Tigre blanco ha sido uno de los fenómenos cinematográficos del año en Neftlix. Es una coproducción entre la India y Estados Unidos, basada en el libro de Aravind Adiga.
Fue dirigida por el realizador Ramin Bahrani, autor de dos títulos resonantes de los últimos tiempos: 99 Homes y su versión de Fahrenheit 451 para la cadena HBO.
La película recupera la fuerza rítmica de Slumdog Millionaire, al narrar la historia tragicómica de ascenso de un personaje pobre de la periferia.
El protagonista se enrola como chofer de una familia adinerada, para alcanzar sus fines maquiavélicos.
Por ende, el guion comparte temas y subtextos con el relato de Parasite, acerca de la desigualdad en el mundo.
Sería el filme una respuesta de Bollywood a lo planteado por el oscarizado largometraje de Corea de Sur.
En tal sentido, el libreto aborda situaciones y problemas comunes de la sociedad poslaboral.
A propósito, vale la pena revisar el texto Un nuevo mundo feliz del alemán Ulrich Beck, así como la cinta del mexicano Michel Franco, Nuevo Orden.
La coincidencia de nombres, adjetivos y conflictos no es casual.
Las piezas citadas analizan y estudian el devenir distópico de las naciones y los países, asolados por el drama de la guerra civil declarada, del choque interno de civilizaciones.
El planeta se desangra en luchas intestinas y darwinistas por la supervivencia, amén de la fractura de los modelos económicos y políticos, como la democracia, el socialismo y el capitalismo.
Tigre blanco ofrece el panorama desalentador de la India del presente y el futuro, desde la perspectiva sarcástica del humor negro en primer persona.
El sirviente Balram Halwai describe deslenguadamente, y sin censura, la rebelión en la granja de su expatria, cuyo gallinero vertical se propone radiografiar y superar a través de un pragmatismo patológico, mafioso.
Quebrada la ilusión de la escalera natural y la movilidad por medio del pleno empleo, el precario jornalero asume la perversión del contexto, para emparejarse con la corrupción de sus amos, quienes compran la voluntad de los partidos de oposición y del oficialismo marxista, a punta de maletines forrados con billetes.
El recurso de la metáfora animal plantea un escenario bastante familiar al de la Venezuela actual, plagada de demagogos y populistas de carrera, a la izquierda y a la derecha del espectro colectivo.
La rabiosa escritura del libreto expone la degradación general del sistema de castas y de elecciones.
Los candidatos de la tolda marxista convocan a comicios, bajo la bandera de una líder roja envilecida. Detrás de la mascarada, el verdadero objetivo radica en cazar la renta de los patrocinantes.
En el juego de la fortuna, los políticos siguen manteniendo el perfil de una élite del derroche y el lujo, mientras los mecenas esperan obtener un paquete de leyes favorables a su monopolio económico.
Por consiguiente, los conflictos de interés desbordan y derrumban cualquier proyecto de redención humana del decorado occidental.
Tigre blanco articula acciones y monólogos del malestar, como una réplica audiovisual de una literatura crítica, frontal y divergente, carente de concesiones.
A ratos, el lenguaje audiovisual coquetea con las dimensiones fáusticas del Martin Scorsese de Goodfellas, Casino y El Lobo de Wall Street..
El voice over y la imagen componen un fresco, muy posible y próximo al caos caraqueño, en la tradición del Danny Boyle de Transpoiting o del David Fincher de La Red Social”
El final terrible y oscuro golpea la conciencia, resumiendo la desazón de otros referentes contemporáneos y clásicos.
Veo en el desenlace ribetes de El pez que fuma y de Nightcrawler.
El antes fiel conductor es ahora un dueño, un emprendedor empoderado con una flotilla de camionetas como de Luxury Armor.
Al personaje lo rodea un ejército de futuros tigres blancos del gallinero vertical.
He aquí un retrato del hombre nuevo de la caída paradigmática del comunismo y del liberalismo salvajes.