Hay dos países, en Europa y América Latina, que representan a la izquierda. Ellos son Portugal y Ecuador. El de allá tiene casi 100.000 km2 y el acá un poco más de 250.000 km2. Pero solamente el de acá tiene un gobernante en el exilio, Rafael Correa, mientras que el de allá tiene un gobernante que acaba de salir, António Costa, quien incluso propuso a su sucesor, Mário Centeno.
A todo ello se une el papel moderador del presidente de la República, Marcelo Rebelo de Sousa, quien, tras aceptar la dimisión del primer ministro, ha convocado para este miércoles a todos los partidos políticos con presencia en la Asamblea de la República y para el jueves, al Consejo de Estado. Solo después de hablar con todos convocó a elecciones para el 10 de marzo. El mensaje a los ciudadanos portugueses es, pues, que las instituciones del país funcionan y están preparadas para afrontar esta crisis.
António Costa, quien ha sido indiciado como corrupto, traficante de influencias y prevaricación en proyectos relacionados con la transición energética, además de la nacionalización de la TAP (Transportes Aéreos de Portugal), así como concesión de dos explotaciones de litio en las localidades de Montalegre y Covas do Barroso, igualmente de un proyecto de producción de hidrógeno verde en Sines.
Aquella alianza parlamentaria de la izquierda (la geringonça) nunca gustó al presidente de la República, pero antepuso la estabilidad institucional sobre sus preferencias partidistas, mientras António Costa respondió con lealtad recíproca.
La sociedad portuguesa padece graves dificultades económicas y sociales, empezando por el disparado precio de la vivienda o la inflación alimentaria. Las acres desavenencias públicas entre Rebelo y Costa han debilitado su imagen con el efecto secundario de haber favorecido las expectativas electorales de la ultraderecha de Chega, tercera fuerza política ya en Portugal, y habitual beneficiaria del desgaste institucional, como sucede con la mayoría de los nacional populismos de las democracias europeas y algunas de Latinoamérica, como la Argentina.
Marcelo Rebelo de Sousa ha ejercido como contrapoder, ha forzado varias dimisiones por escándalos y en los últimos meses había empezado a deslizar mensajes ambiguos sobre un adelanto electoral para salir del atolladero en el que parece vivir el gobierno, excesivamente refugiado en datos macroeconómicos favorables y en la buena marcha de su revolución verde.
En la Operación Influencer, que incluyó registros en la residencia oficial del primer ministro del Palacio de São Bento, la detención de su jefe de gabinete, Vítor Escária, y su amigo Diogo Lacerda Machado. Permanezco con tres estrellas lusitanas entonces: con Ronaldo, con el fado y con la Revolución de los claveles.