centro comercial, que habría animado la actividad económica de esa popular zona de Caracas, resulta patética. Evidencia otra vez la insondable incompetencia del chavismo en el manejo de los bienes públicos, expropiados o no, y la corrupción que rodea  todo lo que toca.

El Sambil fue refugio para varios centenares de familias humildes, al igual que la Torre de David, ubicada a poca distancia. Luego de desalojadas o reubicadas las familias residentes, se convirtió en depósito del Ministerio de Comercio. Más tarde, fue utilizado como taller mecánico del Ministerio de Economía  y Finanzas, para terminar siendo depósito de Mi Casa Bien Equipada, otro de los programas clientelares ejecutados con recursos públicos  por el régimen en épocas electorales. Como se aprecia, ningún destino admirable se le dio a la edificación confiscada. Otra de las borracheras de poder de Chávez que terminó naufragando, luego de haber sido dilapidado el capital humano y financiero invertido en esa obra, que habría favorecido tanto a los grandes, medianos y pequeños empresarios que cifraron sus esperanzas en ese proyecto, y a los consumidores de toda esa zona.

Ahora, hundido en la ruina, el Sambil es devuelto a sus propietarios con la finalidad de que no siga siendo un testimonio de la ineficacia gubernamental en pleno centro de Caracas, por donde transitan cientos de miles de personas cada día. Ese atisbo de sensatez y vergüenza mostrado por el gobierno no forma parte de ningún plan estratégico para privatizar los varios miles de comercios, fábricas, firmas, fincas, haciendas y fundos confiscados por el régimen en más de dos décadas de dislates económicos. El gobierno no ha dicho qué va a hacer con empresas tan importantes como Agroisleña –nervio económico de todos los estados agrícolas del occidente del país– transformada en ese esperpento llamado Agropatria. O cuál será el destino de la Cantv, de Movilnet o de las empresas de Guayana, convertidas en chatarra. Sería conveniente saber qué va a hacer con las numerosas fábricas de café, de helados, de válvulas, de acero y de plástico que antes producían ganancias y pagaban impuestos al Estado central y a los gobiernos regionales, pero ahora se encuentran en rojo, siendo mantenidas por el erario público a costa de pagarles pensiones y salarios miserables a los empleados,  profesores y maestros del sector público.

La reprivatización del Sambil transcurrió de forma casuística y caótica, al igual que todo lo que emprende el gobierno. Parte de esa anarquía es la dolarización de la economía, satanizada por Chávez y por Maduro, pero que terminó imponiéndose al igual que la ley de la gravedad, pues la realidad económica es terca y no hay capricho o antojo de caudillo alguno que pueda oponérsele.

Ante la ausencia de un marco legal claro, la privatización madurista terminará siendo similar al modelo de la Rusia de Putin: un proceso concebido para favorecer a los amigos del régimen y crear el círculo de empresarios que les deberán sus fortunas al amo del poder. Los enchufados serán los elegidos. La regla será la discrecionalidad en la asignación de las empresas y los activos que retornen a las manos privadas.

Maduro necesita deslastrarse poco a poco de ese fardo económico tan pesado heredado de Chávez, que él contribuyó a abultar cuando el marxismo lo seducía, después de su formación en la Cuba de Fidel Castro. Ahora, su tránsito por Miraflores le ha enseñado a ser pragmático. Entiende que la economía hay que comprenderla y respetarla. Que una cosa es hablar como marxista y otra, muy distinta, es gobernar siguiendo los dogmas marxistas. Lo primero da cierto lustre y popularidad; lo segundo conduce al colapso.

El modelo que se implantará en Venezuela en el futuro cercano  no será el capitalista convencional –en el cual numerosos factores productivos compiten libremente en el marco de un conjunto de pautas establecidas–, sino una versión del mercantilismo clásico, típico de los regímenes de fuerza, en el que las reglas son opacas y confusas, y las decisiones cruciales las toma el autócrata que gobierna, privilegiando a quienes forman parte del círculo de poder, y le sirven de cómplices y testaferros. Esta atmósfera hará más pesada la labor de los empresarios genuinos. De esos que han logrado sobrevivir en medio de la hostilidad y el acoso gubernamental permanente.

Maduro se ha visto obligado por la necesidad de mantenerse gobernando a girar hacia posiciones menos ortodoxas. Lo hará en medio de piruetas extrañas y malabares. Invocando los principios marxistas, pero actuando como un capitalista feroz, sin pudor y sin principios. Fundará el capitalismo de sus amigotes.

@trinomarquezc

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