Anyone but You (2023)

Anyone but You recupera el género de la comedia romántica, cuando más se discute su viabilidad comercial y conceptual.

La película contó con un presupuesto de 25 millones e hizo un total de 216 en todo el mundo, generando críticas dispares, pero el suficiente interés para dar un golpe en la mesa y producir réplicas, hasta una nueva franquicia.

Es una cinta hermanada al éxito de No Hard Feelings, una de las obritas maestras, tapadas del 2023.

Con todos menos contigo no es tan redonda e iconoclasta; sin embargo, consigue respaldar el ascenso de la “rom-com” en su estado de revisión neoclásica, proponiendo nuevas lecturas a la fórmula de La chica encuentra chico.

De entrada, el guion se inspira en la tradición de La boda de mi mejor amigo, del director australiano P. J. Hogan, cuyo actor Dermont Mulroney hace el papel del papá de Sydney Sweeney, quien protagoniza y produce en la ciudad que lleva su nombre.

Es un año fantástico para ella en Sony, independientemente de bajones como Madame Web, que alimentan su fama de estrella centennial de la generación Euphoria.

Tiene otra cinta en la conversación de 2024, Inmaculada, que la mantiene posicionada en el ranking de Hollywood.

La secunda el carismático Glen Powell, que vimos como el nuevo “Iceman” en la estupenda Top Gun Maverick.

Se rumora que ambos son pareja en la vida real, de modo que encajan en el formato dorado que diseñan los estudios desde antiguo, para publicitar sus productos.

Anyone but You los junta con gracia y química de laboratorio industrial, para contar una historia de amor y odio, centrada en una arquetípica relación shakesperiana de Sueño de una noche de verano, donde hay confusiones y malentendidos en el contexto de un casamiento.

Tema ideal para aplicarle un análisis semiótico, geopolítico y estético en una época de guerra, como la actual.

Evidentemente, como en el pasado de las depresiones y conflictos bélicos, Anyone but You funciona como esquema compensatorio, para una audiencia algo rota por la fragmentación del tejido social, a consecuencia de la pospandemia, la crisis y la amenaza latente de una carrera armamentista.

La última vez que pudo colarse la comedia romántica en el mercado fue a causa de los estremecimientos del 11 de septiembre y el Medio Oriente.

Desde entonces, la comedia romántica vivió un apogeo, que la encumbró, la deconstruyó y la explotó hasta secarla.

Tras su decadencia en el milenio, diversos autores y textos salieron en su rescate: Time of My Life (2016) de Hadley Freeman y Romantic Comedy (2019), documental de ensayo sobre el auge, la caída y la posible resurrección del género.

En el primer caso, el diagnóstico sugería volver a las películas de los ochenta, aparentemente ligeras pero complejas en su dimensión humana.

La segunda línea de investigación, gozaba en desmenuzar los tropos y estereotipos que la “rom-com” vendió como tablas de salvación, con el fin de proceder a superarlos y refrescarlos en el futuro.

Desde el afiche, Anyone but You expone la conciencia de fragilidad que sacude al género. La imagen, en efecto, anticipa una escena clave en el devenir de los personajes, al borde de un ahogamiento y búsqueda de rescate, como guiño paródico a Titanic.

Mientras los expertos debaten por la legitimidad de los recursos argumentales que se emplean, Anyone but You sabe mover las fibras sensibles que electrizan a los algoritmos de hoy.

Así que la película prolonga la última fase que ha tomado la comedia romántica, para sobrevivir al hundimiento y la inestabilidad.

Cantar juntos, reírse de sí mismos, confiar en la democracia del gag, sin excluir a nadie, invitando a todos a descomprimir, entre el canon y su discreto rediseño.

Una película más inteligente de lo que consideran sus refutadores.

Posee los elementos que hacen de un clásico un asunto del más complejo estudio cultural.

Traduce el miedo al compromiso y la ansiedad social de una época.

La invitación es la de siempre, desde Wilder: hay que atreverse, a pesar de las imperfecciones.

Como la misma Anyone but You, que no es un diez como Perdidos en Tokio, pero se lanza al agua, esperando pescar el pez dorado del que habla Lynch.


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