En Ripley Andrew Scott encarna al siniestro personaje de Patricia Highsmith desde el misterio y la violencia sugerida. También, desde una fría oscuridad que anuncia violencia que dota a la serie de una solidez y elegancia que la convierte, sin duda, en una de las mejores producciones del año.
Lo primero que deja claro Ripley (2024) de Netflix, es que su personaje central esconde de manera férrea sus emociones. Pero no por timidez o temor. Andrew Scott, recupera el personaje que llegó por primera vez al cine de la mano de Matt Damon y le agrega una oscuridad precisa que asombra por su sutileza. Este malvado, que el argumento Steven Zaillian (que también es el showrunner de la miniserie) plantea desde sus grises, demuestra en sus primeras escenas que es de temer. Pero no por su violencia o su crueldad. Si no por su capacidad para el engaño, la manipulación y al final, una despiadada decisión de salvar su vida —y complacer sus deseos más viles— que se hace cada vez más evidente.
Para la ocasión, la fotografía de Robert Elswit convierte el escenario en que se mueve Ripley en una red de blancos radiantes y negros profundos. De modo que la personalidad del personaje se muestra en su entorno. Este timador, capaz de robar mientras sonríe y con una venenosa capacidad para el engaño, conserva el silencio en medio de situaciones comprometidas. Por un lado, el argumento le muestra tramposo, leguleyo y capaz de convencer a cualquiera de someterse a su voluntad casi sin esfuerzo. Pero por el otro, lo que parece una insinuación de una capacidad para la seducción que convierte a Ripley en una criatura por necesidad nocturna, se muestra en la serie como una sucesión de sombras.
Scott, que el año pasado protagonizó la singular, emotiva e irregular All of Us Strangers de Andrew Haigh, se convierte bajo la mano de Elswit en un demonio de sonrisa torcida, ajeno a toda ternura y convencido de la necesidad del mal. El actor crea un panorama extraño en el que su personaje atraviesa varios estados del ser para alcanzar el punto más refinado del odio, el rencor o incluso la envidia. De hecho, Ripley, como tramposo de profesión, basa su vida en lo que desea, anhela y trata de alcanzar en un tipo de deseo devenido en angustia, en anhelo de posesión y por último, una abrumadora impotencia.
El intérprete toma todo lo anterior y lo convierte en un paisaje austero, que la serie replica en escenarios exquisitos con un toque decadente. Buena parte del capítulo uno y dos están concentrados en traducir el océano interior de este villano en formación, en pleno crecimiento y la necesidad de devastar todo con su furia exquisita. Andrew Scott, que ha insistido en que solo trabaja en proyectos por amor (como comentamos en este estupendo artículo), encuentra que Ripley no solo desea ganar, poseer, vencer. También amar y ser amado, pero bajo sus términos y deseos. En medio de una oleada de maldad que cada vez se hace más penetrante, vil y brutal.
Una ambientación a la altura de una historia atípica
Patricia Highsmith dedicó buena parte de su obra al enigmático personaje. En cinco novelas, publicadas a lo largo de 36 años (1955–1991), la escritora contó el largo periplo de Ripley, de una criatura psicópata y gris a la periferia de sus víctimas, a un hombre complejo, en medio de situaciones cada vez más extremas. La evolución fue obvia y mucho más, a medida que la autora dedicó los diferentes volúmenes a ponderar en el origen del mal de su creación y mucho más, a los límites angustiados que le llevaron a cometer todo tipo de tropelías.
Ripley, que adapta apenas el primero de los libros, deja mucho espacio para que Scott pueda experimentar con lo narrado. Por lo que el capítulo tres y cuatro se enfoca directamente en la peculiar transformación que va de la vanidad — el personaje es un gran vanidoso — a la degradación moral. Ripley va de la pudorosa Norteamérica de los años sesenta, a una Italia con aires legendarios y brillantes. A la vez, a los límites perfectos de una mirada al norte de todas sus angustias. El guion de la serie copia el extraño ritmo de la novela y permite que este hombre, en apariencia depravado, muestre que las capas del mal van de un lado a otro. Mucho más, que se hacen cada vez más complicado, singular y poderoso, no en la medida que demuestra sus dotes para el robo y la manipulación, sino todo lo contrario.
Poco a poco, la oscuridad del entorno, se vuelve una iluminada percepción acerca de cómo el personaje cumplirá su misión. A saber: traer a Dickie Greenleaf (Johnny Flynn) de vuelta a Norteamérica desde un paisaje idílico. La serie aprovecha la belleza de Europa para crear la sensación de que el mundo es un recorrido radiante para Dickie, en la misma medida que es tenebroso para Ripley. Pronto, la historia encuentra sus mejores momentos en la manera como el personaje de Scott encuentra su lugar en medio del derroche, el lujo y la ostentación.
Lo mejor para el final
Ripley es una serie para paladares sofisticados y requiere paciencia de parte del espectador. Mucho más, cuando descubre de a poco sus misterios y permite a su actor que se robe prácticamente cada escena en que participa con un estudio voraz sobre el bien y el mal moral. Pero la inversión del tiempo bien vale la pena. Poco a poco, la producción demuestra sus mejores puntos y horizontes más elevados.
Pero, sobre todo, su punto de mayor interés. La raíz de la oscuridad que muestra hasta dónde puede llegar el personaje y la belleza que puede simbolizar esa búsqueda de grises y sombras en el argumento.