OPINIÓN

Revolución, maldición y perdón

por Raúl Fuentes Raúl Fuentes

En diversas ocasiones oí hablar de “octubrismo” a defensores y detractores del proceso de actualización política derivado del derrocamiento del último o penúltimo de los generales presidentes de origen andino y raigambre gomecista, mediante un golpe de Estado cívico-militar perpetrado el 18 de octubre de 1945. Asocié errónea u olímpicamente el término a insurgencias y revoluciones y no al ensayo democrático del trienio 1945-1948. Como no ha transcurrido ni una semana del mes décimo, dedico a este las divagaciones de hoy.

Las autoridades soviéticas conmemoraban el 7 de noviembre, con impresionantes desfiles militares y amenazantes exhibiciones de su arsenal nuclear, los aniversarios de la revolución del 27 de octubre de 1917, pues en la Rusia zarista, el calendario juliano estuvo vigente hasta la llegada de los bolcheviques al poder. Estas líneas no apuntan a reseñar la “Gran Revolución Socialista”, hay abundante literatura al respecto; pretenden, especular sobre los ajustes del almanaque. Siempre me intrigó y obsesionó —he abordado el tema varias veces— el tiempo no datado, ni vivido siquiera entre paréntesis. Ahora, cuando la URSS es solo recuerdo de una insensata quimera, podríamos escamotear el nombre de la monumental saga de Marcel Proust, En busca del tiempo perdido y, con su venia, endilgárselo a una crónica sobre aquellas jornadas —gloriosas o lamentables, dependiendo del punto de vista, y sangrientas, en cualquier caso—; o, en un registro a la medida del despelote leninista, parodiar a John Reed y titularla “10 días que desaparecieron del mundo”. La mudanza de la principal efeméride comunista trajo a mi memoria a un abogado habitué de la República del Este, cuyo modo de abordar a potenciales contertulios de cantina consistía en preguntarles por lo ocurrido entre el jueves 4 y el viernes 15 de octubre de 1582. Los interpelados, perplejos o en Babia —¿serán babiecas lo nativos de esa comarca?—, apuraban sus copas evitando atragantarse con la respuesta: ¡nada! En efecto, nada ocurrió en el antedicho lapso, porque, al implantarse el calendario gregoriano, 10 días se esfumaron en buena parte del orbe cristiano. Palmaron y fueron sepultados de inmediato en el olvido. “Sus ojos se cerraron y el mundo sigue andando”, cantaba Gardel. ¡Brindemos por los días fantasmas!

La movilidad de los festejos religiosos tal vez no se deba a los insignes émulos de Cronos, Julio César y Gregorio XIII (¡ojo y zape con ese número!; tal vez responda a fenómenos meteorológicos y eventos astronómicos —cambios estacionales, fases de la luna, eclipses, alineaciones planetarias—, tenidos por auspiciosos, portentosos o aciagos —¿superstición o fe?—. El pasado domingo 29 de septiembre, cuando el crepúsculo daba paso a la primera estrella del anochecer, el pueblo judío comenzaba a festejar un nuevo año, el 5780 de la creación del hombre, de acuerdo con su calendario. Reverberó en las sinagogas el sonido del shofar y no faltaron en la mesa familiar el trenzado pan jalá, las manzanas bañadas en miel y otros alimentos cargados de simbolismo para darle la bienvenida a un año dulce y bueno. La festividad, conocida como Rosh Hashaná, concluyó la tarde del martes primero de octubre y se dio inicio a los días de penitencias previos al Yom Kipur, día de la expiación, el perdón y el arrepentimiento a celebrarse entre el martes y el miércoles venideros.

En 2018, los llamados Yamim Noraim, o días extremadamente santos, fueron los comprendidos entre l-9 y 19 de setiembre. Los traigo a colación porque los padecimientos nacionales podrían ser consecuencia de la maldición lanzada por Hugo Chávez contra la nación hebrea hace ya casi una década (junio de 2010), cuando en cadena televisual sostuvo, sin evidencia alguna, que Israel financiaba las conjuras magnicidas de la oposición. Acaso corresponda a los venezolanos pedir perdón por su destemplanza. Esta no fue producto de una meditación propiciada por el azaroso encuentro del santurrón de Sabaneta con un errabundo derviche en el desierto libio, no: se trató de un súbito y delirante arranque de solidaridad mal entendida, estimulada por impresentables agitadores del movimiento de los no alineados y sí alienados a fantásticas teorías de la conspiración sionista —Muamar el Gadafi y Mahmud Ahmadinejad, entre otros—, a través de quienes habría contactado a exaltados y violentos yihadistas abocados a borrar del mapa la tierra prometida.

“Condeno de nuevo, desde el fondo de mi alma y mis vísceras, al Estado de Israel. ¡Maldito sea el Estado de Israel!”. La insolente execración del comandante nazificó a las pandillas socialistas —tarea nada difícil—, las cuales profanaron y vandalizaron la sinagoga de Los Caobos y hasta pintarrajearon esvásticas en sus muros. Sin duda, estamos pagando con creces las deudas debidas a un atroz antisemitismo ajeno a la idiosincrasia nacional, y tan dañino como el cursi, empalagoso y aborrecible patriocentrismo bolivariano. Aunque del mascarón de proa del régimen cabría esperarse una conducta más laxa, dados sus devaneos con brahmanes, brahmines, faquires, gurús y encarnaciones de las innumerables divinidades hindúes, tal Sathya Sai Baba, sedicente avatar Visnú, el dios de los 4 brazos, no son infundadas las presunciones sobre vínculos de funcionarios y paniaguados a sus órdenes —Tareck el Aissami, a la cabeza— con Hezbollah, Hamas, Al Qaeda e ISIS. Las relaciones peligrosas con estas organizaciones fueron fomentadas por el mesmésemo comandante brejetero: respondían a una anacrónica visión geopolítica, superada con el fin de la guerra fría, y son parte de su patético legado. Por eso, toda suerte de agentes y militantes del fundamentalismo musulmán operan cómodamente y sin restricciones en territorio venezolano.

Entre insurgencias, perdones y maldiciones hemos llegado hasta aquí y es imperativo recordar que un 6 de octubre, pero de 1973, Egipto y Siria atacaron a Israel dando comienzo a una guerra de escasa duración mas de inmensas repercusiones en la región medioriental y, por supuesto, en los países miembros de la OPEP. Nuestra nación se benefició de esa cruenta confrontación porque el alza de los precios del crudo alentó el sueño de la Gran Venezuela, ilusión devenida en pesadilla cuando llegó el redentor barinés y mandó a regalar a sus amigotes los cobres de TODOS los venezolanos. Alrededor de 1 billón de dólares —1 millón de millones (1.000.000.000.000) en la escala al uso en español— fue dilapidado gracias a su afán de comprar apoyos en los organismos multilaterales a su demencial modo de dominación y control social. En esos mismos foros, los gobiernos democráticos le quitaron la careta al chavismo y dejaron en evidencia a Nicolás II.

Escribí segundo en números romanos no para equiparar al desnudo reyecito de circunstancias con Nikolái Aleksándrovich Románov, último zar de Rusia, apodado Nicolás el Sangriento, responsable en ausencia de la matanza consumada el célebre «domingo rojo» de 1905, cuando su tío, el gran duque Vladimir, ordenó a la guardia imperial disparar sobre una manifestación pacífica en las cercanías del Palacio de Invierno de San Petersburgo —el césar eslavo fue fusilado junto con su familia en 1917, y canonizado por la iglesia ortodoxa rusa en 1981, ¡otro San Nicolás!—; no, lo hice no más en atención a las coincidencias onomásticas y, la verdad, aquí y ahora, de otras cuestiones deberíamos ocuparnos. ¿La más apremiante? La desesperante espera de la caída del telón en la tragedia local, porque ya estamos en la recta final de 2019 y no se le ve el queso a la tostada. No termina de cuajar la hoja de ruta de la Asamblea Nacional y el presidente interino, y mientras aguardamos se concrete una revuelta popular en correspondencia al rechazo internacional de la usurpación, aparece el cadáver del ex gobernador de Cojedes, Johnny Yánez Rangel, muerto en circunstancias misteriosas. Como Danilo Anderson, William Lara, Lina Ron, Eliécer Otayza, Jesús Agilarte y Robert Serra. Nada enigmático y menos publicitado es el deceso por inanición de miles de connacionales, incapacitados física y económicamente para huir en busca de mejor vida a esos lugares donde infiltrados chavistas delinquen a objeto de generar ataques xenofóbicos contra sus paisanos. Y quienes no pueden tomar las de Villadiego, hacen de Caracas Meca de los pelabolas. Aquí, entre el chingo y el sin nariz, cuentan con una muerte segura. Veamos qué nos depara el otoñal y primaveral mes de las conmociones.