OPINIÓN

Rusia y Venezuela, vínculos de la danza académica

por Carlos Paolillo Carlos Paolillo

Rudolph Nureyev y Dominique Khalfouni, invitados del Ballet Teresa Carreño. Teatro Municipal de Caracas, 1981

El ballet venezolano y el ruso, en especial durante el período soviético, mantuvieron acercamientos continuos, tal vez no suficientemente advertidos. En 2021 se conmemorarán dos significativas efemérides de la presencia de la danza académica de Rusia en el país: las actuaciones por única vez de Rudolph Nureyev y del elenco completo del Ballet Bolshoi de Moscú.

La primera documentación conocida sobre los mencionados vínculos, se remonta a poco más de un siglo, cuando a finales de 1917 la célebre bailarina Anna Pavlova actuó con su propia compañía, durante los sucesos de la Revolución de Octubre, en el Teatro Municipal de Caracas y el Teatro Municipal de Puerto Cabello.

El siguiente nombre clave en los orígenes de la relación de la danza académica de ambos países, es el de Gally de Mamay, ex integrante del elenco de los Ballets Rusos de Serge Diaghilev durante su última etapa, quien se convirtió, según las versiones aceptadas, en la primera maestra en impartir clases de ballet en Venezuela. De Mamay arribó a Caracas  alrededor de 1930 y comenzó a enseñar en los salones de las residencias de las niñas de las altas esferas sociales de la capital. Con ella, se inicia de manera primaria y elemental el proceso de formación dentro de la danza escénica venezolana. Dos de sus alumnas  destacaron como sus discípulas más aventajadas: Luisa “la Nena” Zuloaga, bajo sus directrices durante once años, convertida luego en una renombrada artista plástica, y Belén Álamo Ibarra, en quien se reconoce a la primera maestra venezolana en asumir la enseñanza del ballet en el ámbito público.

A mediados de la década de los años treinta, el bailarín de origen ruso Basil Inston Dmitri, según se asegura discípulo de Mikhail Fokine,  arribó a Caracas para dictar clases privadas de ballet y realizar inédita actividad docente en las escuelas oficiales de educación primaria. Sus más reconocidos alumnos fueron Belén Álamo Ibarra y René Nájera, considerado el pionero de los bailarines clásicos en Venezuela. Actuó con impensado éxito para la época en el Ateneo de Caracas, donde también impartió clases, fundó la Escuela de Ballet Dmitri y presentó  sus espectáculos escolares en el Teatro Municipal y el Teatro Ávila.

En 1945, actuaron en el Teatro Municipal de Caracas los Ballets Rusos del Coronel de Basil, herederos del espíritu renovador de los Ballets Rusos de Diaguilev. Dos parejas integrantes de la compañía – Hery y Luz Thomson, David y Eva Grey – permanecieron en la ciudad y se vincularon a los proyectos de la Cátedra de Ballet del Liceo Andrés Bello y el Club del Ballet.

A finales de los años cuarenta, la Escuela Nacional de Ballet, bajo la dirección de María Enriqueta, “la Nena” Coronil, contó con el trabajo docente de la bailarina rusa Lila Nikolska, quien realizaría aportes relevantes en la formación de los bailarines clásicos venezolanos, entre ellos Vicente Nebreda, Irma Contreras y Graciela Henríquez, además de dedicarse con interés a la creación coreográfica.

Ballet Bolshoi. Natalia Bessmertnova

También ese tiempo traería la presencia en el estado Carabobo de la bailarina María Tuliakova, quien actuó en el Teatro Municipal de Valencia y dictó clases a un numeroso alumnado; así como de Nina Nikanórova, maestra que se residenciaría definitivamente en esta región para realizar una larga y reconocida actividad educativa en el ámbito público, a través de la Escuela de Ballet de la Gobernación del Estado por ella fundada.

A inicios de los años cincuenta se estableció en Maracaibo la bailarina ucraniana Irene Levandovsky, quien recibió parte de su formación de las celebradas Tamara Karsavina y Olga Preobrajenska, para impartir clases de ballet dentro de su escuela privada, iniciando de esta manera la actividad de danza clásica en la región zuliana que llevaría hasta el desempeño profesional.

A partir de 1952, el primer bailarín Igor Youskevicht actuó en el país acompañando a la primera figura cubana Alicia Alonso, ambos invitados del Ballet Nacional de Venezuela. En agosto de ese año, se presentaron los, Ballets Rusos del Montecarlo en el Teatro Municipal de Caracas y también el Estadio de la Ciudad Universitaria y el Teatro Municipal de Valencia, con la participación de la bailarina polaca Nina Novak, quien radicaría en Venezuela a partir de la siguiente década, cumpliendo con una dilatada y valiosa labor docente y artística.

La permanencia en Caracas desde 1957 de Lidija Kocers de Franklin, bailarina rusa ex integrante de los Ballets de Kurt Jooss, Agnes de Mille Dance Theatre y el Ballet Theatre de Nueva York , supuso el desarrollo de una sólida escuela de ballet académico con resultados consolidados y proyección social insospechados. La Escuela Ballet Arte, Ballet Arte Municipal y la Escuela Gustavo Franklin, fueron espacios para la concreción de un centro de formación sin finalidades comerciales orientado al estudio riguroso y metódico de la danza clásica.

También los cincuenta contaron con la recurrente presencia de la primera bailarina y actriz cinematográfica Tamara Toumanova, quien actuó en el Teatro Municipal de Caracas y el Teatro Baralt de Maracaibo. Igualmente, de la maestra yugoslava de origen ruso Natalia  Stavrovich de Bodisco en la ciudad de Maracay y Kiril Pikieris, director en un momento inicial de la compañía Danzas Venezuela y de la Escuela Municipal de Danza y Ballet, además de padre de Yanis Pikieris, quien fuera integrante del Ballet Internacional de Caracas e invitado del Ballet Metropolitano.

Durante los inicios de la década de los años noventa, se estableció en el estado Zulia el bailarín yugoslavo Nedo Vojkic, formado en la Escuela Estatal de Ballet Clásico de Belgrado entre otros maestros por el pedagogo ruso Vaslav Orlikovsky, y  fundaría el Ballet de Maracaibo.

Mikhail Baryhsnikov

A principios de los años ochenta la maestra y promotora del ballet Keyla Ermecheo se planteó la realización de un convenio de cooperación con la Unión Soviética. En virtud del mismo, se trasladaron al país reconocidos maestros, entre ellos Eric Volodin, inicialmente, y Vladimir Lopukhov, en sus etapas finales, quienes contribuyeron al desarrollo técnico y artístico de los bailarines clásicos nacionales.

Durante ese tiempo, el Ballet del Teatro Teresa Carreño tuvo como especiales huéspedes al aclamado Rudolph Nureyev, ex integrante del Ballet Kirov y evadido a Occidente dos décadas atrás, quien bailó Giselle junto a Dominique Khalfouni procedente de la Ópera de París, en el Teatro Municipal y el Poliedro de Caracas; así como a Ekaterina Maximova y Vladimir Vasiliev, primeras figuras del Ballet del Teatro Bolshoi de Moscú. Igualmente, presentó al bailarín internacional Alexander Godunov, ex integrante del tradicional conjunto.

La década de los noventa trajo a Venezuela tres maestros que dejaron huella en el medio de la danza académica nacional: el búlgaro Rumen Rashev, graduado en la Academia Vaganova de Leningrado; la lituana Ruta Butviliene; y el ruso Vladimir Issaev, todos de notable desempeño en el Ballet Teresa Carreño y otras instituciones educativas y artísticas del país.

En ese tiempo, se vivió un acontecimiento histórico: la presentación por primera vez en Venezuela, coincidiendo con la extinción de la Unión Soviética, del elenco completo del Ballet Bolshoi bajo la dirección artística de  Yuri Grigorovich, en la Sala Ríos Reyna del Teatro Teresa Carreño, oportunidad en la que interpretó Giselle, contando con Natalia Bessmértnova como primera figura, y el programa Homenaje a Petipa,. También en ese mismo escenario,  Mikhail Baryshnikov, ex miembro del Kirov y establecido en Estados Unidos,  ofreció una renovada faceta de su estelar carrera de intérprete con su recién creada compañía orientada hacia las nuevas tendencias, el White Oak Dance Project.

La danza académica venezolana ha estado unida desde sus mismos orígenes a la escuela rusa de ballet y sus preceptos conceptuales, estéticos, técnicos y metodológicos. En buena  medida, esta relación ha servido de base fundamental para la formación de los bailarines clásicos nacionales, a través de procesos adecuados a las particularidades de sus contextos socioculturales y a sus propios sentidos de identidad.