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Río de sangre

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A Pedro Estrada la gente de la sociedad lo llamaba “Don Pedro” y le temía. Él era el Director de la Seguridad Nacional, la policía política de la dictadura de Marcos Pérez Jiménez. Decirle “Director” era honrarlo. Fue el “Esbirro Mayor del Régimen” encargado de instituir la tortura y la violación como métodos sistemáticos en los interrogatorios a los presos de la oposición. “El Chacal de Güiria”, así le decían comunistas, adecos y copeyanos con máximo desprecio y total pavor, pues en el campo de concentración de Guasina a más de uno le cortaron la lengua y se la tiraron a los perros al referirse así al depredador de la tiranía.

En los corrillos caraqueños comentaban a sotto, sotto, sotto voce y arriesgándose a ser delatados, que todo chacal tiene su hiena; se referían Cenobio Beltrán Maita, “La Hiena de Chivacoa”. Se había ganado ese mote, porque no podía contener la risa cada vez que torturaba a un conspirador. Cuanto más tormento, más se reía.

La Hiena le reportaba directamente a El Chacal y no solo eran animales voraces, también eran compadres. Jefe y subordinado, distancias insalvables, tú allá y yo acá, pero Don Pedro y su esposa, Doña Alicia, eran los padrinos de Eloy.

Un solo hijo reconocido tuvo La Hiena. No pudo tener más, porque a su mujer por poco la mata la fiebre puerperal. Los que más sabían dijeron que fue una infección polimicrobiana severa por la presencia de bacterias en el líquido amniótico en el momento de la cesárea; los que algo sabían y les entusiasmaba un buen chisme, aseguraron que se debió al coito diario en los últimos meses de embarazo; y los que no sabían nada, pero creían en todo, juraron por un puño de cruces que fueron cosas de la mabita y el mal de ojo. Y es que el verdugo de Yaracuy tenía demasiados enemigos.

El recién nacido era precioso, “Demasiado precioso” opinó su padre con enorme desagrado la primera vez que lo vio. “¡Un muñeco! ¡El vivo retrato de su madre!”, exclamaban todos los que venían a conocerlo y es que Merceditas era admirada por su belleza arrobadora y ridiculizada por ser redomadamente idiota, condición que empeoró con el nacimiento de Eloy. Del pobre se tuvo que hacer cargo su abuela materna, Misia Dominga, que lo crió entre música clásica y canciones de Agustín Lara en un patio atestado de jazmines en flor.

Vivían en el sector de El Pinar, muy cerca de la quinta “María Pía”, que en 1953 fue alquilada por los religiosos agustinos para fundar un colegio con 169 estudiantes.  Para esa fecha Eloy tenía 13 años y su padre dejó muy claro que ningún hijo suyo iba a estudiar con “Machos sin Hembras” como les decía a los curas, aunque también los llamaba cosas peores. Misia Dominga rogó a Dios para que esto no llegara a oídos del padre Moisés Montaña, el director del centro. “¡Qué vergüenza, Virgen Santísima!”, murmuraba entre cuenta y cuenta de su rosario.

Los movimientos de tierra para la construcción del Santuario de Nuestra Señora de Coromoto en El Paraíso habían comenzado en 1949 y el 6 de junio de 1952 instalaron el primer pilote. En el acto, presidido por el obispo Rafael Arias Blanco, estaban El Chacal, interesadísimo en esa obra de ingeniería; Misia Dominga, pidiéndole a Dios que le diera años de vida para ver la iglesia terminada y Eloy, asfixiándose dentro de un flux de lana que su abuela le había comprado para la ocasión. Lana en el trópico. Una tortura.Él, que no podía ni con el peso de una mandarina,se sorprendió al ver a un muchachito atlético y colorado, y no mucho mayor que él, cargando cal y arena con los albañiles. Unos le gritaban: “¡Epa, Ruso, tráete la carretilla!” y otros, “¡Abé, destápate ahí unas cervezas!”.Abé se llamaba Abelardo Kovalenco; vivía por aquí y por allá porque era huérfano de padre y madre; cuando se cortaba tardaba mucho en dejar de sangrar; le habían hecho unos exámenes y entre muchas cosas resultó ser AB negativo, algo bien poco frecuente, y entonces la gente le empezó a decir Abé.

La Hiena no tardó en contratar a algunos de esos obreros para que fueran a su casa, arrancaran todos los jazmines y las mariqueras de su suegra (así dijo) y cimentaran una piscina. “¡A ver si Eloy me aprende a nadar; a ver si así le acaban de salir unos músculos a este carajito!”. Cual no fue su satisfacción cuando vio a su hijo con un pico,una pala y un pañuelo en la cabeza anudado en las cuatro puntas,siguiendo instrucciones de Abé. De allí en adelante todo fue: “Mira, Rusito, me vas enseñando a este zoquete a matar pájaros de un chinazo y cojan el Flobert a ver a cuantas botellas le dan y aquí tienes las llaves del Pontiac a ver si por fin este mangas meadas se me anima a manejar y llévese estos Capitolio y esta botellita de Old Parr  que me regaló mi compadre Don Pedro y ya va siendo hora de que se vengan conmigo pa’ casa e’ “Las Monjitas”. Y no estaba torturando a nadie, pero de eso también se reía, porque esas“hermanitas de la caridad” eran unas fulanas de marca mayor que cobraban bien caro, pero valían la pena. Abelardo y Eloy nunca fueron a ese sitio, no les interesaba, para donde iban a cada rato era para El Ávila a bañarse en unos chorros que había allá. Estaba el chorro de El Loco, el de El Muerto y el de El Espanto. ¿Quién le habría puesto esos nombres espeluznates a esas cascadas tan hermosas? Las tres confluían en una poza que se rebosaba, se convertía en río y corría montaña abajo hacia la quebrada de Sebucán.

Era el seis de junio de 1956. Los muchachos se habían conocido hacía cuatro años exactamente. No hay coincidencias en el destino, todo forma parte de un plan. Y a veces el plan es macabro.

El Gusano Calzadilla era un correveidile que tenían en la Seguridad Nacional que servía para cualquier cosa. Decían que era una verdadera… un verdadero fastidio, pero lo cierto es que este remedo de hombre resolvía. A cada rato les traía café y cigarrillos a los torturadores porque la noche iba a ser muy larga; reanimaba a los presos moribundos para que los pudieran seguir torturando; y, lo que más le gustaba, desaparecía a los cadáveres y no había nadie que le hiciera preguntas. Esto último siempre lo hizo sentir muy importante, pero en realidad él era un pobre infeliz. Y fue El Gusano quien le vino con el cuento a La Hiena.

―Mire, Mi Jefe, mí a no me consta, pero usted sabe que la gente sin oficio comenta, y uno no puede creer en todo lo que oye, pero usted sabe que cuando el río suena a lo mejor es que viene un aguacero, entonces yo me dije: “Más vale que Mi Jefe lo vaya sabiendo”…

―Coño, Gusano, si a ti te pagaran por cada palabra que dices andarías hediondo a real.

―Es que mire, Mi Jefe… que a su hijo y al muchacho ese con quien anda los han visto por allá arriba en El Ávila… ¿cómo le digo? Bueno, que uno como que es el hombre y el otro su mujer.

Y La Hiena rugió como si un león le hubiera arrancado el corazón de un zarpazo y estrelló su cenicero lleno de colillas prendidas contra la pared. Estaba lívido, no podía respirar, sentía como si de un solo machetazo lo hubieran picado en dos. Hubiera preferido mil veces que le dijeran que a su hijo se lo habían matado y solo podía pensar: “Que no sea la mujer, coño, que no sea la mujer”.

―Mi Jefe, ¿usted quiere que yo suba pa’ Los Chorros y…?

―¡Le dices a Cara e’ Crimen y a Rocanrol que esta noche cogemos pal cerro!

―¿Yo también voy?

―¡Vamos los cuatro, no joda!

Y El Gusano sintió como si como si el general Marcos Pérez Jiménez hubiera decretado la Orden al Mérito en el Trabajo en 1954 solo para que La Hiena se la otorgara diciéndole: “Te sale en su Primera Clase por haberte distinguido en tu eficacia, preparación y perseverancia en el trabajo, y tu ejemplar conducta cívica y familiar”. Él no tenía familia, pero así lo  expresaba el artículo 2 de la Ley de la Condecoración y él no iba a decir que no.

A medianoche llegaron a la poza. Aberlado y Eloy se habían quedado dormidos sobre una piedra enorme y plana; los dos estaban desnudos y, qué extraño, Abé parecía hecho de nácar. Serían cosas de la luz de la luna llena y del follaje, o tal vez de los espíritus que rondan por el monte que siempre hacen travesuras, pero toda su piel brillaba. Por la forma en la que tenía abrazado a Eloy, La Hiena supo que su hijo era la mujer. Y fue como si le clavaran un punzón de fuego en la frente.

En una funda de cuero de báquiro La Hiena tenía un cuchillo con cacha de cuerno e’ venao que un brujo allá en Guasina le había ensalmado. Cuando se lo regalaron le dieron el recado: “Con esto muere el Muerto, pero cuidado con la sangre del Muerto si no está muerto”. Todo fue muy rápido, rugiendo, saltó sobre Abé y de una cuchillada certera le cercenó el pene y los testículos y le abrió un tajo en el muslo. Cara e’ Crimen, Rocanrol y el Gusano nunca habían escuchado un alarido tan desgarrador y eso que ellos sabían muy bien cómo se aúlla en la tortura; Eloy despertó sobresaltado, sin aire en los pulmones, y su padre se reía. Pero la risa se le convirtió en vinagre y bilis cuando vio a su hijo llorando histérico,  gritando completamente fuera de sí.

―¡Ustedes dos, llévenle esta mujercita a su abuela y le dicen que eso no es hijo mío! ¡Que ninguna mujer le ha parido hijas a Cenobio Beltrán Maita!

Súbitamente sintieron un aroma de gardenias y no se dieron cuenta de que en lo alto de la cascada, envuelta en la neblina y como si estuviera flotando, había una mujer pavorosamente blanca que los observaba. Su cabellera eran 333 serpientes de plata y 333 de cristal; tenía los ojos verdes como esmeraldas, esmeraldas venenosas.Al perfume de flores le siguió un hedor a frutas podridas. No estaban solos, de las ramas superiores de un árbol seco colgaban cuatro calaveras; ocho rubíes diabólicamentes centelleantes los estaban mirando.

Con un poder sobrenatural inexplicable, Abé brincó sobre La Hiena, lo abrazó con fuerza y lo empapó con su sangre. Transcurrieron unos segundos que parecieron horas y Cenobio Beltrán Maita nunca entendió por qué pensó en Misia Dominga a la que se le iba gran parte del domingo hablando del sermón que habían dado en  misa. Era como si la estuviera escuchando: “Éxodo, capítulo 7 versículo 21, Moisés golpeó el río Nilo con su bastón y sus aguas se convirtieron en sangre, dando lugar a la primera plaga de Egipto”.Pero no sintió miedo, ahí el único que estaba pálido de espanto era El Gusano.

―¡Quíteselo, Mi Jefe! ¡Quítese al muerto que tiene los ojos en blanco!

La Hiena se arrancó a Abé de encima y lo hizo caer en la poza.

―Tú te encargas, Gusano.

―¡Pero Mi Jefe, no me vaya a dejar aquí! ¡¿Y si el muerto todavía no está muerto?! ¡¿Y si me cae la maldición de la montaña?! ¡Porque dicen que los que se meten con este monte no viven para contarla!

―¡Gusano pa’ pendejo!

Cuesta mucho relatar el final de la historia. El cuerpo de Abé nunca apareció y a El Gusano nadie lo volvió a ver desde aquella noche sangrienta. Eloy perdió el habla y el sueño y la paz. El médico dijo que estaba en estado de choque y que de seguir así pintaba mal el panorama. Misia Dominga no entendió qué choque era ese y, desesperada, acudió a la madrina de su nieto. Doña Alicia Parés Urdaneta de Estrada estaba a punto de irse de viaje, era esa época del año en la que iba a París a renovar todo su guardarropa, así que sin mucho pensarlo, lo resolvió.

―Eloy se viene conmigo. En Europa, con todo tan exquisito y tan glamoroso, no hay quien esté en shock. Por más que te quieras preocupar por algo, no puedes. Yo me voy a encargar de que mi ahijado sea muy feliz.

―¡Bendito sea Dios, pero la falta que me va a hacer mi muchachito!

―Usted nos acompaña, Misia Dominga.

―¡¿Pero qué hago yo con mi hija?! Sola no la puedo dejar…

―Nos llevamos a Merceditas.

En cuanto a La Hiena… lo encontraron abombado flotando boca abajo en su piscina. Para desconcierto de unos, alarma de otros y horror de todos, no era agua hirviente en lo que el mal nacido hijo de perraese de Cenobio Beltrán Maita se había ahogado, eran veinticinco mil litros de sangre AB negativo.

@carolinaespada

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