OPINIÓN

Saber sentir alegría

por Carlos Sánchez Torrealba Carlos Sánchez Torrealba

Como actor o como cantante, siendo un intérprete en todo caso y en la posibilidad de ahondar en los asuntos de la vida, en el uso y aprovechamiento de la curiosidad de la que he sido dotado como todas y todos, siempre me ha gustado saber cabalmente sobre las emociones humanas. Estudiar las emociones para entenderlas más y hasta quizás para aprender a sentirlas todavía mejor, como para hilar más fino en el corre y corre de los días con sus noches y en los frecuentes encuentros con los demás. Me interesa afinar el sentido, los sentidos, para refinar la percepción y, consecuentemente, depurar la expresión de las emociones en las canciones, así como en el texto dramático, materia prima en los quehaceres del intérprete.

Con esos propósitos y esas búsquedas, la vida me ha premiado presentándome a personas expertas en el tema de las emociones: María Elena Coronil, Antonieta Izaguirre, Marisela Valero, Mariana Lozada, José de Jesús Pomenta, Rafael López-Pedraza, Jaime López-Sanz, Gonzalo Himiob… Por este camino he podido seguirle la pista a Carl Gustav Jung, a la escuela de la psicología profunda, a James Hillman, a John Dewey, Carl Rogers, Humberto Maturana, Luis Enrique Belmonte, a Carlos Castaneda y al muy querido maestro en quien me inspiro para escribir estas líneas. Un pensador venezolano de quien he recibido poderosas lecciones desde que era un muchacho de dieciocho años y estudiaba en el liceo.

Entonces me sentía muy preocupado y abrumado por el alto consumo de drogas que existía entre mis muy queridos compañeros de clases. El caso es que, no recuerdo cómo, me fui hasta una tal Dirección de Prevención del Delito de la PTJ, la policía técnica judicial que ya ni existe en Venezuela y me encontré allí a ese señor que era jefe y subalterno al mismo tiempo, capataz y peón de ese departamento con nombre tan importante y tan rimbombante. Él daba el sermón y tocaba la campana. Era el único habitante de ese departamento metido en un sótano y ubicado en una oficina de tres por tres metros. ¿Su nombre?: Nelson Torres Jiménez.

Se compadeció tanto con mi preocupación, que ahí mismo agendamos una charla suya para mis compañeros y compañeras del liceo. Y llegó el día feliz y fue sin retardo y nos habló con gracia y profundidad, con cariño y fe, con convicción de quien siente lo que dice y dice lo que piensa, nos regaló una charla inolvidable que nos dejó maravillados y agradecidos. Recuerdo nítidamente el remate de su brillante discurso: Así pues, compañeras y compañeros, después de haberles pintado con detalle las características, las causas y consecuencias del uso indebido de las drogas…. me van a disculpar, pero yo, que llevo tantos años estudiando y siendo profesor de castellano y literatura, no encuentro mejor palabra para definir lo que genera la droga en el organismo: la droga jode y punto. No hay otro verbo que defina lo que pasa: ¡te jode!

Nuestro vínculo siguió después de aquel encuentro; algunas veces le acompañé y le serví de asistente en varias sesiones de terapia grupal con jóvenes fármaco-dependientes y pude reconfirmar sus palabras en la muda contemplación de repetidas y duras escenas, muy duras.

Hubo un larguísimo tiempo en el que dejé de saber del maestro Nelson. Muchos años después volví a contactarle. Ya entonces se había hecho doctor y había creado el Instituto Venezolano de Psicolingüística. Un lugar donde le enseñan a las y los estudiantes a ser felizólogos. Un espacio dedicado a la ciencia, donde no hay preguntas prohibidas ni respuestas absolutas y le enseñan a uno a crecer, sabiendo que -como en el baile de San Pedro- crecer es ir dos pasos para adelante y uno para atrás. Le enseñan a uno a crecer sabiendo que el amor es la no muerte, que sa-lud es saber sentir alegría y que del estilo de pensamiento depende la vida.

Son varios los estilos de pensamiento, pero el Dr. Nelson Torres Jiménez se detiene en tres que me importa también mencionar para el bien público y la sanidad social:

El pensamiento absolutista-dictador que podemos encontrarlo entre algunos sujetos que suelen ser caprichosos, controladores, antipáticos, terribles, depredadores, dominadores y a quienes podríamos escucharle expresiones como: “¡El que no esté de acuerdo conmigo está equivocado!” Por supuesto, quien lleva este pensamiento como estandarte, tarde o temprano, termina con hipertensión, diabetes y hasta cáncer.

El pensamiento caótico-patológico que atisbamos entre personas fatalistas, depresivas, hipocondríacas, de falsas ideas, que se sienten incomprendidas y quienes pueden manifestarse con expresiones como: “¡Es que yo para sentirme bien, tengo que sentirme mal!”.

El pensamiento ecuánime-asertivo. Armonía y proporción ante los estímulos, equilibrio, justeza… Hay personas que se nos hacen inolvidables por sus ideas, por su integridad, su buen verbo, su mejor accionar, por la conjunción afinada de todos esos elementos. Que conocen el poder de actuar y a quienes la asertividad les lleva a saber que son únicos e irrepetibles. Personas a quienes podemos escucharle: “¡Yo nací para ser feliz y no hay excusas!”.

El sabio Nelson Torres Jiménez nos recuerda que los seres humanos tenemos además la capacidad de detectar en qué estilo de pensamiento andamos y cómo podemos servirnos del que mejor nos ocupe para andar saludables por la vida, incluso a pesar del entorno. En este sentido, será oportuno preguntarse cada cierto tiempo: ¿Cuál es el estilo de pensamiento al que más tiendo? Será oportuno revisarnos permanentemente para hacer ejercicios de reingeniería personal, ejercicios conscientes de eclosión.

Por este camino y en ese contacto permanente con el sí mismo, muy probablemente, entonces comprobaremos que el miedo nos protege y que está diseñado para ayudarnos a atacar o para huir, pero que los absolutistas han convertido en caos, en pánico. Identificaremos que la rabia es defensa para ayudarnos a reaccionar frente a situaciones inesperadas, pero que los absolutistas lo trasformaron en rencor. Experimentaremos que la tristeza ayuda a recuperarnos, pero que los absolutistas la convirtieron en depresión. Observaremos que el dolor nos permite sentir emociones intensas, pero que los absolutistas la convirtieron en culpa. Notaremos que la alegría nos permite vivir sanos, felices y sin excusas, pero que los absolutistas la convirtieron en hedonismo: alcohol, drogas, cocaína, marihuana, tatuajes en la piel… Y, finalmente, verificaremos que el amor es la emoción más humana, aunque los absolutistas se han empeñado en convertirla en control. ¡Atención! Esos absolutismos son tóxicos, muy tóxicos.

¡Ah, malhaya la concordia, la confianza y el cariño! ¡Ah malhaya la esperanza!

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