En Graciela Henríquez ha vivido siempre la inquietud. No hay en esta creadora cabida para la pasividad y la contemplación. Su temperamento de fuego la ha impulsado hacia proyectos continuos. Sesenta años han transcurrido desde que realizara sus primeras creaciones coreográficas que, tanto en México donde reside, como en Venezuela donde nació, marcaron pauta dentro de la danza contemporánea latinoamericana.
El tránsito de Henríquez por los laberintos de la danza escénica ha sido atípico y revelador de inconformismo y necesidad de renovación continua. Desde la danza académica, de la que fue figura durante los años cincuenta, hasta la danza popular urbana, ha vivido etapas creativas cambiantes y transformadoras.
Su obra coreográfica la muestra interesada por los temas de la mujer como ente individual y social, aunque no desde un feminismo predecible. Una visión de la danza a partir de la antropología, su otra determinante profesión, la ha llevado a investigaciones sobre el comportamiento humano en ámbitos extremos como el de la Ciudad de México, que se debate entre el cosmopolitismo trepidante, la violencia urbana y cierta apacibilidad de raigambre costumbrista.
Allí, Henríquez experimentaría un rompimiento definitivo. Su danza debería contener más análisis y reflexión que belleza formal. Así, comenzó a transitar caminos para ella inexplorados, como la investigación y consecuente recreación de los códigos pertenecientes a la gestualidad popular.
A esta tendencia pertenece Oraciones, todavía hoy un inusitado ritual escénico que cumple cuarenta años como obra autónoma, separada de los proyectos originarios de los que formó parte –Recuerdos de Juan Perdido y Tropicanas– resultado de la integración de visiones diferenciadas, aunque quizás complementarias, de una religiosidad dirigida al logro de una pareja sentimental, cualquiera que esta sea, o a la preservación de ella.
El trayecto de Oraciones como creación plena ha sido extenso y ha ejercido influencia dentro de las concepciones alejadas de los formalismos de la danza contemporánea, al interesarse en proponer caminos corporales asentados en búsquedas de particulares sentidos de identidad.
La coreógrafa-antropóloga indagó con acuciosidad el profuso ámbito de los rezos tanto católicos como mágicos religiosos pertenecientes a los rituales populares afro caribeños, invocados para conseguir o conservar el amor de pareja, logrando concretar una suerte de dramaturgia en la que concurren misticismo, sátira y aguda irreverencia.
Venezuela conoció una primera versión de esta obra en 1981, cuando la propia Graciela Henríquez y la actriz y bailarina Chela Atencio la representaron durante una gira nacional que finalizó en el Teatro Cantv de Caracas. Su énfasis era marcadamente teatral y las plegarias formaban parte de un recurso expresivo que integraba cuerpo y voz.
Un año después, la recién establecida compañía Danzahoy estrenó en el Ateneo de Caracas un nuevo montaje de la pieza, poseedor de un tratamiento coreográfico más estructurado, que colocaba el acento en los aspectos espaciales escénicos y en la concreción de cierta abstracción en el movimiento, conformado por doce escenas constituidas como un todo: “Oración del Diablo”, “Siete potencias africanas”, “Padre Nuestro”, “Santa Elena de Jerusalén”, “Ave María”, “San Miguel Arcángel”, “Santísimo Justo Juez”, “Los Tres Clavos y la Santa Cruz”, “San Alejo”, “Santa María”, “Oración de la Santa Camisa” y “Toque de tambor”.
Sus cinco personajes, tres mujeres y dos hombres, extraídos de una popularidad profunda, se expresan con un lenguaje corporal desenfadado al tiempo que fuertemente orgánico portador de reveladoras convicciones.
A mediados de los años ochenta, Oraciones llevada por Danzahoy a la Sala Ríos Reyna del Teatro Teresa Carreño vivió momentos de notable proyección y reconocimiento hasta convertirse en un hito de la coreografía nacional. En ese tiempo dejaron huella las sólidas interpretaciones de Adriana Urdaneta, Jacques Broquet y Luz Urdaneta.
El Instituto Superior de Danza produjo en 1996 una muestra antológica de la coreografía de Graciela Henríquez, presentada en la Sala Juana Sujo de la Casa del Artista, que incluyó la reposición de Oraciones como segmento final de la obra Tropicanas, tal como fue originalmente concebida. Un grupo de intérpretes de relieve dieron vida a sus personajes: Luis Armando Castillo, Rosaura Hidalgo, Jacqueline Simonds, Vanessa Lozano y Oswaldo Marchionda, acompañados por la percusión en vivo de Eliazar Yánez.
En 2010, la recién creada Universidad Nacional Experimental de las Artes presentó en la Sala Anna Julia Rojas el programa escénico Visionarios. Precursores de la danza contemporánea en Venezuela, que incluyó Oraciones, de nuevo como obra independiente. También la pieza integró el repertorio de la Compañía Universitaria de las Artes y posteriormente de la Compañía Nacional de Danza.
En México, la obra mantiene su interés. La compañía La Cebra se disponía a presentarla en estos días de emergencia sanitaria mundial, con un elenco enteramente masculino. Asimismo, la Compañía Nacional de Danza de Costa Rica la tiene como uno de sus títulos referenciales.
A cuarenta años de su estreno, Oraciones aún exhibe la rebeldía de su autora. Culturalmente, puede inscribirse dentro de una danza contemporánea latinoamericana alternativa. También lleva consigo valoración universal.
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