El comienzo de 1948, año de especial importancia en el desarrollo integral de la danza venezolana, trajo la realización de un suceso revelador. Con motivo de la toma de posesión del presidente constitucional Rómulo Gallegos, primer mandatario venezolano electo mediante comicios universales, directos y secretos llevados a cabo el 14 de diciembre del año anterior, promovidos por la Asamblea Nacional Constituyente establecida luego del derrocamiento de Isaías Medina Angarita, se realizó en Caracas el evento denominado la Fiesta de la Tradición, organizado por el poeta Juan Liscano desde el Servicio de Investigaciones Folklóricas Nacionales dependiente de la Dirección de Cultura del Ministerio de Educación. Fue una actividad sin antecedentes, que se convertiría en un verdadero acontecimiento al reunir en el Nuevo Circo de Caracas a numerosos y genuinos cultores populares llegados de una diversidad de regiones de Venezuela.
El país estrenaba una importante experiencia democrática y Caracas, ciudad de 400.000 habitantes, se disponía a ser testigo de la ceremonia de asunción de un presidente de la República electo mediante el voto popular. Un elevado espíritu nacionalista se vivía, alentado por una ardua y debatida campaña electoral de la que tomaron parte los partidos políticos Acción Democrática, en el que militaba Gallegos, Copei y el Partido Comunista. Dentro de ese ambiente, la Fiesta de la Tradición buscó celebrar el hecho dentro de la mayor de las exaltaciones colectivas.
De 17 al 21 de febrero se presentó el espectáculo Cantos y danzas de Venezuela, enmarcado dentro de la mencionada festividad que, de acuerdo con los registros existentes, reunió a cerca de 10.000 asistentes por noche. El diario El Nacional se hizo eco del impacto producido por el evento, al destacar en sus páginas las implicaciones de las referidas expresiones del pueblo y otorgarles un valor más trascendente aún que el del petróleo, factor que ya influía económica y socialmente al país.
El festival cumplió, de acuerdo con el pensamiento de Liscano y el consenso de distintos autores, con una enaltecedora misión de acercamiento venezolano y de unificación del sentir nacional. La antropóloga Ocarina Castillo en su ensayo “Visiones de lo popular. La Venezuela de 1948”, contenido en el libro La fiesta de la tradición (1999, Fundef), argumenta que esas jornadas del Nuevo Circo “permitieron a los venezolanos, por primera vez, encontrarse con las múltiples caras de la nacionalidad”.
Juan Liscano rememoró su pensamiento al momento de idear La fiesta de la tradición, en una entrevista realizada por el poeta y sociólogo Alfredo Chacón, incluida en la referida publicación:
“Sentía que yo era completamente galleguiano y cuando (Gallegos) llegó a la Presidencia me pareció que era la hora de rendirle un homenaje a ese gran hombre que me había inspirado la imagen totalizante de un país en su paisaje, con sus hombres y un idioma, una cultura, siendo al mismo tiempo un líder democrático. El encargo del festival lo acepté gustoso (…) Cuando descubrí las danzas venezolanas se me reveló el mundo hechizante de la provincia. Allí lo encontré y fueron días de excelencia y de estudio no solamente práctico sino al interior del espíritu de las danzas, que era donde encontraba entonces la fuente del hechizo, de ese telurismo que había estado buscando. Yo creo que el festival me hizo muchísimo bien. Hasta entonces yo tenía el mapa de Venezuela en la cabeza, pero de pronto logré convertir ese mapa en figuras danzantes. Fue una gran experiencia, una experiencia ontológica. Independientemente de que haya tratado o no de honrar al presidente de la República”.
Archibald Mac Leish, ex director de la Biblioteca del Congreso de Washington y representante personal del presidente estadounidense Harry Truman en los actos de la toma de posesión de Gallegos, en su crónica titulada “El artista como presidente”, publicada en Saturday Review or Literature, el 27 de marzo de 1948, destacó, más allá de lo significativo de la transferencia del poder de una junta provisional de gobierno a un mandatario electo constitucionalmente, que la celebración de este acontecimiento hubiera sido alrededor del nuevo presidente considerado no solamente como político, sino muy en especialmente como escritor.
La fiesta de la tradición fue valorada por Mac Leish de manera entusiasta:
“Lo sorprendente en el festival de la toma de posesión de Gallegos no fue el insólito número de diplomáticos que asistieron, ni el desfile militar con sus contingentes fusileros de marina y marineros norteamericanos, ingleses y holandeses, o el gran baile en el Salón Elíptico, o las solemnes o sencillas ceremonias en las cuales la Junta Revolucionaria transfirió sus poderes al primer magistrado, electo constitucionalmente. Lo sorprendente fue la presencia en Caracas, invitados por el Gobierno de Venezuela, de un número considerable de los principales escritores e intelectuales de América Latina, y el hecho de que por lo menos dos de los principales acontecimientos en la celebración nacional fuesen para festejar, no a una figura política, sino a un hombre de letras. El primero fue un almuerzo dado por Gallegos a los escritores, intelectuales y publicistas traídos a Caracas por el Gobierno. El segundo fue un gran festival de música y danzas populares en el Nuevo Circo de Caracas, que será recordado por los que asistieron como uno de los más impresionantes espectáculos montados en nuestro tiempo (…) Los bailarines traídos de las regiones más distantes de la ancha y vacía república, estaban agrupados alrededor del Circo, del otro lado de la barrera, vestidos con el delgado algodón de los trajes de sus aldeas, con sus pequeñas guitarras, sus flautas macho y hembra, sus curiosas arpas y sus numerosos tambores, instrumentos del indio de antaño, del español de otros tiempos, y sobre todo del africano. Alrededor de la arena, llenando los empinados costados del circo, diez mil caraqueños con sus mujeres y niños”.
El 19 de febrero de 1948, el antropólogo, historiador y geógrafo cubano Fernando Ortiz, igualmente invitado a la ascensión de Gallegos a la Presidencia de la República, en su discurso ofrecido en la sesión extraordinaria de la Academia Nacional de la Historia en honor de los intelectuales invitados a Caracas, mostró su entusiasmo por lo visto en esa exaltación popular, que entraba en sintonía con las indagaciones de Gallegos en las raíces culturales presentes en toda su obra literaria.
El sabio Ortiz valoró el festival de Liscano desde sus características de ritual:
“Aprecio esto no sólo por el alto valor artístico y cultural del espectáculo, sino por la profunda significación que tiene. Fue un festival que ha dejado conmovidos y gratamente impresionados tanto a los forasteros como a los venezolanos, sin excluir al mismo ciudadano presidente que con su genio ha trabajado siempre en las entrañas sociales de su pueblo y es muy sabedor de sus reales valores. Acaso ese haya sido el acto de más grandeza y hondura en estos días ceremoniales. Fue un rito danzario y colectivo de todo un pueblo para incorporar lo más suyo, lo más visceral de su vida a la consagración democrática de estos días, sin precedentes, en el centenario sebucán de polícromas culturas que han ido entretejiendo en Venezuela esos personajes populares del gran tamunangue de su historia”.
La fiesta de la tradición sorprendió tanto a los cultores participantes, quienes se vieron de pronto involucrados en la vorágine de una representación escénica impensada por ellos, como al público sorpresivamente numeroso. Todos se reconocieron culturalmente en los múltiples rostros danzantes.