Así dice una famosa frase atribuida a Lenin y que todo buen marxista hace suya. Su claro significado alumbra mucho de lo que sucede en el Perú y en el mundo, en que lo evidente queda oscurecido por la duda, la mentira y la resultante confusión.
Hace algo más de treinta años el comunismo parecía definitivamente derrotado, sepultado por el liberalismo democrático. Pero sólo fue una vana ilusión. Ello ocurrió por una irrepetible conjunción de eventos: liderazgo de la Unión Soviética desmoralizado y consumido por el cinismo; la presencia de Reagan en Estados Unidos y del papa Juan Pablo II que galvanizaron las fuerzas democráticas, arrinconando a las del comunismo. El desastre de Chernóbil también ayudó. De otra forma la farsa marxista no hubiese quedado tan elocuentemente expuesta como lo fue en aquel momento.
Pero en respuesta a esta derrota los leninistas no capitularon, se retiraron a sus cuárteles de invierno para volver a la carga conforme las cambiantes circunstancias históricas se lo permitieran. Pasaron las décadas y nuevas situaciones permitieron su resurgimiento y la posibilidad de que nuevamente amenacen la democracia en todo el mundo y que muchas sociedades coqueteen con entregarse a su abrazo asesino, del cual no hay retorno.
Un factor importante en este proceso ha sido el surgimiento de lo que un amigo denomina los empresarios confundidos. Deseosos de congraciarse con las causas sociales moda y los reclamos (supuestos) de las generaciones más jóvenes, sin entender que se trata de múltiples caballos de troya de los leninistas derrotados en su lucha por hacerse del poder.
Estos confundidos no entienden que la familia nuclear tradicional y la religión organizada son los grandes diques de contención del totalitarismo.Ese es el móvil detrás de la llamada identidad de género y de la promoción del aborto irrestricto. Una rápida lectura del Manifiesto del Partido Comunista constata esta gran intuición de Karl Marx. Exhorto a los amigos lectores que lo lean, al menos por encima.
En América Latina los leninistas se valen de una alianza nada santa con el narcotráfico y más recientemente con la minería ilegal (de oro principalmente). Estas actividades, además de generar vastas economías grises e ingentes cantidades de dinero, que se infiltran en todos los niveles de la sociedad (las sorpresas que nos llevaríamos si investigamos quienes compran la producción ilegal de oro), están íntimamente conectadas con el tráfico de personas y la explotación sexual de niños (actividad que la izquierda contemporánea pasa por agua tibia).
Se trata de una ofensiva de múltiples frentes para destruir todas las actividades formales, sustituyéndolas por otras grises, fáciles de dominar y manipular. En el Perú, gracias a la torpeza de Castillo, nos hemos librado de esta pesadilla, en gran medida por su propia torpeza táctica.
China, bajo el liderazgo de Xi Jinping, sigue un recetario decididamente leninista. Todas sus acciones, desde las purga públicas de todo tipo de personajes incluyendo su predecesor Hu Jintao, apuntan a eliminar cualquier centro de poder autónomo.
En este orden de ideas, las posibilidades de una guerra por Taiwán dependen, casi exclusivamente, de un delicado cálculo respecto del fortalecimiento o debilitamiento del poder del Partido Comunista Chino. El bienestar material del pueblo chino es irrelevante a la hora de resolver la ecuación correspondiente.
Rusia ha abandonado el marxismo, pero está gobernada por mafias conformadas por herederos del Partido Comunista, que conocen de memoria las viejas enseñanzas del maestro Lenin. Lo único que les interesa es mantener su monopolio del poder para lo cual la existencia de una Ucrania cercana a la Unión Europea deviene en inaceptable. Quieren vasallos, todo lo demás son pretextos para los incautos.
¿Qué debemos hacer frente a esta complicada realidad? Lo primero es entender que el comunismo no murió en 1989-1991, simplemente se refugió, mientras transcurría un largo invierno.
Los comunistas de antaño y sus herederos de hoy salieron de sus cavernas y se dedican, con ahínco, a implantar tiranías. La única diferencia con el pasado es que ahora, al igual que el Diablo, nos convencen de que no existen, que no son reales, y que los temores de los demócratas son desvaríos de una ultra derecha temerosa de las minorías étnicas y sexuales.
Ojalá que nos demos cuenta del engaño a tiempo. Del comunismo, casi, no hay retorno.
Artículo publicado en el diario El Reporte de Perú