Por donde se mire soy venezolano; es más, soy caraqueño de padres nacidos también en esta desdichada ciudad que hoy domingo estará buscando salida electoral después de más de veinte años de desventuras. Tengo la certeza y así lo he dicho muchas veces, de que el país venezolano volverá a ser; de la misma manera como se extravió hace años víctima de sucesivas y tramposas elecciones presidenciales, también así pero de buenas maneras y masivamente volverá el país a encontrarnos y nosotros a él. Entonces, vuelvo a decirlo, todos juntos, alborozados ¡navegaremos hacia el sol!
Lo que ha estado ocurriendo en el país nos llena de orgullo porque es algo que jamás ha conocido no solo la Historia política sino la Historia a secas. Me refiero a la tumultuosa masa humana que desde los más remotos lugares y poblaciones rurales dispersas sigue y aclama a una mujer que se ha convertido en la esencia misma de un país que finalmente ha decidido liberarse del miedo a la ferocidad del autoritarismo militar y ha abierto las puertas de su propia voluntad de ser. Al hacerlo se ha extendido por todo lo ancho de nuestra geografía rozando al mundo exterior, generalmente retórico pero alejado de la solidaridad, un mundo que estupefacto asiste también al prodigio de una gloria que nos enaltece. Creo que por primera vez el planeta, asombrado, ve con estupor lo que estamos viviendo. Lo que me desborda es ser testigo de tan insólito acontecimiento: sin la presencia física de los partidos políticos tradicionales, enfrentada a la brutal mediocridad de crueles y torpes mandatarios poseedores de las armas y perversos civiles que se apoyan en ellas para torturarnos y despojarnos de las riquezas que nos pertenecen, una mujer oponiéndose con su coraje; su vibrante y enérgica feminidad y una nunca vista sagacidad política vence al talante criminal de un régimen y al duro machismo del país y nos enseña a ser no los simples habitantes que somos sino ciudadanos en un nuevo país que comenzará a deleitarse en un promisorio y estremecedor amanecer.
En las últimas décadas me sentí excluido y me dolía ver a mi ciudad y al país devastados por el autoritarismo y la ambición del dinero. Con esfuerzos, el país venezolano iba enderezando su camino, pero cambió de rumbo y se aniquiló en el pantano de un socialismo equivocado y mezquino. Era como si nos hubiésemos hundido en la anoréxica fosa de Cariaco, la única cuenca oceánica sin luz ni oxígeno, pero supe defenderme a mi manera y me acostumbré a aceptar invitaciones a conciertos, presentaciones de libros y tertulias porque encontraba allí a mis amigos y era como si respirara el oxígeno que se extinguió con el oprobioso régimen castrense.
Estamos llamados a ocupar un destacado lugar en el mundo y a proteger la democracia que nunca hemos sabido defender al dejarla en manos de militares que sin salir del cuartel y sin despojarse de sus uniformes incursionan alevosamente en la política desprestigiando las magistraturas. No me cansaré de repetirlo, ¡el error mas costoso cometido por el país venezolano es el de no haber enterrado suficientemente al general Gómez!
Venciendo trampas y obstáculos oficialistas comenzaremos ahora a celebrar la afirmación de que siempre hemos sido demócratas convencidos. No significa que, atolondrados, enarbolemos banderas de júbilo y cantemos desafinados himnos de alegría sino que comencemos a empeñarnos en ser menos egoístas, ser más solidarios con los otros, compartir los nuevos ánimos, entender y aceptar que recuperar el país requiere tiempo y sacrificios porque no se rehace un país de lunes a martes y grabar en nuestra memoria que así como a través de unas fraudulentas elecciones entró la perversidad a Miraflores, también por elecciones limpias ha salido apaleada del Palacio.
Desde Tucupita y las riberas del viejo Orinoco hasta más allá de los llanos y hasta San Cristóbal, desde cualquier espacio del país geográfico, lo que hemos estado aprendiendo en la campaña opositora es a ser nosotros mismos, ser dueños de nuestra propia voluntad, que unidos somos ciudadanos, es decir, una fuerza indomable.
Todavía siento la fuerza de mi sangre al recordar la antigua y oscura voz y los gestos de La Pasionaria en los funerales italianos de Palmiro Togliatti en agosto de 1964: «¡Estás allí, Palmiro! ¡Muerto!». Y es sangre que ruge libérrima cada vez que veo y escucho a María Corina Machado, pero al ver al desangelado y patético personaje fuera de Miraflores en campaña electoral hilvanando mentiras e inventando magnicidios huelo a orines de burro con el respeto que merecen el asno de Luciano de Samosata; el asno de oro de Plinio Apuleyo; Platero, el inseparable amigo de Juan Ramón Jiménez, el burro peruano del Perú de César Vallejo y el que le robaron a Sancho Panza.
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