OPINIÓN

Ricos y pobres y más pobres

por Fernando Rodríguez Fernando Rodríguez

El planeta parece muy estremecido en esta hora. Para empezar por su sobrevivencia misma que ya no es solo una amenaza a futuro sino que el poder devastador del cambio climático comienza ya a enfermarlo gravemente y las expectativas de que se pueda evitar lo peor son  precarias. Y la gente comienza a entender que hay que involucrarse en la cruzada  por defender la especie, su hábitat. Pero, por otro lado, las grandes ciudades, y las no tan grandes, por doquier se lanzan por millares, en algunos casos millones, de ciudadanos que protestan el orden político o socioeconómico en que viven.

Se trata de una extraña sincronía, extraña por simultánea, pero también porque sucedan en países de poco desarrollo pero también en otros que gozan de prosperidad, del llamado primer mundo. En algunos casos son detectables causales, más o menos decisivas, de esos movimientos masivos: pobreza, enfrentamientos étnicos, o religiosos e identitarios en general (sexistas o de algún tipo de defensa de la naturaleza, etc.)… pero parece haber ingredientes nuevos que no son claramente identificables, sobre todo novedosos en esa manera exclamativa de manifestarse, y que también auparían la extensión y la contundencia de esos gritos y violencias de la ira.

Podrían sintetizarse en la ambigua palabra desigualdad, a lo mejor tan antigua como la civilización, que parece involucrar no solo a los pobres sino a las clases medias, a casi todo los miembros del todo social entonces, dada la creciente concentración de la riqueza en pocas manos y el estancamiento o retroceso de las mayorías, a nivel nacional e internacional.

Quizás concomitante y causado por esto último una distancia alienante entre las organizaciones políticas tradicionales y el hombre de a pie. Esto produce los más diversos reacomodos. Por ejemplo, el renacer del izquierdismo dentro de los partidos socialdemócratas, y afines anglosajones. O impensables como el repunte del fascismo y sus réplicas. O movimientos amorfos, antipolíticos o plurideológicos como los chalecos amarillos franceses. Ese es el marco que nos trae la prensa diaria a los venezolanos alelados, porque somos excepcionales.

Excepcionales o monstruosos. Mientras los chilenos, el país más desarrollado del subcontinente (ver el Informe del PNUD de desarrollo humano que acaba de salir) y arma la que tiene armada, que no cesa. Nosotros que vivimos en un infierno social inaudito tenemos meses sin poder dar una mínima respuesta coherente a nuestras desgracias. Por supuesto que una cosa mezclada a la otra nos da ese carácter monstruoso, circense, helénicamente trágico que es nuestra vida política.

Me explico, imposibilitados de encontrar una manera adecuada de enfrentar una dictadura, extremadamente perversa -baste pensar en las dimensiones de su corrupción y en la devastación de todo tipo que han producido-, sumadas a nuestras inadecuadas respuestas opositoras, han producido un país totalmente  distorsionado, estrambótico. Una sola prueba son los dos presidentes despachando en paz a unas cuadras de distancia. O la  migración de millones a los destinos más inciertos en un país cuyo suelo rebosa como ningún otro de reservas petroleras.

Esto no puede, y por supuesto, no debe durar. Debemos recobrar nuestra democracia y encontrar el camino justo para hacerlo, son ya veinte años de humillación y deterioro nacional. Y lo haremos, por los momentos tenemos un líder, Juan Guaidó, que tiene el mayor consenso en la oposición y ha demostrado sus virtudes poco comunes para conducir el proceso de liberación. Pero, y es aquí adonde voy, antes o después de ese momento crucial y necesario de liberación nos vamos a topar con un país con una desigualdad insólitamente cruel, según la muy seria encuesta Encovi tenemos ochenta y tanto de pobres (Chile 10). Si miramos al mundo estremecido de hoy esto no puede sino conducir a una tormentosa situación que sustituirá la alternativa actual de democracia y dictadura por la de pobres y ricos, llevada a su máxima expresión, en alguna medida en sintonía con las explosivas situaciones que describíamos al comienzo de estas líneas. Es un escenario al cual difícilmente escaparemos y el destino de esas contradicciones extremas puede ser crucial para nuestro futuro. No lo perdamos de vista en nuestros deseos, tanto tiempo cercenados, de vivir en paz, progreso y libertad.