OPINIÓN

Roberto Giusti, periodista de raza

por El Nacional El Nacional

Durante 10 años la firma de Roberto Giusti alumbró las páginas de El Nacional. Excelente lector, agudo, de prosa limpia y lúcida, Giusti acaba de morir en Mérida a la edad de 71 años. Su nombre es una referencia de periodismo bien hecho, comprometido con el oficio, crítico riguroso e incluso implacable y, a la vez, placentero. Cumplía a rajatabla con uno de los mandamientos del enorme periodista italiano, también escritor e historiador, Indro Montanelli (1909-2001), quien sostenía que el peor pecado de un texto periodístico era aburrir a los lectores. Como Montanelli, y tantos nombres de fuste de la prensa, Giusti también persiguió la estela de la verdad, siempre tan escurridiza. 

En la hora de su muerte, aún temprana a pesar de los padecimientos que lo aquejaban, circulan los elogios de su calidad periodística y los recuerdos de su talante educado y reservado, como buen andino. Había nacido en Rubio, estado Táchira, el 23 de junio de 1953. También rebotan textos más recientes de su autoría, producidos en el exilio en Norman, Oklahoma, como este publicado en 2018 en actualy.es, que dirige su amigo periodista Víctor Suárez, titulado “Un turbulento y lejano país llamado Venezuela”. Las primeras líneas son una invitación a servirse un café y acomodarse en el sillón, para leer: 

“El día en que mi mamá conoció a mi papá, cuando ella le preguntó de dónde era y él le respondió que de Colón (con el ón enfatizado) ella sonrió feliz porque era el primer panameño que conocía en su vida. No tenía la menor idea que ese era, también, el nombre de una población del Táchira, en la frontera con Colombia.

Caraqueña criada en Maracaibo, para mi madre Cúcuta (al otro lado de la frontera) era un lugar remoto y enigmático de donde habían salido unos señores de modales bruscos y extraño acento, que atravesaron el país, batalla tras batalla, y amarraron sus mulas en las barandas de la Casa Amarilla (sede de la Presidencia de la República, en Caracas) para dejarlas allí hasta descubrir la existencia de un ingenio mecánico llamado automóvil”.

Giusti estudió periodismo en la Universidad Católica Andrés Bello. Aún sin graduarse, se inició como reportero en Radio Caracas Radio (RCR, la emisora pionera del país, hoy callada a fuerza de presiones) y, a la vez, era colaborador del vespertino El Mundo. Su profesor de géneros periodísticos, Germán Carías, leyenda del periodismo venezolano, de dilatada y variada experiencia, lo llevó a El Nacional en la década de los ochenta, tiempos de cambios tecnológicos en simultáneo con el surgimiento y apogeo de una prensa cada vez más acuciosa y competente en un ambiente de libertades democráticas nunca antes vivido en el país, a pesar de los nubarrones que se asomaban. Aún en la treintena, Giusti ya era una figura de referencia en nuestro periodismo, reconocida con tres premios nacionales.

En el segundo y muy revuelto gobierno de Carlos Andrés Pérez (1989-1993) se integró al novedoso programa de corresponsales extranjeros de la agencia oficial Venpres. De su experiencia en Moscú, donde presenció el derrumbe de la Unión Soviética, produjo dos libros Yeltsin, corazón de León (Fundación Andrés Mata, 1997) y Yo lo viví (Libros Marcados, 2010). A su regreso al país, fue director de Información de la Presidencia hasta que se produjo la destitución de Pérez. Luego se incorporó a El Universal, donde permaneció por más de 20 años, y allí consolidó su impecable trayectoria profesional y reforzó su postura crítica del poder atornillado en Miraflores. 

Para un hombre sereno y de paz como él, de rotunda convicción democrática, ubicarse en la acera contraria a quienes hoy usurpan el poder en Venezuela tuvo sus consecuencias. Como conductor radial (Golpe a Golpe, RCR; con Fausto Masó) fue amenazado de muerte por grupos cercanos al poder, al punto de que exigió a la Fiscalía General una investigación, cuando ya las instituciones se habían convertido en apéndices lastimosos. Giusti fue también presentador en Globovisión (la de antes del cerco mediático) de los programas Primera Página y Grado 33. Su producción editorial entregó otros títulos: entre ellos, Carlos Andrés Pérez: Memorias Proscritas (Libros El Nacional 2006), junto con el periodista y escritor Ramón Hernández, y Pasión Guerrilla: Quince años de maridaje clandestino entre Chávez y la guerrilla colombiana (Libro Marcados, 2009). 

Como tantos millones de venezolanos vivió el desgarro del exilio. Regresó para estar más de cerca de su familia y morir en ese país “turbulento y lejano llamado Venezuela.”